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Madrugada del martes

Jade

Estaba tan cansada que no me sorprendió nada mi aspecto en el reflejo del ascensor del hotel. Tenía el maquillaje corrido de frotarme los ojos y parecía un oso panda, pero no pudo importarme menos. De hecho, se me escapó una sonrisa. Pese a que eran más de las dos de la mañana, estaba volviendo del trabajo a la suite y al día siguiente tenía que volver a estar en el despacho a las siete.

En ese momento, no me importaban una mierda las canas, las arrugas, ni el aspecto deplorable que tenía en general. Por fin tenía algo que me llenaba en la vida otra vez, aunque fuese robar a mi padre. No, no era eso. Era Alay y su grupo. La adrenalina de esa mañana en el hotel había sido bestial. Hacer algo prohibido, algo que no debía, algo solo para mí y no para mi padre...

Incluso saludé a los guardaespaldas al entrar a mi suite. Me miraron raro, no supe si por las pintas que llevaba o por mi alegría palpable, pero me dio igual. Fui directa al baño al entrar y me quité la ropa para darme una ducha rápida. No tenía energía para lavarme el pelo, ni demorarme mucho.

Al desnudarme me di cuenta de que seguía sin bragas. En realidad, había sido muy consciente todo el día, pero estaba quedándome dormida hasta de pie. Rebusqué en la chaqueta del traje que había tirado al suelo, pero no había ni rastro del tanga negro... ¿Dónde...?

Vacié el bolso en el suelo y miré por todas partes, pero no estaba por ningún lado. ¿Qué había pasado? Lo di por perdido. ¿Qué más daba? Tenía el armario a tope de ropa. Así que me di esa merecida ducha. Solo esperaba que no se me hubiera caído en el despacho, sería muy raro explicarle a mi padre por qué había dejado el tanga atrás.

Sin embargo, cuando estaba debajo del agua templada, se me ocurrió otra idea. ¿Por qué había querido ese ladronzuelo tan habilidoso que me lo dejase en el bolsillo? Me reí de nuevo, yo sola y salí de allí, para envolverme con el albornoz. Era tarde, ya debía estar dormido. Quizá podía robarle yo algo a él, que aprendiese que conmigo no se jugaba, o que, si se jugaba, pero que yo lo hacía también...

Aunque me fastidió el plan cuando aún no había empezado. Al salir al balcón me lo encontré allí, en el suyo, claro. Estaba sentado en una silla, tan tranquilo, con una copa de whisky en la mano y mirando las luces de la ciudad con aire distraído.

―Buenas noches, vecina ―me sobresaltó ligeramente, pese a que ya le había visto.

Llevaba un pantalón ancho de color gris y una camiseta de manga corta blanca. Estaba descalzo. Y tenía algo muy llamativo. No hubiera sabido decir qué, pero era como si brillase con luz propia. Me atraía más de lo que me había atraído jamás nadie. De hecho, allí, mirándole bajo las luces brillantes de Las Vegas, me di cuenta de que me gustaba de verdad. Y nadie había logrado gustarme de verdad, ni para más que un revolcón, jamás.

―Buenas noches, ladronzuelo ―repliqué―. ¿Me invitas a una copa?

―Por supuesto, princesa.

Se levantó del asiento y entró en su propia suite. Salió un momento después con los dos vasos llenos de whisky caro con hielo. Sonreí y cogí el vaso sobre la barandilla.

―Gracias, Al.

―¿Estás bien? Es tarde.

Me escaneó con la mirada y me alegré mucho de haberme duchado y quitado el maquillaje al menos, aunque mi pelo estuviera mal recogido en un moño torcido y pesado.

―Mi sustituto ha llegado por la tarde y mi padre quería que le pusiera al día de todo hoy. ―Puse los ojos en blanco con disgusto―. No me ha dejado largarme hasta que no ha estado satisfecho... Creo que piensa que me largaré de improviso en cualquier momento...

Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora