Conciencia

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Veía a mi padre sentado en una silla junto a un cuerpo situado en la camilla al centro de una habitación.  Observaba sus lágrimas y el cómo volteaba cada 5 minutos hacia la puerta en la cual yo me encontraba de pie. Sabía que no me observaba a mí, su mirada me atravesaba. En un momento escuché un grito desgarrador, sollozos a mis espaldas, y al segundo siguiente mi madre apareció a la vista, golpeando el cristal que separaba a mi padre y a ella. La ventana que se encontraba junto a la puerta, y la cual mi madre golpeaba con ferocidad estaba a punto de hacerse añicos. 

Observaba como un par de personas con bata blanca intentaban contenerla. 

Mamá cayó al piso lanzando patadas. Se aferraba a los que, supuse, eran doctores. 

 ¡Es mi bebé! ¿Cómo pretenden que me despida de mí bebé?  no sabía a qué se refería y aún así sus palabras escocían en mi alma  ¡¿Por qué te la estás llevando, Dios?! Siempre te hemos sido fieles, ¿y ahora me arrebatas a lo más sagrado que tengo? ¡¿Cómo puedes ser tan cruel?! Llévame a mí.  Quise correr hacia ella y decirle que todo estaría bien, pero algo dentro de la habitación llamó mi atención, así que entré mientras veía a mi padre tomar la mano de quien se encontraba en la camilla. Lo que llamó mi atención, fue la enorme cicatriz en el brazo, la piel abierta, la sangre.

Papá soltó la mano mientras se tomaba la cabeza con ambos brazos y se apoyaba en el pecho de quien estaba en la camilla. 

Caminé lento poco a poco, mientras él comenzaba a decir pequeñas frases ¿por qué tú?... ¿Por qué así?... ¿Podrás perdonarme algún día?

Cuando estuve lo suficientemente cerca, mi respiración se cortó y sentí mis piernas fallar.

La piel pálida, los labios resecos, los pitidos de las máquinas, el respirador artificial con su horrible bulla. Los cables y el cuerpo cadavérico. 

Debía cerciorarme. Leí la tabla de identificación sobre la camilla: "Aymara Matthei".  Casi sin darme cuenta corrí hacia mi padre, quien temblaba a la vez que sollozaba. Miré hacia donde estaba mi madre, en el piso hecha un ovillo y Gonzalo, a quien no había logrado visualizar en la esquina más alejada observando por el ventanal. Su ropa con manchas de sangre seca, con el cabello pegado en su rostro.

No descifré su expresión, no logré ver ninguna emoción en él. 

No soporté esa imagen, no podía soportar los pitidos de esas máquinas, ni los gritos de mi madre. Gonzalo comenzó a caminar por el pasillo, decidí seguirlo. Dije su nombre más de una vez, pero sabía que no serviría de nada. 

Al final del pasillo, había una sala de espera. No sabía si era muy estrecha o era porque estaba repleta de gente, pero se veía pequeña. 

Observé todos esos rostros. Gente a quien yo amaba, y que sabía que me amaba; mis tíos, la vieja Nana, mis primos. Jaime, Enzo, acompañados de Saskia y Ferrán. Gonzalo se sentó junto a ellos. Deseaba arrancarle la ropa manchada de su cuerpo. 

Una luz apareció en una puerta al otro lado de la sala. Esa sonrisa, hermosa, radiante y llena de ternura que tenía tiempo sin ver. Alzó su mano saludándome con alegría, creo que era el único que podía estar así en este momento. La confusión seguía siendo parte de mí. 

Me acerqué a él poco a poco, y sí pude abrazarlo. Por alguna extraña razón, era el único que podía verme. 

¿Qué estás haciendo aquí? 

El viejo Nano me observó con su amor característico. — Vine a verte. 

Un doctor apareció sosteniendo a mi madre. Cuando mis tíos lograron acomodarla en una de las bancas, el doctor dijo en voz lo bastante alta y clara para que todos lograran escuchar: "Es hora, pueden ir en parejas para que tarden menos". 

Volteé hacia Nano, a quien por primera vez miré triste. Su miraba no se dirigía a mí, veía a mi madre, su hija. Comprendía su tristeza, la sentía, era imposible que no se te erizara la piel al escuchar sus sollozos. 

 Nano... ¿es hora de qué? 

El viejo Nano tenía lágrimas en sus ojos.  De irnos, princesa. 

Alguien irrumpió en la sala y se dirigió a grandes zancadas hacia Gonzalo. 

 Me acaban de avisar... No sabía nada, ¿qué pasó? ¿por qué hay tanta gente? Mauro observaba confundido todos los rostros de la sala, ¿en dónde está?

Saskia lo tomó de la mano  Llegaste a tiempo, ya están despidiéndose. 

La cara de Mauro se desfiguró, se apoyó en la pared más cercana y fue desmoronándose hasta quedar en el piso. 

Miré a Nano, y el miedo se apoderó de mí.  No estoy lista.

 Lo sé, princesa. Lo siento, tú lo decidiste.

Y desperté.

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Gonzalo roncaba plácidamente, observarlo tan tranquilo me daba cierta paz ante el sueño (o la visión) que había tenido. Estaba amaneciendo y pequeños rayos de sol se colaban entre las persianas. 

Desde que volví a casa, no había logrado entablar conversaciones muy largas con mis padres, pero algo en mi interior me hacía querer evitarlo. Las imágenes venían a mí borrosas, confusas, desordenadas. Pero cada vez que tenía alguna en mi mente me invadía una tristeza muy grande. 


El desayuno de esa mañana fue como cualquier otro en estos últimos días. Nadie hablaba, salvo Gonzalo que no paraba de hacer preguntas o comentar chismes con tal de no verse envuelto en ese silencio tan abrumador. Yo lo entendía, no podíamos seguir como si nada hubiese sucedido, pero no me sentía preparada para enfrentarme a ello. 

—  Mindy, tengo cita hoy  con mi terapeuta, y se me ocurrió que podrías acompañarme. Detesto ir solo y ninguno de los chicos puede ir conmigo hoy. Yo necesito una compañera, tu necesitas sol porque estás blanca como una papa, todo concuerda, ¿no te parece?

—  No me siento tan bien como para salir, tal vez otro día. — La verdad, era que no quería salir a la calle, al menos no en ese estado. Ni siquiera había salido al jardín para evitar rumores.

Mi padre me tomó de la mano — te sentará bien un poco de sol, aire fresco. Incluso podrían ir por un helado. 

A eso le llamaba jugar sucio. Mi papá sabía que yo haría cualquier cosa que él me pidiera con tal de hacerlo feliz, y yo sabía que, el salir aunque fuera para acompañar a Gonzalo, sería un paso importante para ellos. 

Asentí. 

—  Gracias — fue lo único que dijo mamá antes de salir de la cocina.

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Este capítulo, creo que es otro de los más difíciles, plasmar cada sentimiento de una experiencia que pocos (por dicha), han tenido la oportunidad de vivir es confuso. El día que nuestra protagonista me contó esta parte de su vida, y mientras observaba la cicatriz más que visible años después en su brazo me hizo sentirme dichosa, de tener la oportunidad de tenerla aún en la tierra. 

Si bien jamás podré plasmar en su totalidad mis sentimientos, espero que hayan conectado de manera especial como yo con esta parte en específico. 

Un abrazo :)

NolmuqtaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora