No podía dejar de mirarla, no podía creerlo, ¡era Guada en la vida real! Si bien antes la había visto en fotos y en las videollamadas, verla en persona era diferente. Esto era simplemente increíble, porque aunque jamás pensé que alguien pudiera superar la hermosura de Guada, ella misma había sobrepasado su propia belleza de la pantalla.
Yo me sentía el ser más afortunado del planeta al poder estar en ese mismo momento en vivo y en directo junto a Guada, toda ella era como contemplar la más increíble obra de arte. El tiempo realmente se había detenido en ese momento, en el que abrazaba a la Guada real, mientras ella me abrazaba a mí y sostenía la rosa que acababa de regalarle. Mi mentón y mejilla habían quedado apoyados sobre su cabeza, por lo que podía disfrutar del aroma a shampoo de su cabello azul.
—¡No manches, no manches! ¡No puedo, no puedo creerlo! –reaccionó después ella, separándose del abrazo y dando pequeños saltos a la vez que se cubría la boca con las manos—. ¿Qué... qué estás haciendo aquí?
—Vine para verte –le respondí, aún sin terminar de creérmelo yo mismo—, no fue fácil, estabas bastante lejos...
—A 7388 kilómetros –murmuró ella—. ¡No puedo creerlo! ¿Cómo... cómo es que estás aquí?
—Magia del amor. –Le sonreí y volví a notar cómo se ruborizaban sus mejillas.
—¡Wow! No tenía idea de que era una maga en la vida real –bromeó.
Guada era más bajita de lo que la había estado imaginando y eso me hizo verla aún más tierna de lo que ya era. No podía creerlo, la estaba viendo en persona. Su olor, algo que jamás había podido percibir a la distancia, era el más delicioso de los aromas, muy particular, solamente suyo. Estábamos en invierno, por lo que Guada estaba adorablemente abrigada con una campera de cuero marrón, llevaba una falda, a la vez que protegía del frio sus piernas con medias largas, y unas botas marrones en los pies.
—Ejem, ejem –un carraspeo nos interrumpió.
¡Claro! ¡Sus amigos estaban allí! Nos habíamos olvidado de ellos, nuestro encuentro había borrado de nuestras percepciones al resto del mundo, hasta que ese sonido y la cercanía de varias otras personas nos interrumpió.
—¡Es Lean! –les contó ella, emocionada, señalándome con ambas manos.
Parecía que todavía no podía creerlo, en eso estábamos iguales.
—¡Wow! Al fin viniste, argentino –me habló una chica que de inmediato reconocí como Paula.
El resto de sus amigos se presentaron, pero olvidé sus nombres en cuanto los mencionaron, no podía pensar en nada más que en tener a Guada junto a mí y en poder verla con mis propios ojos, apenas a unos centímetros de mí.
—Adelántense –les dijo a sus amigos después de las presentaciones—, iré a pasear con Lean por la ciudad, nos vemos después en el baile.
Así fue como Guada se deshizo de ellos, sin importarle las quejas que algunos pusieron, aunque se notaba que en el fondo comprendían.
—¿Ya no vas a ir al cine? –le pregunté, después de que nos quedáramos solos, todavía desconcertado.
—¡Eso ya no importa! ¡Estás aquí! Ese ya es mi mejor regalo de cumpleaños, ¡ven! ¡Te tengo que llevar a saltar en trampolín!
—¡Qué! ¡No!
—Era una prueba –se continuó riendo ella, aunque ahora más calmada—, si no eras el verdadero Lean hubieras aceptado ir al trampolín. ¡Es que todavía no me creo que estés aquí! ¡Eres tú y tus pecas en persona! Pero no te preocupes, te prometí que haríamos lo del trampolín juntos así que lo haremos, no te vas a poder escapar de eso. Pero por ahora, ¡ven! ¡Vamos a pasear por México!
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El amor en los tiempos del internet
Romansa¡Vamos, conéctate! ¿Qué es lo peor que podría ocurrir? ¿Enamorarte de una extraña a miles de kilómetros? ¡Por favor, qué imaginación! Él es argentino. Ella, mexicana. Ambos se conocen a través de un videojuego. Pero el amor que comenzará a nacer ent...