🌹 12 🌹

255 34 2
                                    

Los días empezaron a pasar para Carl Aesop.

Cada uno de esos días, era una nueva experiencia y una nueva enseñanza tanto para darle a Joseph como para tomar el mismo.

Había aprendido que, Joseph amaba las estrellas, sin siquiera saber lo que eran. Aprendió que este gozaba de un libro sobre astronomía y, descubrió en ignorancia de este, que le encantaba la fotografía.

No dudó en ofrecerle la cámara que le había dado Tracy, tras probarla por supuesto.

Agradecía que está sirviera a la perfección.

También, se propuso a crearle un área para explorar las estrellas, con u telescopio y todo lo necesario para que estuviera cómodo.

Todo por él y su felicidad.

Se sentó durante algunas noches junto a él, admirando el cielo...las constelaciones...admirando lo que este había aprendido.

Carl estaba realmente feliz por su progreso.

Aunque, también estaba preocupado.

Joseph solía  mirar a las personas pasar, con una expresión desolada y triste. Sabía que, posiblemente desearía ser humano pero...el no podía cumplir con aquello, y más con lo que costó siquiera conseguirle un alma.

Como en aquella ocasión, suspirante, admiro como el de apariencia albina reposaba sobre un ventanal, admirando a las personas constantemente y con cuidado.

Aesop para una situación como esa simplemente se levantaba, se tragaba toda la tristeza que le provocaba ver a su querida obra de arte en tal melancolía, y se disponía a acercarse con la sonrisa más amable que podía poseer.

En su lugar, Joseph le sonreía devuelta y como siempre preguntaba si el necesitaba ayuda u algo que pudiese hacer. Por su parte Aesop siempre ocuparía algo para asignar de trabajo.

Sin embargo...

— Aesop — le llamo el de cabellos blancos, haciéndole perderse entre sus perfectamente colocadas pestañas y el mar de ojos que le entrego — ¿Necesita algo? — pronunció, en un tono tan suave como el rocío y tan amable como un cálido amanecer.

El artesano en su lugar enrojeció, sintiendo sus mejillas calentarse y su corazón palpitar con demasia.

La mejor obra de su vida tenía título y nombre.

— Joseph Delsunier — murmuró, dejando salir el nombre completo que había colocado a su querido inquilino para que pudiera identificarse por completó. Este,por su lado, abrió aún más los ojos mirándole espectante.

— ¿Que?... — su ceño se fruncía en confusión, mientras sus duras mejillas se apoyaban en un ligero rojizo que empezaba a formarse.

Aesop rió, observando aquellas reacciones nerviosas que sólo un ente creado podía lograr.

— Joseph Delsunier, ese será tu nombre completo desde ahora — miraba como el otro se removía en inquietud, de una manera tan graciosa...que le hacía reír una y otra vez enternecido con tan perfecto ser — ¿Quieres ir a explorar y conseguimos algunas frutas silvestres? — el albino tan sólo asintió, mientras cubría sus mejillas de porcelana como podía en un intento de cubrir su pena con aquellas manos talladas de madera y estructuradas de metal.

Joseph no tardó en seguirlo, siendo guiado por él hacía los apocentros.

En la habitación, que había creado para el albino en su tiempo libre, se dispuso a buscar en el armario relleno de ropajes que no se resistió a comprar pensando en el de ojos azules.

Busco allí una capa azul con capucha, para colocarla en este con sumo cuidado y detallista.

El albino, se sentó en un pequeño cofre de madera que habían hecho ellos dos, a petición suya.

Acarició los pies descalzos con delicadeza y delineando la suave porcelana que componía a estás, antes de colocar en ellos un par de botas con tacón corto y fuerte color negro con detalles dorados.

Se alejó, admirando como un par de piezas no hacían nada más que sumarse a tal belleza.

Joseph sonreía, mientras se levantaba probando las botas de cuero y el desliz de su capa azul.

Aesop no podía hacer nada más que amarlo en silencio esperando por una mente más madura que pueda ser recibida con brazos abiertos.

Se encaminaron al bosque, desde la entrada más cercana a su casa en la colina para luego empezar a buscar.

Mientras recolectaban, Aesop escuchaba cada relato de un nuevo libro por parte del albino, y observaba.

Se veía tan...vivo, incluso más que cualquier simple humano.

Sintió el orgullo regocijandose en tan buen trabajo de su parte.

— Aesop — escucho de los dulces labios de porcelana, despertando de su ensoñación para encontrarse con su amada obra girado a medias mirándole, colocando en su rostro duro una sonrisa imperceptible para cualquiera que no le conociese — ¿Está bien? — él no tardó en asentir, dando pasó hacia el ajeno con lentitud.

Con firmeza

Y Con seguridad

Con la seguridad de que lo amaba completamente desde su interior.

քօʀċɛʟaɨռ °•ıԀєňţıţʏ ν•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora