Capítulo 7

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Bruce

Una vez que acabo de estudiar, pienso en qué más puedo hacer. Ya realicé todas las tareas domésticas, así que no tengo nada pendiente. Podría ver alguna serie, o salir a pasear. Finalmente me decido por esta última, pues soy de los que les gusta caminar y perderse en sus propios pensamientos. Ya está oscureciendo, pero no me importa. La luna será mi acompañante. Meto las manos en mis bolsillos y camino sin rumbo alguno.

Cuando me quiero dar cuenta, ha pasado un largo rato, así que decido regresar a casa. Elevo la mirada hacia mi edificio, y frunzo el ceño al divisar una figura en la azotea.

Decido subir para ver de quién se trata y, cuando llego, la figura, que está de espaldas, parece precipitarse sobre la barandilla. Mierda, se va a suicidar. Inmediatamente las palabras salen de mi boca sin pensar:

—¡No lo hagas! —exclamo, nervioso —
Por muy oscura que pueda llegar a ser tu vida, siempre brillará el sol, siempre habrá momentos maravillosos. Créeme, los problemas tienen solución, pero la muerte no.

—Muy bonito discurso —la persona se gira, y reconozco rápidamente a la vecina. ¿Qué demonios hace aquí? —Pero no pensaba suicidarme, aún tengo que fastidiar a mucha gente.

—¿Qué hacías sobre esa barandilla?
—pregunto confuso. Esta chica es muy extraña.

—Pues asomarme para ver la calle, ¿qué más voy a hacer? —rueda los ojos, como si fuera lo más normal del mundo —Me gusta venir aquí de noche para pensar.

—Vaya —rasco mi nuca, algo incómodo —Lo siento.

—Tranquilo, te perdono que hayas invadido mi espacio —hace un ademán restándole importancia —¿Quieres ver las estrellas conmigo?

Su petición me toma por sorpresa, y frunzo el ceño. ¿Lo dice en serio?

—Olvídalo —murmura girando sobre su eje.

Aclaro mi garganta.

—Sí quiero —ella me mira sobre su hombro con confusión —De pequeño me gustaba mucho mirar las estrellas.

La vecina asiente, y camino hasta llegar a su lado. Mi mirada se dirige a la luna, la cual brilla con fuerza esta noche, adueñándose del cielo. Momentos felices de mi niñez regresan a mi mente, haciéndome sonreír. Me encantaba soñar mirando las estrellas. Sentía que ellas me escuchaban en medio de las discusiones de mis padres.

—No pensé que te gustaban —pronuncia la vecina. Me giro hacia ella, percibiendo un brillo especial en sus ojos marrones.

—Sí, creo que son mágicas —esbozo una pequeña sonrisa —Aunque mucha gente no las aprecie.

—Supongo que eso ocurre con las personas —musita, tragando saliva.

—Tienes razón —asiento —Aunque, como leí por ahí una vez: siempre serás arte aunque no tengas quien te admire.

Ella sonríe, y no sé si es el reflejo de la luna en sus ojos o su sonrisa sincera lo que la hacen verse tan atractiva.

—Deberías sonreír más —sugiero —Ees decir, no te lo tomes a mal, pero siempre que nos vemos te noto un poco estresada.

—Lo sé, es que... —ríe —No me caías bien.

—Eh... —frunzo el ceño —¿Debería tomarlo como una ofensa?

—No, no —sigue riendo —Desde que me hiciste esos spaguettis tan ricos ya me caíste bien. Y ahora... más.

—¿Por qué? —me atrevo a preguntar.

—Nunca había conocido a nadie que le gustase observar las estrellas —se encoge de hombros —Pensé que era la única bicho raro.

—Vaya —alzo las cejas —Así que tenemos cosas en común.

—Eso parece —asiente.

—Oye... discúlpame si te juzgué mal cuando te conocí —digo con sinceridad
—Es decir, si te juzgué por tu ropa. Sé que cada persona tiene sus gustos, y tengo que respetarlo.

—Disculpas aceptadas —me guiña un ojo, y sonrío aliviado —Por cierto, esas galletas estaban riquísimas. ¿Las hiciste tú?

—No, no —niego con la cabeza —Fue un detalle de la señora Sophie.

—¿La señora Sophie? —inquiere con el ceño fruncido.

—Sí, es la más veijita del edificio, y la única que me saca conversación —sonrío recordándola —También la única que me piropea.

Entonces ríe a carcajadas.

—¿Triste, cierto? —me uno a su risa.



Al otro lado de la pared ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora