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AMOR

Dijiste que era la clave,

Abriste todas las puertas.

No dejes que esto se acabe

Antes de acabar las cuentas.



Las sábanas envuelven tanto mi cuerpo como el de Félix, que está yaciendo a mi lado sumido en un placentero sueño con sus brazos envolviendo mi torso. La verdad es que podría acostumbrarme a esto.

Los primeros rayos de luz ya entran de lleno por la gran ventana de nuestra habitación en el albergue de Stones y me quedo mirando el exterior, el bosque que nos rodea, a lo largo de varios minutos en los que me dedico a saborear y memorizar los detalles a mi alrededor: el tacto de Félix y su respiración en el hueco de mi cuello, las sábanas blancas manteniendo nuestro calor, la chimenea encendida, la vegetación verde, el cantar de las aves contrastando con el silencio...

Definitivamente soy feliz, concluyo. No podría imaginarme nada mejor ahora mismo, solo quiero quedarme aquí para siempre sin que nada cambie, sin que nada avance.

Pero mi paz, mi felicidad y mi silencio se ven interrumpidos por unos pitidos provenientes de mi muñeca. Resoplo a la vez que me percato de que se trata de mi reloj virtual y me apresuro a deshacerme suavemente del brazo de Félix para incorporarme y dirigir mis pies hacia la butaca que hay frente a la cama, junto a la chimenea.

Esos pitidos no son nada más que el tono de notificación que, tal y como estaba pensando, indican una llamada de Jen. Antes de descolgar, bostezo e intento poner cara de estar despierta, sin éxito.

—Seven, querida —saluda Jen cuando pulso el botón de «Aceptar llamada»—. ¿Estás bien?

Me encojo de hombros y analizo su imagen: sus facciones pálidas delatan un poco de preocupación, aunque hace grandes esfuerzos de mantenerse indiferente con un gesto bastante forzado de peinarse la cabellera pelirroja.

—Sí —contesto con naturalidad—, ¿por qué?

—Ha pasado una hora y media desde la hora a la que sueles llamarme cada mañana —explica pausadamente—. Estaba preocupada. Pensaba que te había sucedido algo y que por eso no me llamabas.

Su tono de voz suena casi a un regaño típico que me daría mamá Astrid.

—Oh, no —me excuso torpemente—. Ayer fue un día bastante intenso y he dormido un poco más de la cuenta esta noche —miento.

Procuro que el color que sube a mis mejillas no evidencie mis palabras, pues por mi mente solo vagan algunas escenas con las que me apetece sonreír tontamente cuando las recuerdo: Félix, Félix y simplemente Félix junto a mí, junto a mi cuerpo y sus labios...

«¡Basta!», pienso.

—Considero que me lo merecía después del trabajo rápido y eficaz de ayer —añado con una sonrisa un tanto forzada—, pero, bueno, ya que estamos aquí —pongo los ojos en blanco—, adelante. ¿Qué me espera hoy?

No sé si Jen se ha percatado de mi pésima excusa, ya que no muestra ninguna emoción en su rostro que pueda interpretar. De todos modos, ¿qué más da? No es de su incumbencia lo que haga o deje de hacer por las noches, y tampoco es que conozca la existencia de Félix. Solo somos compañeras en el trabajo, no tengo que compartir información con ella a menos que sea de carácter «profesional».

—Hoy viajarás al sur —empieza, ignorando por completo mi última intervención—, a la ciudad de Suntown.

—Allí vive mi hermana Fallon.

SevenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora