Capítulo 10

23.7K 1.6K 688
                                    

—¿No quieres que te ayude?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿No quieres que te ayude?

—Ya estoy terminando, quizá puedas preparar la mesa. Max le gusta hacerlo —indicó dejando una servilleta sobre su hombro.

Desde su lugar, apoyada contra el marco de la puerta, Sarah tenía el panorama de toda la espalda ancha y fuerte de Cesar enfundada en su camisa blanca, así como aquel pantalón firme en sus piernas ceñido a su trasero.

Carajo ¿Este hombre podía ser más grande?

—¡No es cierto, no me gusta poner los platos en la mesa!

El grito de su hijo lo hizo bufar, y a ella reír suavemente.

—No te preocupes, ya lo hago yo.

Por el rabillo del ojo la vio deambular por ese inmenso espacio que hoy se lo tornaba diminuto casi que asfixiante con ella allí. Sarah se agachó en busca de los cubiertos que él muy sutilmente con un gesto de su mano le indicó donde los guardaba.

Como un imbécil al que el deseo por el sexo femenino había resurgido con fuerza desde que apareció esa mujer, trazó su mirada por el contorno de su cuerpo, la manera en la que su trasero resaltaba en esos vaqueros apretados.

—¿Este está bien? —lo sorprendió rápidamente girando en sus talones con lo que parecía ser un tenedor, o un plato. Ya no podía diferenciar ante el mareo que le dio girar la cabeza tan de prisa.

—Eh, sí. Da igual cual sea —carraspeó terminando de sacar la pasta de la olla.

Sarah se acercó deleitada por aquellos colores y sobre todo el aroma que la llevó casi que flotando. Desde ahí, la colonia de César la inundaba y sus dedos se retorcían de solo saber que estuvo ante la faceta hogareña de ese hombre, que iba a comer lo que él preparó y, sobre todo, no menos importante, pagó todas sus compras.

En palabras de Tobías, le diría ahora mismo que quería acallar ese deseo de una única manera. ¿Amigos con derechos había dicho? Algo así, aunque sonara muy loco. Aun así, aguardaba a que él le dijera que lo ocurrido en su casa fue un error. Era lo que claramente pasaría, debía soportarlo y juntar su orgullo. Al menos hasta entonces no decirle lo mucho que quería que la tocara de nuevo, sentir sus labios, lo poco profesional que estaba siendo.

—Que bien huele —susurró con su vista clavada en la olla. El silencio reinó. ¿Lo había dicho bien, cierto? —. La comida, me refiero —apretó sus labios cohibida llevando en sus manos los tres platos y cubiertos.

César sacudió su cabeza y terminó de alistar la bandeja para poder cenar de una buena vez. La incomodidad no tenía que ver con no quererla en su casa a esas horas de la noche, sino él no saber como comportarse y manejar el embrollo en su cabeza.

¿Qué pasaría cuando Max se acostara? ¿Se iría antes?

¿Acaso te importa? No, no.

¿De qué hablarían?

Corazón egoísta © (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora