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NO LO SÉ

No quiero saberlo

Ni entenderlo.

Solo quiero deshacerme

del fervor de mi mente.




Siguiendo el plan que Félix estructuró, a medianoche del día siguiente desfilo hacia el exterior de mi casa y aguardo envuelta en mi sudadera climatizada de color negro entre el frío otoñal, casi tiritando, hasta que la figura de mi compañero de ilegalidades aparece con una sonrisa gloriosa dibujada en el rostro.

—¿Algún problema? —cuestiono susurrando cuando ya estamos caminando hacia el bosque, alejándonos de la enorme morada en la que mis madres concilian el sueño.

Él hace un gesto negativo con la cabeza.

—Todo bien, tus madres no se han percatado de nada.

—Perfecto —valoro más para mí que para contribuir en la conversación.

Nuestros pies siguen el camino habitual hacia el bosque, aunque, a diferencia de mis caminatas habituales, mi mente está en alerta constantemente y no dejo de mirar hacia el palacio cada cinco metros. Hasta que, al fin, lo perdemos de vista en el último tramo de la carretera abandonada antes de adentrarnos en la densidad de la vegetación oscura y temible.

Enciendo la linterna de mi reloj digital para alumbrar el camino por el que andamos y Félix me imita, prendiendo también el suyo a mi lado. Deambulamos en silencio durante todo el tramo hasta que llegamos a la línea principal del bosque.

Antes de acceder a él, Félix me dirige una mirada de soslayo, gesto al que yo respondo con una mirada directa que le obliga a fijar su vista en mí. Comprobando que tengo toda su atención, asiento para hacerle saber que estoy lista; que seguimos con el plan. Él responde con una pequeña curvatura en sus labios y ambos damos un paso adelante hacia nuestro destino.

En la oscuridad de la noche, el bosque parece más peligroso, sin embargo, lo conozco como la palma de mi mano y me guío tan bien como si fuera de día sin necesidad de un mapa virtual. De vez en cuando oímos sonidos de ramas moviéndose por el viento o vislumbramos destellos fugaces de algunos autoaviones sobrevolando las altas copas de los árboles sobre nuestras cabezas.

Caminamos cerca de veinte minutos más hasta que llegamos al otro lado de la colina, casi al borde del municipio contiguo, arropados por su imponente figura alzada firmemente, dándonos la sensación de estar a salvo, seguros, a causa de que perdemos el rastro de cualquier indicio de la ciudad de Greenhouse.

Conozco un lugar donde hay una explanada repleta de árboles que están tan juntos que forman una cúpula casi impenetrable, por lo que, en caso de que pase algún autoavión, no percibirá la luz que emiten nuestros relojes. Sigo andando con la intención de girar hacia la derecha para dirigirme hacia allí, pero me doy cuenta de que Félix está muy atento mirando hacia todas las direcciones posibles con tal de advertir cualquier señal de peligro, así que tomo su mano y hago que se reincorpore por el sendero que tenemos que seguir.

Aprecio cómo el brillo de sus ojos se dirige hacia nuestras manos unidas brevemente y, tras ese casi inexistente lapso de tiempo, reanudamos la marcha hasta que llegamos a la cúpula de árboles inmensos. Una vez dentro, vuelvo a tirar de la mano de Félix para acceder hasta el centro.

—Creo que estamos más o menos a salvo —profiero por primera vez desde que hemos abandonado el palacio—. Llamémosla ya para acabar con todo esto en cuanto antes.

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