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Jade

Alay no me apartó cuando le besé. De hecho, hizo todo lo contario. Llevó las manos con las que sujetaba mi cadera hasta mi culo y me pegó contra sí, subiéndome las piernas para que le rodease. Se movió por la sala y tiramos un par de vitrinas por el proceso. Me pareció que no se rompía nada, pese al estruendoso ruido que iban produciendo a nuestro paso, debían ser de buen material. En cualquier caso, no paró a comprobar el destrozo.

Sentí algo frío a mi espalda y me di cuenta de que me había apoyado contra la cristalera. La adrenalina de tener solo una fina lámina trasparente entre mi espalda y el mundo, a tantísima altura del suelo, se unió a mi excitación, para hacerme gemir con fuerza.

Alay se separó un segundo de mis labios para mirarme a los ojos, pero no pronunció palabra antes de volver a devorarme. Llevó las manos a mi vestido y la cremallera se deslizó con suavidad por mi costado. Tironeó de él y lo sacó sin esfuerzo por mi cabeza, para dejar expuesto un conjunto de ropa interior blanca y muy sexi. Era posible que me lo hubiera puesto con la intención de acabar la noche enseñándoselo.

El ladrón se quitó también la chaqueta del traje y yo aproveché para llevar las manos entre nosotros y deshacerme de su camisa. No se quejó, me dejó hacer mientras mordisqueaba mi cuello y mi barbilla.

―No te imaginas lo cerca que estás de volverme loco ―me dijo con un tono que me pareció regañina, mientras bajaba los labios a mi escote y lo besaba y mordisqueaba con ansia―. Haces que me olvide de la lógica y que quiera ponerte en una vitrina, princesa. Quiero que solo tú seas mi botín. ¿Ves lo mal que está eso?

Me bajó de golpe de sus brazos y pensé que iba a separarse de mí. Me asusté un segundo, mientras volvía a apoyarme con dificultad en mis enormes tacones. Sin embargo, me dio la vuelta y sujetó mis manos para que las apoyase en el cristal, dejándome de frente a la ciudad. Besó mi cuello y mi espalda y sentí la piel caliente de su pecho contra mi propia piel cuando se pegó a mi cuerpo. Mordisqueó el lóbulo de mi oreja y yo gemí extasiada, mientras me sacaba los pechos del sujetador sin ninguna delicadeza.

―Tú también me afectas ―le regañé, aunque mi voz salió temblorosa y entre gemidos en cuanto atrapó mis pechos entre sus manos y rozó mis pezones con dulzura.

―No tienes ni idea de lo mucho que voy a afectarte, princesa ―me dijo con un gemido, pegando su empalme a mi culo, aún oculto bajo el tanga―. Y no solo eso, Jade, a partir de ahora, olvídate de tu vida tal y cómo era. A partir de ahora, esto es lo que tendrás. No solo Las Vegas, haré que el mundo entero esté a tus pies.

Ni siquiera pude entender del todo sus palabras, antes de que se moviese de nuevo. Apartó el tanga, ni siquiera me lo quitó y se introdujo en mí con suavidad. Llevaba tanto tiempo sin sexo de verdad, que me costó un poco acostumbrarme a su intromisión, aunque él fue dulce y cuidadoso. Siguió murmurando cosas que apenas entendía, sobre dinero, belleza, vitrinas y piedras preciosas, pero que me excitaban cada vez más. Quizá por la adoración de su tono de voz, la necesidad.

Podía entender que necesitase rodearse de todo el lujo del que le habían privado, que necesitase las cosas bonitas que no habría podido ver durante años, que acumulase en aquella cueva maravillosos tesoros. Y yo quise lo mismo para mí. Quise las cosas que nunca había podido disfrutar por creer no merecerlas, pese a tenerlas al alcance de la mano.

Y quería aquella «torre de cristal» que él acaba de crear para mí, no la que mi padre había usado para encerrarme. Quería la del ladrón, llena de secretos y trofeos. Repleta de sexo, promesas y belleza. Le quería a él. Y quería el mundo a nuestros pies, ajeno a nosotros, sin saber nunca lo que hacíamos en nuestro escondite. Porque Alay lo convirtió en nuestro, de alguna manera. Volaríamos sobre el mundo, mirándolo, tomando lo que quisiéramos, pero sin dejar que nunca más volviese a tocarnos de verdad. Seríamos los reyes de la baraja...

Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora