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Jade

―¿Y tus cosas? ―pregunté a Ashley al bajar del taxi y darme cuenta de que no llevaba ni una triste mochila.

―Ah. Eso, verás... ―Se sonrojó entera y guardó silencio.

Era guapísima, para tener catorce años, al menos. Tenía carita de ángel, con pelo rubio, unos tirabuzones muy marcados y los ojos azules de la familia. Parecía una muñeca de porcelana perfecta. Sin embargo, pese a su aspecto, no debía ser muy lista. No encontraba otra explicación a tanta expulsión.

―¿Qué pasa? ―insistí, a ver si arrancaba con el problema de una vez.

―No tenía dinero para un taxi. Así que he ido al aeropuerto en metro y no quería llevar muchas cosas, porque tenía que caminar mucho rato y eso... ―Se sonrojó aún más y sacó algo de su bolsillo trasero.

El pasaporte. Eso era todo lo que cargaba. ¿Ni ropa interior? Suspiré y paré al taxi de nuevo antes de que se fuera. Pensaba llamar a Gabbs en cuanto pudiera para que viniese a por ella, pero seguramente tendría que pasar conmigo mínimo un par de días, y no pensaba dejar que lo hiciese con el chándal que llevaba. Era de un color marrón horrible y tenía pinta de ser viejísimo. Le quedaba un poco corto incluso.

―Vamos a por ropa ―le dije, haciendo que montase de nuevo en el taxi.

Le di la dirección de mi zona de tiendas favoritas al taxista y esperamos hasta que el guardaespaldas volvió a subir, con gesto de desaprobación, pero sin pronunciar una sola palabra. Debía hablar con mi padre cuanto antes para solucionar aquello. No soportaba ni un poquito tener a esa gente pegada a mí todo el tiempo. Si querían seguirme de lejos, allá ellos, pero no podía llevarlos como una mochila colgados de mí todo el tiempo.

Aunque para las prácticas ilícitas mejor no llevarlos de ninguna manera, aunque ese era otro tema.

Saqué mi móvil del bolso y lo encendí por primera vez desde la tarde anterior. Tenía varios mensajes de mi padre, para saber si todo iba bien. Le escribí para decirle que Ashley había llegado sana y salva. Y añadí un muy malintencionado «por si te interesa».

―¿Vives en Las Vegas? ―me preguntó la niña con algo de timidez.

La verdad es que no nos habíamos visto mucho. Apenas nos conocíamos y tampoco tenía mucho interés en hacerlo. No es que yo sea mala persona, es que, si tenía que encariñarme con todos los hijos de Bill, no haría nada más en todo el día. Además, pasaba por un momento personal bastante egoísta y por horrible que suene, no quería tener una niña colgada de mi cuello. ¿En qué momento encajaba entre el trabajo y robar? Era imposible.

―No. Vivo donde tenga que vivir. No tengo un lugar fijo. Viajo mucho.

Me pareció que buscaba forma de seguir la conversación, pero la respuesta de mi padre llamó mi atención. En realidad, me decía que claro que le interesaba y me pedía que le llamase yo. «Ya que no parece que recibas mis llamadas», me dijo él, con tanta mala intención como le había escrito yo, o eso me pareció.

Yo me limité a silenciar el móvil y tirarlo dentro del bolso otra vez. El taxi volvió a parar, así que le pagué y salí una vez más. Ashley lo hizo frotándose los brazos. Debía tener algo de frío. Podía comprarle un abrigo también, de todas formas, iba a pagar Bill.

Entré con ella a mi tienda favorita y señalé las largas filas de ropa. Era enorme, de hecho, era inmensa y había ropa de todo tipo. Yo solía vestir formal, pero también tenía ropa más «normal» para los escasos momentos en los que no trabajaba. En cualquier caso, comprar ropa era una adicción. Tenía armarios llenos de ropa sin usar, pero no podía renunciar a ella, y al sentimiento de satisfacción de la ropa nueva entre mis manos.

Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora