Crónicas 2

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Desde que tenia conciencia de si misma, Rila siempre ha estado en aquel diminuto espacio con suelo recubierto de papel periódico; paredes de reja tan estrecha que apenas y sus dedos eran capaces de atravesados. Pero nunca se atrevía a sacarlos con temor a que se los cortaran. No importaba que tan hambrienta estuviera o que tan cerca estuviera un plato con comida, era mejor esperar a que alguien se lo aventara y recoger los restos que se atoraban en su cabello.

Siempre tenía miedo. Nunca conoció otra cosa que no fueran los abusos de quienes pasaban frente a su jaula que día a día se hacía más chica. Aquellos abusos iban desde picarla con palos o barras de hierro al rojo vivo, hasta dislocare un hombro por el simple placer de escucharla gritar y verla llorar. Había momentos en el que el dolor era tan insoportable que las lagrimas simplemente dejaban de brotar de sus ojos o se desmayaba.

Había descubierto que si no llamaba su atención, tendían a pasarla por alto. Si no se movía no la miraban dos veces y si no hacia ningún ruido la ignoraban. Si no gritaba cuando le herían se aburrirían y la dejarían en paz. Hasta había veces en las que la daban por muerta y le metían un recipiente entero con semillas, para ver si seguía con vida. Otras veces hasta le tomaban el pulso. Pero al menos no trataban de moverla lesionandola, porque no servía.

Ese día, como en otras ocasiones, utilizaron su método favorito para hacerla reaccionar. La forzaron a cambiar. Obligandola a convertirse en un pajarito no mayor a las manos de sus captores y la arrojaron al aire. Como todas las veces pasadas no podía quedarse inmóvil o se fundiría con el suelo, por lo que no le quedo de otra más que extender las alas y volar lo más rápido y lejos posible. Antes de que sus captores sacaran las armas, antes de que comenzaran a dispararle con proyectiles veloces de metal, que silbaban cada vez que pasaban cerca.

Escuchaba a todos a su alrededor maldecir sin ganas cuando fallaban o reír cuando se acercaban. Estaban jugando con ella, aunque ella no supiera el significado de jugar. Voló hasta su mejor escondite, una grieta amplia en el techo tras una viga. Pero para hacer constancia de su mala fortuna la habían cubierto con resanador. Inevitablemente tuvo que volar en círculos, justo como querían sus captores.

La habitación fuera de su jaula era muy extensa con mesas alargadas alineadas por todo el lugar. El techo estaba a dos hombres promedio de altura, rebosante de vigas y enormes lámparas de luz blanca. En algún lugar, lejos de su jaula, provenía un aroma exquisito. El cual solo empeoraba su hambre. Siempre quiso ir y descubrir que había o si podía comer algo ahí. Pero las balas de sus captores no le permitían ir muy lejos.

Planeo debajo de un asiento y volvió a ascender. Ya se sentía fatigada, lo único que la mantenía en el aire era la adrenalina pura por sus venas. La cual hacía lo que podía con los pocos músculos y calorías de la chiquilla. Llego de nuevo al techo y se poso sobre una lámpara para descansar. La lámpara se sacudió, escucho al vidrio romperse y la habitación se torno un poco más oscura. Aun así no se movió de ahí, ni aun después de la ráfaga de proyectiles que le procedió. 

Solo fue hasta que hubo un cese al fuego y escucho el familiar sonido de la puerta de su jaula al abrirse, que descendió en picada de vuelta a la poca seguridad que su jaula ofrecía. Al tiempo, el mismo hombre de siempre de inescrutables ojos dorados hecho llave a la jaula tras su entrada. 

Todos lo miraban irritados, algunos hasta le gritaron descaradamente "aguafiestas"; pero solo era un acto. Debajo de esto había un respeto y una lealtad inquebrantables. Si que les había arruinado la diversión, pero realmente no harían nada al respecto, solo porque él lo ordenaba.

El hombre fingió una cara de enfado, lo que hizo resaltar la cicatriz que cubría su mejilla izquierda hasta su mentón. Esta era blanca, abultada y grotesca; e increíblemente aquel hombre la hacía ver elegante, como una medalla de la cual sentirse orgulloso. Se dirigió a sus seguidores con una voz grave y suave como la briza marina.

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