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Joseph se hallaba estupefacto.

Cada libro, ¿Era capaz de ser mejor que el otro?. Aquella dicha biblioteca se lo demostraba.

Podría bien haber terminado unos 10 a 20 libros en lo que llevaba del día allí, contando con que no tenía necesidades de comer o ir al baño, y podía aprovechar cada segundo sin que sus ojos se cansasen.

Había encontrado su libro favorito, y además más ediciones del mismo autor.

Se sentia, tan ameno allí...¡Como estar en el paraíso!

Más... ciertamente su paraíso no era una biblioteca, un montón de libros o las estrellas.

Miró por sobre el libro que leía, divisando a el artesano, dormía plácidamente sentado frente a una de las mesas que allí había, descansando discretamente para las vistas de los demás, como si estuviera simplemente con la cabeza gacha.

Sonrió en su inconsciencia, le hacía muy feliz el tan sólo ver a la persona que lo creo.

Sería como...¡Admirar!, Si,es la palabra que se le había perdido. ¿Admiraba a su creador?, Tal vez simplemente estaba muy entusiasmado de vivir a la par de su Dios.

Deslizó su mano hasta su pecho, tocando suavemente, su sistema enloquecía en un retumbe intenso. Sus mejillas se colocaban poco a poco, mientras más pensaba al artesano.

¿Porque...?

Sacudió su cabeza buscando borrar cualquier pensamiento extraño y se dispuso a seguir leyendo.

— Joseph — miró por sobre el libro que leía, casi terminado como los demás — ya tenemos que ir a casa, ven — habló con un toque suavizado su señor, Carl Aesop, quien le extendía la mano enguantada esperando por él.

Él tenía ganas de quejarse, quería quedar y seguir leyendo, pero...

Ya había causado molestias al de mascarilla antes.

Sin rechistar, tomo la mano ajena con delicadeza, siendo estirado y encaminado mientras los preciados libros se quedaban atrás. Aesop le llevo hacia la salida,y justo delante de esta, lo detuvo.

— espera aquí, no vayas a irte tu sólo — le reclamo el de cabellos grisáceos, haciéndole descolocar en nervios.

Como podría...no sería capaz de perderse de nuevo por su cuenta.

Aesop se adentro al lugar, perdiéndose tras algunas estanterías.

Él,por su parte, decidió esperar.

Veía como el cielo oscurecía con el paso de la llegada nocturna. Las hojas de los pocos árboles cercanos removerse...la,pequeña cosa amarilla que le habían enganchado en el cabello antes caerse...

Se removió, tocando por inercia aquel lugar que ocupaba la pequeña flor amarilla, maravillandose al verla.

Era algo de lo que hablaba uno de los libros, las...llamadas,¿Flores?, Ese era el nombre.

Se agachó con cuidado, tomándola sutilmente.

La brisa del anochecer azoto contra él, haciendo que aferrase a la delicada flor a su pecho fieramente, sin caer en cuenta de lo que había hecho.

Una vez detenida la pequeña ventisca, miró fijamente a sus manos extendidas, quedando palideciente al instante.

— Ya podemos irnos Joseph — Aesop se acercaba, guardando en su ya pesada bolsa algo más — ¿Joseph? — le llamo, y él no pudo despojar la vista de sus propias manos.

Jadeo lastimero, su pulso temblaba mientras miraba como los pétalos arrebatados de la pequeña flor caían y eran llevados por el viento.

Miró al artesano, con las lágrimas rebosando en sus ojos y un sollozo suave que pretendía volverse ameno y convertirse en llanto.

— Ae, Aesop... — sollozo, mientras su creador se acercaba rápidamente acunando sus manos de madera entre las suyas — ¿Se murió?... — sorbía su nariz, atento al ajeno que acariciaba sus manos cerrandolas con tanta paciencia y delicadeza...que lograba,apaciguar aquel frío que sentía en su interior.

— no está muerta — pronunció, en un tono realmente bajo y apacible — sólo...le toca ser parte de la naturaleza nuevamente — le sonrió, haciéndole sentirse mejor y un poco tonto.

Ella sólo quería... sólo quería volver a la tierra.

sorbio su nariz con cuidado, mientras las manos ajenas pertenecientes al artesano, acariciaban las suyas con sumo cuidado, y mientras los carnosos labios tras aquella mascarilla, depositaban un beso entre sus palmas haciéndole enrojecer y parar cualquier atisbo de llanto.

Pronto, las manos del artesano se deslizaron entre sus dedos, tomando poco a poco los tristes pétalos y el tallo de aquella bella flor, para depositarla en la tierra cerca de la puerta de la biblioteca.

Luego, camino devuelta hacia él y le ofreció una mano, la cual no dudó un segundo en tomar.

Expandió sus ojos al ver la cara de su creador, sintiendo su sistema acelerarse y sus mejillas más calientes que nunca. Mientras el pulso de su alma abarrotaba y regocijaba su cuerpo de madera y porcelana.

No paso mucho tiempo para que el artesano empezará a caminar siendo seguido por él, quien seguía apaciguado ante lo que vio.

La más hermosa de las sonrisas.

քօʀċɛʟaɨռ °•ıԀєňţıţʏ ν•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora