Capítulo 8-Un guardián

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Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros.

Adolf Bioy Casares.

Rosalie no podía quitarle la vista a esa boca con rictus amargo que Alice paseaba por el taller

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Rosalie no podía quitarle la vista a esa boca con rictus amargo que Alice paseaba por el taller. Llevaba tres días con mal humor, irritada y muy molesta. Al parecer, lord Silvery no había pagado lo que le debía. No solo eso, sino que se había visto envuelta en una situación humillante que no estaba dispuesta a olvidar. Su experiencia le decía que era mejor olvidar ciertas cosas y así trataba de hacérselo entender a la madame.

Sin embargo, la naturaleza de cada ser humano es distinta. 

Madame... —se atrevió a decir al fin, cuando Alice llevaba más de treinta minutos con la vista clavada en la nada. 

—Ya te he dicho que no me sigas llamando madame, Amélie. Ya no tengo dinero para pagarte. Así que, técnicamente, ya no trabajas para mí. Deberías buscarte otro empleo...

¿Cómo se le ocurría a Alice decir semejante disparate? ¡Jamás se le ocurriría irse! Y mucho menos cuando su amiga más la necesitaba. El taller de costura estaba en bancarrota, por lo que estaban arruinadas. Todos sus esfuerzos, sus artimañas y sus logros...destruidos. Lo habían arriesgado todo en una sola carta, el vestido que lord Silvery había encomendado, y habían perdido. A ella no le importaba aceptar la derrota, su naturaleza no era vengativa. Pero Alice era fuerte y explosiva y pretendía cobrarse cada afrenta sufrida.  

¿Venganza? A Rosalie le parecía una palabra horrenda, además de pecaminosa. ¡Si ella se hubiera vengado de su tío Jack! ¿Qué hubiera ocurrido? Sacudió esas ideas de la cabeza y se acercó a la pobre Alice con el gesto compungido. 

¡Madame! ¿Cómo se le ocurre? ¡Yo nunca la dejaría sola! Me quedaré aquí, con sueldo o sin él. Siento tanto haberme ido durante...

—¡No me pidas perdón otra vez! No quiero que me pidas perdón por haberte desmayado. Es culpa mía que tengas el tobillo torcido e hinchado! Y haz el favor de sentarte y poner el pie en alto, no quiero que te caigas al suelo y tener que llevarte al médico... ¡Porque ni siquiera hay dinero para eso! 

Rosalie obedeció, incómoda. Los remordimientos la estaban matando. No le había contado toda la verdad a Alice, porque eso supondría desvelar su verdadera identidad y admitir que la había estado mintiendo durante cinco años. Lo cierto era que se sentía egoísta y despreciable. La madame estuvo a su lado en los peores momentos de su vida y ella, en lugar de acompañarla frente a lord Silvery, se había escapado al jardín y se había dejado llevar por la locura como una jovenzuela desvergonzada. 

Así había decidido llamarlo: locura. El dolor del tobillo tuvo que haberla empujado a dejarse besar por lord Goldener. ¡Qué indecencia! ¡Un beso robado en mitad de la noche! En comparación a su primer beso robado, el del primo Francis, no tuvo nada que ver. De hecho, no eran comparables. El del primo Francis le dio asco y rabia mientras que el de lord Goldener fue... fue sencillamente único e inmemorable. Y aunque se sentía avergonzada, no había ni ápice de repugna. Al contrario, cada vez que lo recordaba sentía un agradable cosquilleo en el bajo vientre. ¡Era una historia idílica!¡Digna de un cuento de hadas! 

El Diario de una HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora