Capítulo 18

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Kaylee

La noticia de su partida me dejó helada.  Justo ahora que todo marcha bien, tiene que irse. El miedo a perderlo es cada vez más fuerte. Ojalá pudiera irme con él, pero debo atender mis responsabilidades. No puedo prescindir del trabajo así como así, es el único estable que tengo.

Suspiro pesadamente, y llamo al ascensor. Necesito ir al supermercado, o moriré de hambre por ser tan perezosa. Cuando las puertas se abren, diviso a una anciana que parece ser la misma de la que me hablaba Bruce.

—Hola —saludo con amabilidad antes de entrar en el pequeño ascensor. Ella se limita a mirarme fijamente, con actitud pensante, haciéndome sentir un poco incómoda.

—Conozco esa mirada triste —comenta, yo frunzo el ceño, sin entender —Tiene que ver con algún amor, ¿cierto?

—Eh... algo así —respondo extrañada.

—¿Se marcha? —la respiración se me corta al instante, ¿acaso esta anciana es vidente o qué? —¿O rompió tu corazón?

—Se marcha —afirmo, aunque no sé por qué lo hago. No nos conocemos absolutamente de nada.

—Oh... lo que me temía —murmura, negando con la cabeza —Bruce.

Mi ceño se frunce aún más, si es posible.

—¿Cómo lo sabe?

—Pura intuición —se encoge de hombros. Vale, estoy asustada, quizás se trate de una anciana espía o algo por el estilo —Quizás no te interese nada de lo que diga, hija, pero si realmente quieren estar juntos no debería importarles las condiciones, las pruebas, los obstáculos, ni siquiera la distancia. A veces, incluso, la distancia une más los corazones.

Sus palabras me dejan perpleja. Sin duda esta anciana es muy sabia.

—Yo... a mí... me gusta demasiado —confieso —Y tengo miedo de que no funcione.

Ella suelta una ligera risa.

—Me recuerdas tanto a mí cuando tenía tu edad...

En ese momento las puertas se abren, pero la señora me ha caído tan bien que no quiero despedirme. Bruce tenía razón. Es encantadora.

—¿A dónde se dirige?

—Al supermercado —mis ojos se abren por la coincidencia.

—La acompaño, yo también me dirijo allí —digo con una pequeña sonrisa.

Ella asiente.

—Por mí encantada, me hará bien algo de compañía.

Durante el camino al supermercado, no puedo evitar preguntarle por su familia. Ella toma una profunda respiración, como si le costase mucho recordar su pasado.

—Digamos que estoy sola en este mundo, cariño —dice, y mi corazón se oprime al escuchar aquello —Mi marido, el amor de mi vida, murió hace varios años.

—¿Y no tiene hijos? —pregunto curiosa.

Ella niega, a pesar de que está de perfil, noto cómo su labio comienza a temblar.

—Tuve uno, pero también murió.

Oh, joder, había imaginado cualquier cosa menos eso.

—Discúlpeme, no quería ser imprudente —digo apenada. Debió ser tan duro para ella...

—No te preocupes, cariño —murmura sin dejar de mirar el suelo —Lo único predecible de la vida, es que es impredecible, nunca sabes lo cruel o maravillosa que puede ser.

—Ojalá tuviera una abuela como usted —musito con un pequeña sonrisa. Sé que ella me prestaría más atención que mamá.

—Eso es fácil, puedo ser tu abuela adoptiva —menciona, sorprendiéndome.

—¿De veras?

—¿Acaso tengo cara de mentirosa, muchachita? —ríe, y no tardo en unirme a su risa. Gracias a ella, la tristeza que siento por Bruce se hace un poco más amena.

Sin embargo, mi risa cesa cuando observo la escena frente a mí. La señora Sophie también parece haberse percatado de ello, porque se ha quedado muda al igual que yo.

La chica que estuvo bailando con Bruce en aquel pub, se encuentra rodeando el cuello de este, besándolo descaradamente. ¿Por qué demonios no la aparta de él? Aprieto los puños a mis costados, sintiendo ganas de asesinarlos a los dos. No me percato de la fuerza que estoy ejerciendo hasta que clavo las uñas en mi piel.

—¿Para eso querías ir al pueblo? ¿Para irte con ella? —las palabras salen de mi boca impulsivamente, captando su atención y la de varias personas.

Sus ojos se abren con horror, y su mandíbula parece desencajarse.

—Kay, no, no es lo que tú crees —intenta disculparse, pero le propino una fuerte bofetada que me duele más a mí que a él. Odio agredir físicamente, pero la rabia me está cegando en estos momentos.

—Olvídate de mí para siempre —escupo —A partir de hoy te hago la cruz.

Me giro en dirección al supermercado y entonces escucho un quejido por su parte. Miro sobre mi hombro, viendo cómo la señora Sophie alza la cabeza con satisfacción. Supongo que le ha golpeado con su bastón.

Al otro lado de la pared ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora