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AGUA

Tus labios en una copa,

Bébeme como una droga,

Resbalándome en tu boca,

Secándome, allí, sola.



Las clases se han cancelado durante dos días a causa de todos los destrozos de las protestas armadas de ayer. La mayoría de calles del centro de Greenhouse están devastadas: los asfaltos están quemados, algunas paredes están despedazadas e incluso hay trozos de cristales desperdigados caóticamente por las vías de circulación. Por tanto, es un poco difícil desplazarse, aunque sea aéreamente, porque la ciudad es un verdadero campo de batalla abandonado, hecho por el cual mi madre Astrid ha decretado dos días de parón general de la metrópolis para reparar los daños y volver a la normalidad.

Mientras tanto, a muchos kilómetros del centro de Greenhouse, en mi casa, Félix ya está a salvo y en las últimas horas se ha recuperado. Ayer, después de dejar que la Doctora Selene efectuara su trabajo a sola, la última salió de su habitación y, tras ducharme y esperar expectantemente en el salón principal con mi madre Elsa, nos dijo que ya le había retirado la bala, pero que estaría débil durante unos días porque había perdido demasiada sangre.

El General Erland volvió a altas horas de la noche acompañado de mi madre Astrid. Estaba lleno de rasguños, tenía el uniforme sucio y unas ojeras muy pronunciadas; estaba exhausto, pero, aun así, se había tomado la molestia de revisar personalmente el estado de Félix, uno de sus soldados.

—Podríamos haberle llamado —señaló mi madre Astrid mientras ambos cruzaban el patio—. La protesta ha sido dura, tendía que estar descansando.

—Lo sé —admitió—. Su mujer, Elsa, me hizo una llamada de emergencia en medio de la manifestación, cuando ya estaba allí de vuelta, y me comunicó que Félix se encontraba bien. Pero quiero verlo con mis propios ojos. Es uno de mis hombres, compréndalo.

—Por supuesto —concedió Astrid—. Adelante, le acompaño a su habitación.

Y desde allí, desde el marco de la puerta de mi habitación, vi cómo ambos accedían a su estancia. Acto seguido, me metí en mi cuarto y me fui a dormir con múltiples dificultades pese al agotamiento físico y mental. Además, tal y como había indicado el General Erland, quería ver a Félix bien con mis propios ojos.

Me fiaba de la palabra de la Doctora Selene, pero no era suficiente. No desde que el último recuerdo que tengo de él es su respiración entrecortada, su cabello cobrizo entre mis brazos, mis lágrimas de desesperación y mi ropa negra manchada de sangre. Sin embargo, a pesar de todos esos hechos que se reproducían en mi mente una y otra vez, contenía mis ganas de salir de la cama, descalza, y abrir la puerta de su habitación para comprobar que, en efecto, estaba bien.

Hasta que, a la mañana siguiente, después de asearme y vestirme, aunque sea para estar en casa, encuentro a mis madres cruzando el patio de arcos en dirección a la salida.

—Seven —formula mi madre Astrid—. Te has levantado antes de lo usual. ¿Estás bien, hija? Además, hoy no hay clase.

Asiento y sonrío forzadamente.

—¿Vais a trabajar?

—Sí —afirma Elsa—, tenemos que poner la ciudad en orden, porque desde ayer todo va de mal en peor.

Percibo una mirada potente por parte de Astrid dirigida a Elsa, como si quisiera comunicarle que esa última valoración está totalmente fuera de lugar.

—Pero, tranquila, todo está a punto de volver a la normalidad, no te preocupes —intenta arreglar.

—Eso espero —coincido.

SevenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora