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Sin previo aviso los gemelos comenzaron a llorar a todo pulmón, como dos alarmas bien sincronizadas. Dalfe se levantó de inmediato del suelo y se acercó. Trato de hacerlos callar, para que no despertaran a los demás. Aún que, nadie pareció oírlos. Todos permanecían casi inmóviles, respirando de forma regular. Ya cerca de la cuna improvisada hecha con dos sillas de plástico y ropa abultada, percibió el penetrante aroma de los pañales sucios.

Estudió la habitación. A pesar de ser de un gran tamaño, la mitad del espacio estaba ocupado por muebles rotos o en reparación; un juego de sillas sin patas, un armario con un notorio ataque de termitas; varias tablas y pedazos de madera de todos los tamaños; sofás con la tapicería casi inexistente y muebles de plástico mal apilados. No había ventanas y la única iluminación provenía de un foco pelón que Dalfe no se atrevió a apagar. La pintura se levantaba de las paredes gracias a la humedad que generaba burbujas parecidas a las verrugas de un sapo. Cuando abrieron la habitación por primera vez parecía el taller de un carpintero loco, algo que Leoreo aprobaría seguramente. Ese pensamiento le dificulto a Dalfe barrer el polvo, el aserrín, las astillas y otras cosas que la chica no pudo identificar, pero que rasparon su mano con solo tocarlo. Después de acomodar los muebles un poco y limpiar lo mejor posible, fue cuando dejaron pasar a los niños quienes al parecer no extrañaban una cama.

Dalfe fue tras la pequeña pañalera que habían preparado para los gemelos. Sacó un par de pañales que tenían un estampado de dinosaurios, toallitas húmedas que ya estaba algo secas, y los cambio rápidamente como un autómata. Hacía ya varios años que no cambiaba uno, pero lo recordaba a la perfección. Justo cuando termino, escucho pasos provenientes del pasillo. Sin pensarlo siquiera se colocó en guardia de inmediato con daga en mano, dejando a los pequeños a su espalda de forma protectora. En el instituto habían acordado que ese lugar era el lugar más seguro; pero irónicamente Dalfe no lo sentía así.

La puerta se abrió y para sorpresa de Dalfe, se trataba de Bella cargado con una caja tan grande como su tronco y tan pesada que Dalfe temió que se le cayera en cualquier momento aplastando sus pies. Se acerco enseguida y tomó la caja de los brazos de la pequeña; esta soltó un largo suspiro de alivio.

-¿Qué es esto?-Pregunto Dalfe acordándose de la herida en su brazo y llevando la caja a una mesa libre de tres patas en un rincón de la habitación.

-Suministros. Tienen que durar una semana. ¡Ah! Y Arrael quiere que bajes al bar.- Fue extraño como Bella expreso tantas emociones en una sola frase. Dalfe pudo resaltar que hizo una expresión de conflicto ante la mención del mayor y no podía culparla, ni ella misma sabía lo que sentía. Como si ya hubiera terminado se fue al pasillo con su vestido de lana gris ondeando y sus zapatillas resonando en la madera vieja.

Dalfe decidió revisar la caja antes de bajar. No le gustaba sentirse impotente e indefensa y entre más pudiera estar en un lugar que pudiera controlar, sentía que el mundo no se le vendría abajo. Dentro no había nada extraordinario, un par de latas de leche en polvo, una docena de botellas de agua, muchas latas de atún y varios paquetes de galletas. La chica hizo una mueca. No era exactamente una despensa para una semana, pero al menos no morirían de hambre.

Miró a los pequeños de la habitación, esperando a que uno despertara y necesitara de su atención; pero todos seguían en un profundo sueño. Resignada salió, deseando qué ninguno llorara en su ausencia o se topara de casualidad con Purlan. Temía a lo que él podría llegar a hacerles si llegaban a molestarlo. Se recordó a si misma de pedirle a Bella que se hiciera cargo de ellos, mientras averiguaba que quería Arrael.

Bajo las escaleras y llego a la antesala del bar, donde fueron recibidos tan calurosamente la noche anterior y se dio cuenta que era la última en llegar. Arrael la vio primero, había vuelto a su acostumbrada actitud imperturbable y algo ácida. Tenía puesta otra camisa a cuadros no muy diferente a la anterior, solo que ahora tenía las mangas abajo y un bulto causado por vendas que le hacía tener los brazos desiguales. Telma, por otro lado, fue la primera que la saludo; dando los buenos días con una sonrisa entusiasta y casi dando brinquitos; al igual que Dalfe no se había cambiado y seguía con sus jeans negros ajustados y blusa remendada sin mangas blanca; había peinado su cabello en una coleta de lado y ya no se mostraba conmocionada. Kolen sacudió su mano, sus pantalones de lona y playera teñida como el arcoíris se agitaron con él por lo grandes que le quedaban, aunque no durarían así mucho tiempo. Jalin solo la miro con desdén, su chaqueta de cuero rechino cuando gesticulaba con las manos [Llegas-tarde]. Dalfe solo le frunció el ceño de regreso.

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