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JUVENTUD

Han pasado tantos años,

Yo nunca los he vivido.

Solo reparo los daños

Que los demás me han vendido.




El inicialmente molesto cantar de las aves me despierta. El primer sobresalto me deja un poco desubicada, aunque, posteriormente, empiezo a encajar las piezas a lo largo del tiempo hasta que completo el puzle mental.

Resulta que ayer, tras ver el vídeo que nos mandó Jen, Félix y yo acordamos que no podíamos quedarnos en ese aparcamiento toda la noche porque no era seguro. Además, tampoco podíamos movernos a ningún lugar en especial, puesto que Jen me dijo que a la mañana siguiente me indicaría el próximo destino. Así que tanto mi acompañante como yo decidimos alzarnos con el vehículo e internarnos en un bosque a las afueras de Skycity hasta la mañana siguiente.

De este modo no seríamos vistos y podríamos salir a estirar las piernas entre la vegetación oscura de la noche durante un rato, ya que Félix había estado más de cuatro horas encerrado en el autoavión mientras yo visitaba a Ebba y conseguía la página del libro en la biblioteca de la facultad de Derecho.

Tras el breve paseo, volvimos a meternos en el reducido espacio del vehículo y, derrotada por el duro y largo día, me quedé dormida a la vez que apoyaba mi cabeza en el hombro de Félix.

Antes de sumirme en un profundo sueño, me acuerdo de que pensé en lo bueno que era Félix: se había quedado en el autoavión durante muchas horas; me había esperado; estaba cometiendo toda esta locura conmigo; estaba protegiéndome; estaba ayudándome especialmente en el ámbito mental, pues me tranquilizaba siempre; estaba descubriendo mis orígenes conmigo... Y todo esto sin proferir queja alguna. Honestamente, nunca he dado con alguien como él y me parece una maravilla que los astros -o lo que sea que haya unido nuestros destinos- se hayan alineado para que hayamos tenido la oportunidad de conocernos.

Aunque estemos rompiendo todas las reglas, sé que él sabe dóndes se está metiendo. Y si él cree que la causa merece la pena, yo confío en su criterio.

Mis reflexiones se desvanecen con el sueño; desaparecen con los rayos de sol filtrándose por las ramas de los árboles en medio del bosque en el que nos hallamos. Con mucho cuidado, desplazo la cabeza de Félix, que está durmiendo a mi lado pacíficamente, hacia el respaldo de su asiento hasta que me aseguro de que está en una posición correcta y cómoda.

También abro la cápsula del vehículo y la cierro detrás de mí con cautela, para no despertar a Félix.

Nada más tocar la superficie blanda de las hojas caídas bajo mis pies, me estiro a la vez que absorbo el olor de tierra y paz que me sugiere este paisaje tan boscoso. Pero enseguida empiezo a sentir el frío casi invernal que me rodea, puesto que, a diferencia de la climatización cálida del autoavión, el exterior gélido de este último me obliga a ajustarme la sudadera térmica negra y abrochármela apresuradamente. Acto seguido, mientras empiezo a andar, meto mis manos en los bolsillos para que también se me calienten.

No me alejo mucho del vehículo por miedo a alguna visita indeseada en la que puedan descubrir la presencia de Félix dentro del autoavión, sino que me quedo cerca del perímetro de manera que pueda divisarlo en mi campo visual entre la vegetación espesa, por lo que tomo asiento en el tronco de un árbol caído y alzo mi muñeca con mi reloj virtual en ella.

Marco el código de Jen: 480192. Me lo sé de memoria desde que recibí aquella carta que parece tan lejana.

Pese a la temprana hora, la melena pelirroja de Jen protagoniza mi holograma suspendido en el aire tras el tercer tono.

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