Capítulo 1-El oso y la miel

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¡Hola mis Astros Bellos! ¿Cómo están? Cuidaros mucho en esta cuarentena y transformad esta "desgracia" en una oportunidad para crecer :) Aquí empezamos con esta nueva novela que espero que disfrutéis tanto como yo. 

Si el hombre no está dispuesto a arriesgar su vida, ¿dónde está su dignidad?

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Si el hombre no está dispuesto a arriesgar su vida, ¿dónde está su dignidad?

André Malraux.

Hong Kong, China, 6 de enero de 1841

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Hong Kong, China, 6 de enero de 1841.

Había nacido para ser militar. Como segundo hijo del Duque de Wellington, su destino en el ejército era un hecho desde su nacimiento. Mientras su hermano mayor ocupaba el cargo de su padre, él debía dar honor y servicio al ejército británico. Lejos de renegar de sus obligaciones, las aceptó desde bien pequeño con orgullo y regocijo. Amaba su oficio, amaba ser un oficial sin títulos comprados.

Muchos lo llamaban "el oso". Sobre todo entre los cadetes y los soldados rasos. Siempre con el merecido respeto, lo habían apodado de ese modo por sus grandes dimensiones y su ferocidad en el campo de batalla. Alto, recio y vigoroso, de nariz griega y rostro hercúleo, solía ser el protagonista de muchas leyendas reales o no. Las mujeres suspiraban a su paso y no dejaba a nadie indiferente, absolutamente a nadie.

Bajo las órdenes del Coronel Ringwood y del Teniente Silvery, él y su ejército habían vencido. Desgraciadamente, al final de cada guerra había demasiados perdedores en ambos bandos como para sentir una alegría completa. En el suelo se amontonaban los muertos y los heridos y los caballos relinchaban al ritmo de los fusiles en retirada.

Era una escena terriblemente familiar para Galán Goldener a la que ya se había acostumbrado.

Habían sido minutos de agonía, por un momento pensó que no lo conseguirían. La humareda empezaba a desvanecerse y miró a su alrededor. A lo lejos vio a su gran amigo, el Teniente Silvery, reconociendo a los muertos. ¿Dónde estaba el Coronel Ringwood?

Héctor Ringwood había sido su camarada desde los inicios en su carrera militar. Desde que él no era más que un crío imberbe con ínfulas de capitán y Ringwood lo amonestaba con paciencia y lo enseñaba a ser quien era en esos instantes: un hombre con los pies en la tierra, responsable y atado a sus deberes. Lo había salvado en innumerables ocasiones de una muerte segura y se había convertido en una figura ejemplar. Diez años mayor que él, de carácter reservado y con un ducado a sus espaldas, lideraba un escuadrón completo sin titubear y con buenas estrategias. Lo admiraba pero, ¿dónde se había metido?

El Diario de una HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora