C U A T R O

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- ¿Ya no sé qué hacer, sabe? Me siento asquerosa y muy, muy frustrada...

La chica de dieciséis sentada frente a mí se sostuvo la cabeza y tiró de su cabello levemente. Bajó la mirada y su cabello desordenado le cubrió un poco el rostro, haciendo menos visibles las pequeñas lágrimas que recorrían por él.

Aquí entraba mi papel como doctor, aquí yo daba mis palabras alentadoras y le seguía escuchando, dando consejos y toda esa mierda.

-Belzeth -la llamé por su nombre y ella me miró- No has fracasado, recuerda que todo esto implica mucho, es un proceso largo y es parte del mismo que te caigas varias veces, pero lo importante es que te levantes y no te rindas ¿Vale? -ella asintió, un poco más confiada- Bien, te has desecho de tus narcóticos y no los has tomado en un mes hasta hoy, ese es un gran progreso para ti. Ahora lo que te diré es que te deshagas de ellos y trates de buscar otros métodos para desviar todo tipo de pensamiento deprimente y calmar tu ansiedad. Cuando sientas la necesidad de consumir sustancias nuevamente, toma otra cosa, reemplazando la que te hace daño. Has eso por ahora y en la próxima cita me dices que tal te ha ido con ello -y le sonreí por cortesía y amabilidad, sabía que a la siguiente noche estaría de nuevo, venía todas las noches.

-Está bien doctor Adam -asintió.

-Belzeth -suspiré algo cansado y negué lentamente, la muchacha me miró confundida por mi gesto- ya te he dicho que mi nombre es Adán. A-DÁN. No ADAM.

-Oh, de acuerdo. Lo siento... No volverá a pasar -aseguró, se limpió la cara y se levantó del asiento, sonriente.

-Eso espero -aunque en el fondo sabía que la chica seguiría equivocándose, casi todo el mundo lo hacía- Cuídate y nos vemos en la siguiente cita.

-Por supuesto doctor Adam.

Tensé mi mandíbula.

Perfecto.

-Hasta luego -susurro antes de cerrar la puerta.

-Hasta luego -respondí por educación.

Me recosté en mi asiento y volví a repasar todo: saldría del trabajo y llamaría a Balegortt para que me ayudara a subir las cosas que traía en mi auto. Sonreí, me sentía emocionado por el hecho de estar solo, de al fin desligarme de aquellas cosas que me atormentaban.

Mi puerta fue tocada y dije un "pasé" lo suficientemente alto como para que la persona al otro lado me oyera. Una pelinegra de ojos cafés claros caminó hasta mi contoneándose, sus labios carmesíes eran carnosos, sus curvas bien definidas, de gran busto y glúteos insitivos. La falda de tubo que usaba era corta y estaba tan ajustada que parecía que podía romperse en cualquier instante, su camisa blanca de botones estaba un algo desabotonada y dejaba ver la guarda camisa gris que llevaba debajo. Era una mujer bastante llamativa. su nombre era Amddea Stonnes F.

Esa mujer era una tentación a los ojos de todo hombre, su cuerpo perfecto y su voz suave y envolvente, enganchaban a cualquiera.

-Adán... -susurró mi nombre con lujuria, apoyándose en mi escritorio. Estaba de pie, por lo que su pecho quedó delante de mí, expuesto para contemplarlo.

Me aclaré la garganta, fruncí el ceño y levanté la mirada-: ¿Doctora Stonnes, a qué debo su visita?

La mujer rodeó mi escritorio y se sentó sobre mí, tragué grueso, sin dejar de fruncir el ceño. Seguí con cuidado cada uno de sus movimientos, Amddea acercó su cara a mi cuello y comenzó a dejar algunos besos allí.

- ¿Por qué tanta formalidad, Adán? -volvió a susurrar, la tomé de la cintura para poder bajarla y ella se ciñó más a mí.

-Amddea, por favor, deja de hacer estas cosas. No me gustan, así que, si no vienes por algo laboral, te pido que te retires -hable con la suficiente autoridad y fuerza que podía. Apreté mi agarre y como pude la bajé. Ella me observó con desaprobación y luego sonrió, una sonrisa llena de morbo y jocosidad.

La Ironía Del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora