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Atenea sale de la tienda apenada. Luke ha desaparecido por completo. Parece que su cuerpo se ha evaporado. Pero es de noche y el rubio no es mar. Aunque a veces junto a él se siente entre olas. Como si un vaivén de sentimientos la moviesen por dentro como lo hace exteriormente el agua. Sin embargo, sabe de qué se trata esa sensación. Hacía bastante tiempo, desde primaria para ser exactos, que no tenía un amigo. Su corazón late frenéticamente cuando se trata de pensar en el muchacho porque solo desea pasar tiempo con él. Al fin se siente escuchada y sin ser juzgada por lo que dice. No obstante, siente un dolor en el pecho cuando se da cuenta de que la ha dejado. Atenea no tiene miedo de andar sola por las calles. Al fin y al cabo, es algo a lo que está acostumbrada. Pero prefiere tener su compañía.

Deja a Ariel en el suelo y da un suave tirón de la cuerda que rodea su cuello para que su mascota comience a andar al ritmo de ella. Suspira tan fuerte que crea eco en la avenida. Mira al cielo y se fija en las estrellas. Unas más brillantes que otras. Se pregunta si las que ve siguen vivas, ya que leyó en algún libro que aunque mueran, su luz se sigue proyectando durante un tiempo. Y sin saber de qué manera, un pensamiento pasa a otro, y luego a uno distinto, hasta acabar pensando en su destino.

Es algo que en cierta parte le entristece. Es una chica de dieciséis años que vive con sus abuelos. No conoce a nadie más. Tampoco es que haya alguien. No ha dado nunca un beso. No sabe qué es una fiesta y nunca ha experimentado la confianza de una mejor amiga.

Atenea adora este lugar pero a veces le fastidia no poder hacer vida normal como cualquier otra adolescente.

El camino se hace relativamente corto cuando se encuentra absorta entre sus pensamientos. Saca las llaves de su bolsillo y el pequeño cascabel que tiene como adorno hace que Ariel ladre juguetona.

— Silencio. Es tarde.

Susurra Atenea. El animal, como si de un humano se tratase, agacha la cabeza avergonzada. La peli-negra se descalza para cruzar por la arena hasta su vivienda. El mar está tan tranquilo que no puede dejar de mirarlo. Ariel la imita. Dicen que los perros se parecen a sus dueños y es algo que representa la relación entre ambas.

Las dos podrían vivir bajo el mar si pudiesen.

La joven, cuando se encuentra frente a la puerta de casa, agarra el pomo con fuerza. Muerde su labio y resopla. Sabe que no debe hacer esto pero es lo único capaz de callar sus demonios que han comenzado a aturdirla. Deja las llaves bajo el felpudo y sale corriendo hacía el océano, deshaciéndose de la ropa por el camino, dejando sus prendas regadas por la arena mojada. Junta sus manos y se introduce en el agua, creando un gran chapuzón.

El agua rápidamente la acoge, como si fuese alguien más de la familia y la rodea, sintiéndose para Atenea, como un abrazo. La peli-negra flota y coloca su cuerpo en línea recta. Mientras observa la profundidad del mar, lo golpea con sus pies para seguir moviéndose.

Cualquiera que la viera juraría que es una sirena.

Sale a la superficie y toma una gran respiración. Acaricia sus brazos empapados y sonríe sin poder evitarlo. Cuando nada, no tiene problemas. Sus pensamientos negativos se ahogan callando su malestar. Solo hay sitio en su mente y es para el mar. Su corazón bombea tan deprisa que lo siente en su garganta.

Es justo lo que siente una persona enamorada al estar con su amante.

Ariel ladra al ver a su dueña sumergida entre el pequeño oleaje que forma el viento al chocar contra el agua. Moja sus diminutas patas en la orilla y da vueltas sobre si misma sin poder contener la alegría.






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Luke, por otro lado, sale del baño frotando una toalla contra su pelo con intención de secarlo. Las pequeñas ondas se acomodan sobre su cabeza y, aunque el rubio las odia, no hace nada por cambiarlas. Tampoco ha traído productos para dejarlo liso.

Seca sus oídos mientras coge el móvil. Ni una llamada de Petra. No le extraña. Espera que le haya mandando un mensaje pero, tras comprobarlo, se da cuenta que tampoco. Sin más rodeos, presiona el botón verde y coloca el teléfono en su oreja. Un pitido. Dos. Tres. Cuatro. Cuelga y vuelve a intentarlo otra vez. Su corazón le dice que puede que la joven esté ocupada, pero su mente lo atormenta con sus mayores complejos.

¿Está siendo insuficiente para ella? Definitivamente. Ella merece mucho más que alguien que solo quiera llamarla y decirle lo mucho que la adora. Porque realmente es lo que siente.

¿Debería darle más espacio?

Su estómago se cierra en un nudo cuando escucha el contestador de voz. Tenía estúpidas esperanzas en que esta vez iba a contestar.

— Hola, Petra. Soy Luke. Supongo que estarás ocupada y no es mi intención molestarte, pero me gustaría hablar contigo. Te...—Se queda callado. Recuerda la última conversación y muerde su lengua para no empeorar las cosas. Porque siempre empeoran por su culpa.— Espero que estés bien. Llámame cuando puedas. Y quieras, por supuesto.— Añade con voz desesperada.— Buenas noches.

Pulsa el botón rojo y deja el aparato en el escritorio que está frente a la cama. Se sienta en el colchón. Cierra los ojos cuando la brisa se cuela por el balcón. Aunque sigue haciendo frío, no se molesta en cerrar la ventana.

A pesar de que el agua no es compatible con su estilo de vida, debe admitir que el olor que desprende hace que, por intuición, tome una gran bocanada de aire, llenando sus pulmones, queriendo impregnarse por completo del aroma.

Un ladrido le hace arrugar la frente. Suena como un estruendo ante tanta tranquilidad. Se levanta y camina hasta quedarse en la valla. Apoya sus brazos y relaja sus hombros. Achina sus ojos para observar mejor a la causante del ruido y sonríe al darse cuenta de que es Ariel.

Se siente un completo idiota por haberla dejado junto a Atenea en la tienda. Pero el miedo ha hecho de sus movimientos un error que ni siquiera pensó. No sabría explicar que siente cuando mira a Atenea. Toda la tristeza de su vida se aleja tan rápido como la sonrisa que se expande por sus labios.

Es tan preciosa. Tan delicada. Tan frágil como las gotas de agua que se desvanecen cuando pasas un dedo por ellas.

Apoya la cabeza en su mano hecha un puño y observa como la chica se sumerge una vez más en el agua. Sonríe sin darse cuenta. Quería saber mucho más de ella. Probablemente toda su vida si es necesario. La manera que tiene de expresarse lo convierte en un niño pequeño ilusionado por ver sus dibujos favoritos.

Y eso le aterra.

Quisiera poder preguntarle a su cabeza el por qué de sus pensamientos pero su corazón no quiere saber la respuesta. Atenea es como un ángel caído del cielo para alguien tan desastroso como Luke. Ella es agua y él es fuego. No son compatibles. Y, aunque lo fuesen, Petra es la mujer que ocupa la vida de Luke. Porque está tan enamorado que quiere llorar cuando la tiene entre sus brazos. Pero, aunque sus amigos no lo crean, sabe que algo anda mal con ella. Solo que, no quiere asimilar algo tan doloroso.

Y, tras escuchar la risa de su amiga al salir del agua, se da cuenta de que mientras esté allí, nunca se sentiría despreciado.


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▫️I'M BACK!

▪️¿Qué tal estáis? Espero de corazón que bien.

▪️Sé que este capítulo es más corto de lo normal pero mi idea era dejar plasmado las emociones de cada uno.

▪️ El próximo será largo I promise.

▪️ Atenea sweetheart, a mis brazos :(

▪️ Si te ha gustado por favor deja tu voto y tu comentario porque eso solo hace que tenga aún más ganas de seguir actualizando.

yours sincerely, clersia

OCÉANO | lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora