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OJOS

No puedo apartar la vista

Perdóname, soy adicta

Si se van me quitas todo

Quédate o lárgate solo

Pero tampoco tan lejos

Solo háblame a los ojos.



El sol aún reina débilmente sobre mi cabeza emitiendo la casi otoñal luz de septiembre cuando estoy dando un paseo en un bosque cercano a mi casa. Busco calma. Calma en el silencio del bosque, calma en el sonido de mis pasos y calma en el zumbido de algún que otro autoavión surcando el cielo ocasionalmente por encima de las copas de los árboles.

Lo cierto es que, aunque intente engañarme, sé que necesitaba este paseo y esta tranquilidad efímera para desconectar de la rutina estresante a la que he estado sometida esta última semana, especialmente por la presión que me ha impuesto mi madre Astrid.

Resulta que tengo dos madres: Astrid y Elsa. La primera es una mujer estricta, persistente y entrometida en absolutamente todo; cualquier detalle es importante para ella. En cambio, Elsa, es más empática y siento que me comprende más que Astrid. Contraponiendo sus formas de ser, juntas son un matrimonio perfecto, la envidia de toda Greenhouse, nuestra pequeña ciudad, de la que, además, Astrid es la alcaldesa. Elsa también trabaja en el ayuntamiento, aunque en un simple cargo de funcionaria.

No obstante, lo que nos hace parecer una familia perfecta es el curioso hecho de que seis de las siete hijas del matrimonio están trabajando o estudiando en el extranjero con carreras prometedoras y llenas de éxito. Y, por supuesto, yo soy la séptima hija, la que aún vive en su casa con sus madres esperando a acabar el instituto en mi ciudad y ver qué hago en un futuro.

Por eso me llaman Seven. Hace diecisiete años, Astrid y Elsa me adoptaron y mi hermana Ellery, que en aquel entonces era la sexta hija y la más pequeña, con tan solo seis años propuso que, si iba a tener una hermana, le gustaría llamarla Seven porque era su número favorito. A Astrid y Elsa les pareció una buena idea, sobre todo porque iba a ser la séptima y última hija que pensaban adoptar.

Pero ahora todas mis hermanas están repartidas por Femtania, nuestro país. Bueno, realmente Femtania es uno de los dos únicos países que hay en el mundo, dado que hace cinco siglos el planeta se dividió en dos grandes territorios: Femtania, donde habitan solo mujeres y lo que antes eran tres continentes llamados Europa, Ásia y África; y, por otro lado, Homotania, donde habitan únicamente hombres, antiguamente un continente llamado América.

Mujeres y hombres no podemos vernos, comunicarnos ni reproducirnos. Salvo las Autoridades, claro, que son las que mantienen contactos formales y virtuales para su política exterior. Sin embargo, también hay una excepción en nuestro modo de vida que interrumpe la normalidad: la Semana del Permiso, un periodo de tiempo de siete días en el que tanto hombres como mujeres pueden viajar donde les plazca sin ningún límite con una única condición: no reproducirse.

La reproducción de la especie humana está muy bien regulada y se lleva a cabo en laboratorios gracias a un sistema de donación obligatoria de gametos femeninos y masculinos que se fecundan y se desarrollan de manera artificial en cápsulas de incubación de última tecnología. Esto permite grandes ventajas como controlar el crecimiento de la demografía, aunque bien es cierto que los hijos no son propiamente de nadie porque no se puede revelar la identidad de los padres biológicos para evitar que la gente vaya en su búsqueda y seguir manteniendo los territorios de Femtania y Homotania en un gran distanciamiento, por lo que se establece un sistema de adopción voluntaria. En caso de que nadie quiera hijas, al menos así funciona en Femtania, se asignan a las familias obligatoriamente, aunque nunca se ha dado esa situación porque la demanda de niñas siempre ha sido muy elevada.

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