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Alay

Jade me miró con sus ojazos azules, tan profundos que parecían gritar todos sus pensamientos. Y supe todo lo que sentía sin necesidad de palabras. Me aterró, de verdad. Estaba acostumbrado a tener a gente dependiendo de mí, pero no a nadie que confiase ciegamente de esa forma.

Quise gritarle que yo no era bueno para ella, que saldría mal parada. Que no habría vuelta atrás si se empeñaba en seguirme, pero no me atreví. Sentía su corazón entre mis manos y no quería rompérselo. Dios, quería meterlo en una caja fuerte para que estuviera a salvo. La metería entera en una caja fuerte, pero yo, mejor que nadie, sabía que no había ningún lugar inexpugnable.

Estuviera donde estuviese, si Jade se empeñaba en seguir mirándome con esa confianza ciega, estaría en peligro de perderlo todo, incluido su corazón, porque yo no sabía proteger las cosas, solo sabía asaltarlas y corromperlas. Por eso la sacaría de allí, antes de que fuera tarde y la dejaría atrás, antes de perdernos los dos.

―El ascensor está a tu izquierda. Esas cámaras las ha desconectado Jade con el inhibidor, así que podrás llegar hasta el despacho sin problema ―me explicó Bob, aunque yo ya sabía esas cosas, no en vano lo había planeado yo―. Más arriba del despacho hay doble seguridad, cámara y térmica, y el inhibidor no sirve.

―Lo sé, idiota.

Pulsé dos veces el botón del ascensor y esperé impaciente. Mi traje era idéntico a los de la gente de seguridad, solo por si acaso. La gente que me viera me confundiría con ellos y, los empleados eran todos nuevos, así que seguramente tampoco me reconociesen.

―A partir de ahora te guía Ethan, yo tengo que ir a preparar el transporte ―me dijo Bob.

«Mejor», pensé para dentro. Bob era, sin duda, uno de mis empleados más útiles, pero también era el más pesado con diferencia. Así que mejor que condujese y dejase las conversaciones para Ethan, que nunca solía pronunciar ni una palabra innecesaria.

Al salir del ascensor, eché un vistazo alrededor, pero allí no había nadie. No era raro, pasada la sala de control, no habría gente trabajando. Era tarde para eso. Sin embargo, el ascensor de al lado pitó, llegando a mi planta. Maldije en silencio y me metí en el despacho donde Jade había dejado la alfombra.

―Han visto el ascensor subir desde la sala de control, creo ―me explicó Ethan―. Echará un vistazo y se irá, escóndete.

Me metí debajo del escritorio, por si acaso. Y esperé. Me hubiera gustado estar más nervioso, pero la verdad es que aquello era un día en la oficina para mí. Apoyé la cabeza en la madera y dejé pasar el tiempo para asegurarme, mientras miraba la alfombra apoyada en la pared.

No pude evitar sonreír al recordar a Jade tendida en una de ellas la noche anterior. Casi parecía poético que me hubiera hecho sentir tan bien su forma de aferrarse a mí, de mirarme con amor y confianza... De pequeño, con unos seis años, pensé que podría volar con una alfombra y salté de una ventana de un tercer piso. Me rompí las dos piernas.

Ese día aprendí dos cosas: que durante unos segundos se podía volar y que quería sentir esa adrenalina para siempre. En cuanto me recuperé, empecé a buscar otras formas de sentirme así. Y Jade había logrado una sensación mucho mejor la noche anterior, mejor que nada que hubiera sentido antes, sin esfuerzo. Con ella me había dado cuenta de que podía volar durante minutos y no durante segundos. Y yo quería mantenerla a salvo.

Sabía que yo jamás podría dejar aquella vida. Daba igual el dinero que reuniese, porque siempre necesitaría sentir aquello una vez más. Y cada vez tendrían que ser golpes más grandes y difíciles, porque cada vez sentía menos al hacerlo. Y no quería depender de nadie para sentirme así. Podría lograrlo con Jade de nuevo, pero lo que sentía por ella me abrumaba y asustaba. La dependencia era nueva para mí. Y me aterraba.

Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora