Domingo por la mañana

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Es un domingo por la mañana y nuestra minúscula estrella madre parece hallarse más cerca de nosotros, tanto que su cálido amor ya sentimos excesivo.

En un templo debería estar, pero no es así. Me encuentro sentado en una banca, situada en el extremo de la plaza del pueblo donde resido.

Por el día y la hora, los colonos aquí afuera abundan. Hay niños jugando, mujeres comprando y hombres comerciando. Algunos bendecidos cabalgan en lomos de caballos de hierro.

Con personas alrededor, un sol cálido y voces que no vociferan riñas pareciera que la plaza es morada de paz y reino de armonía; pero no es así.

Normal que los pulmones comunes y abundantes no adviertan la violencia que aquí se respira.

Niños juegan sin protección, no hay adulto alguno que vigile de ellos; sus padres despreocupados, seguramente se encuentran todavía acostados, algunos quizá con resaca.

Así haya bendecidos que poseen caballos de hierro, no hay privilegiado que no tenga deuda alguna, ya sea con el banco, con dios o con su madre; ni hablar de la deuda eterna que tiene con su hermano.

Una niña de 15 años jugando a ser madre, un joven desinteresado aprendiendo a ser padre.

Cuantas personas hay aquí y cada una con su respectiva historia. Algunas tal vez sufran la reciente perdida de un ser querido, otros quizá lidian con la destrucción voluntaria de su hijo.

Cuantos no habrá que no quieran ya volver a casa, porque en su morada no se respira amor.

Ésta es la violencia que yo respiro.

Pero en un mundo de matices, no todo es llanto silencioso.

Entre la multitud se esconde una madre que lucha siempre en favor de sus hijos, superando las barreras que éste mundo le pone. Se esconde un padre comerciante sin estudios, ofreciendo frutas y verduras, buscando pan para los suyos.

Difícilmente podría contar la historia de cada uno de los aquí presentes; novela interesante sería, a consideración he de tomar. Sin embargo, no está de más echar un vistazo a lo que reside más allá de una plaza en un domingo por la mañana; ver más de lo que tus ojos te permiten, respirar más de lo que tus pulmones pueden; sentir más de lo que tu corazón soporta.

Poemas de melancolíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora