Epígrafe

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Era de estatura pequeña, delgada y hermosa. Demasiado hermosa para que los hombres no se enamoraran de ella...de lady Rosalie

—Mi verdadera situación no es asunto suyo, lord Goldener. Ha saldado su deuda. Váyase, por favor. Váyase y no vuelva —suplicó ella, incapaz de mirarlo a los ojos.

 Esos ojos dorados que la visitaban en sueños, que la torturaban.  

—Siento no estar de acuerdo con usted, señora —dijo el oficial, cuadrándose—. Su seguridad, su bienestar y su felicidad son asunto mío porque así lo decretó su hermano antes de morir. 

—¿No quería que ocupara mi lugar? ¿No me pidió que volviera a mi casa? Ya estoy aquí, ahora márchese. Todo lo que he hecho ha sido para proteger a los míos. No sienta una carga en sus hombros que no se merece. Puede irse en paz, estoy a salvo...

¿A salvo? —ironizó, acercando la enorme mano sobre su rostro para acariciar la herida—. Su marido es un animal, un ser sin escrúpulos que maltrata y viola a cualquier mujer que se le cruce en su camino. No puedo soportarlo. Es ruin, un borracho —gruñó, conteniendo la furia. 

—Es mi esposo.

—¡No es su dueño! Se casó coaccionada, en contra de su voluntad.

—¿Y qué quiere que haga, oficial? —lo enfrentó, con los ojos inundados en lágrimas. 

—Quiero que me ame, que me ame solo a mí —La cogió con fuerza y la abrazó con necesidad, besándola con ímpetu. Escondidos en las sombras de la mansión, lejos de las miradas del servicio y de los señores se entregaron a esa pasión prohibida. Esa pasión que arrastraban en silencio y que mitigaba el dolor de lady Rosalie. —Lo siento, lo siento. Prometí protegerla, pero solo la estoy poniendo en peligro —Se apartó. 

—Olvídese por un instante de su promesa y ámeme

El diario de una heredera.

El diario de una heredera

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