Capítulo 13-Amores reñidos son los más queridos

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Allí donde habla el corazón, es de mala educación que la razón lo contradiga.

Milán Kundera.

Jane Moore, vizcondesa de Bedford y madre de Rose, asignó a Rosalie una de las habitaciones principales de la mansión

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Jane Moore, vizcondesa de Bedford y madre de Rose, asignó a Rosalie una de las habitaciones principales de la mansión. Lo hizo con amabilidad y evitando cualquier pregunta que pudiera incomodar a la invitada. 

<<Son buenas personas>>, pensó Rosalie una vez instalada en la recámara. 

—La cena está lista —le anunció el mayordomo después de pasar un día ajetreado con Rose que no la dejó sola ni un solo instante hasta el anochecer. 

—Gracias —dijo con una ligera sonrisa mientras se detenía unos segundos frente al espejo. 

Llevaba uno de los vestidos que Rose le había prometido. Era de color miel con bordados verdes en el pecho y en las mangas. Una doncella, muy hábil con la aguja, había tenido la generosidad de ajustárselo a su talla y debía admitir que le quedaba muy bien. Su peinado, por primera vez en años elaborado por una criada, era de lo más complejo y pomposo que había llevado nunca. No le gustaba ese estilo, pero rose había insistido en que lo llevara para esa noche especial porque era tendencia en los salones londinenses. Así que, ante la premisa de ser la última moda, debió aceptar esa multitud de trenzas enrolladas en un moñete extravagante. 

—¿Bajamos juntas? —interrumpió Rose, engalanada con un precioso traje princesa de color rosa con muselina dorada en la cintura y en los bajos. Estaba radiante y, por supuesto, también llevaba un peinado trenzado—. ¡Hacía tantos meses que lord Goldener no cenaba aquí! Estoy muy feliz de que haya aceptado la invitación de mi madre. Por norma general, prefiere hospedarse en la taberna. Estoy segura de que este es el indicativo de que esta vez sí habrá boda. La verdad es que ya lo estoy deseando. Los salones empiezan a comentar y...

Rose era incansable y su palabrería también. No la recordaba tan habladora o quizás su experiencia en la vida hacía que la viera diferente. Se había acostumbrado al duro trabajo, a las conversaciones necesarias y al tosco carácter de su madame Alice. El almibarado comportamiento de su mejor amiga no era más que una pequeña muestra de lo que se cocía en las altas esferas británicas. La gran mayoría de las jóvenes solían mantener conversaciones superfluas y a comportarse como pastelitos de crema en mitad de una mesa cubierta por mantelería de seda. 

A su lado ella se sentía seca, seria y taciturna. ¿Cómo iba lord Goldener a enamorarse de ella teniendo a Rose como prometida? ¡Qué estupidez! De hecho, no tenía derecho ni a pensar en ese tipo de afirmaciones... ella no era legítima, solo una mujer cualquiera que se había entregado a un hombre en una taberna. 

Rose la guió por un sinfín de pasillos decorados con sumo gusto que ya tenía el placer de conocer gracias a otras visitas anteriores. Pronto llegaron al salón de cenas, un espacio no tan grande como el que tenía ella en su mansión, pero digno de los vizcondes. 

El Diario de una HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora