Capítulo 6

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Esa mañana César decidió ir a almorzar a la casa de sus padres mientras Max estaba en el colegio. El sol se posicionaba con fuerza sobre el jardín de su madre, dejando que todas las plantas tomaran una perfecta tonalidad.

—¡Hijo! —La voz de su madre lo hizo detener sus pasos hacia la entrada —. ¿Cómo estás?

—Hola madre —besó su mejilla.

—¿Max dónde está? —quiso saber sacudiendo sus guantes de jardinería.

—En la escuela, iré a buscarlo luego de almorzar aquí para que pase la tarde con Irene —sentenció.

—No te agrada mucho la idea.

—Son sus abuelos, quiere verlos, no puedo negarme a pesar de que sé van a intentar sacarle información que me perjudique —confesó peinando su cabello.

—Nadie tiene que decir nada sobre cómo crías a Max. Él lo sabe, tú también, y es un niño precioso y educado —lo calmó acariciando su brazo.

—Las notas de su maestra no dicen lo mismo, además sé que ella habla con Irene sobre Max. Son amigas, la tiene al tanto.

—No caigas en sus amenazas, César. Esa mujer habla por el dolor de no tener a Casandra. No se atrevería a llevarte ante un juez ni que Maximiliano pase por semejante episodio.

Ojalá pudiese creerle, ojalá esa sensación que lo mantenía en alerta no se adueñara de su mente todo el tiempo como venía haciéndolo desde la última conversación con su suegra.

—Si no me lleva por Max lo hará por Casandra. Cualquier cosa le servirá para verme pagar por lo que hice —admitió de repente con pesar.

—César...

—Déjalo mamá, que no vine a amargarme el día ni para recordar a mi esposa. ¿Qué tienes para almorzar? ¿Papá ya está adentro? —refutó metiéndose a la casa guardando la suficiente distancia entre ambos para que su madre quedara más preocupada por verlo a la deriva, por no encontrar un punto en su vida que lo hiciera dejar de culparse.

—Tu padre está haciendo un caldo con varias verduras de la quinta.

El olor a madera con barniz lo recibió en la sala y su padre apareció con un trapo sobre su hombro.

—César, que sorpresa.

—¿El almuerzo demorará mucho? Tengo asuntos que atender —comentó dejando el saco sobre el sofá de la sala.

—En diez minutos serviré.

Mientras su madre le relataba el último episodio de su enfrentamiento con los vecinos, recargó su cuerpo contra la mesa de la sala pensando que en apenas algunas horas aquella joven iría a su casa para ayudar a Maximiliano en el vivero, y eso lo inquietaba horriblemente.

Recordaba la forma en la que se enfrentaron en el evento la noche anterior y solo de pensar en aquel vestido negro mordía su lengua con rabia. Estaba comportándose como un jovencillo.

Su corazón seguía anclado en un duelo de años. ¿Cómo pasar por alto el haber compartido más de una década juntos y ahora aceptar que ya no estaba, que su hijo crecería y exigiría respuestas?

La figura de su madre caminando hacia la biblioteca con algunos libros de botánica llamó su atención.

—¿Qué vas a hacer con esos libros? —preguntó acercándose.

Oh, los estaba leyendo en el jardín, voy a guardarlos —exclamó.

—¿De qué tratan? —se interesó tomando uno entre sus grandes manos.

Corazón egoísta © (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora