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Jisung llevaba un beanie, una chaqueta abrochada hasta el cuello, un pantalón y botas, todo de color negro. También tenía gafas de sol.

El tatuador creía que se trataba de la misma ropa que había usado la primera vez que se habían visto en la tienda de tatuajes, pero era difícil asegurarlo.

La ropa ya no se veía igual en él.

Él ya no se veía como él.

Desde la distancia se podía apreciar una extrema palidez, mejillas hundidas y una increíble pérdida de peso.

La chaqueta ya no se ajustaba perfectamente a su cuerpo, sino que bailaba con éste. Sus pantalones ya no tenían muslos que abrazar, y Chenle estaba seguro de que el pintor se había visto obligado a usar cinturón para que no se cayeran. Las botas ya no parecían una extensión de su cuerpo, sino una incomodidad para su caminar. El beanie estaba mal colocado, y las gafas intentaban ocultar algo. Su postura ya no era recta, y su mirada parecía haberse convertido en la mejor amiga del suelo.

Y no había seguridad en él cuando se paró frente al atril, y no miró a nadie cuando comenzó a hablar.

—Buenas noches —Saludó.

Ya no hablaba en un tono firme y alto. Ahora su voz era un pequeño, roto y frágil susurro que el viento podría llevarse cuando quisiera sin pedir ningún tipo de permiso.

El estómago de Chenle se revolvió. Sentía una terrible necesidad de llorar.

—Gracias por venir a mi exposición. Estoy muy agradecido por...

Pero Chenle no escuchó ni una sola de sus palabras, pues estaba demasiado concentrado en sus manos temblorosas, sus labios quebrados, sus mejillas sin color, su cabello despeinado y la visible caja de cigarrillos en el bolsillo delantero de su chaqueta.

No había estado listo para algo así. No habría estado listo nunca, mejor dicho.

Había deseado verlo feliz, sin dolor en el rostro, con una sonrisa de superioridad. Había deseado verlo junto a otro chico, amándolo, besándolo pasionalmente por todos los rincones de aquella galería.

Verlo feliz junto a alguien más habría sido menos doloroso.

—Tal vez se pregunten qué hay detrás de estas mantas —El tatuador finalmente logró escuchar sus palabras, y con los ojos vidriosos lo vio señalar la obra a su espalda—. Es una larga historia, pero voy a contarla. Necesito que la entiendan para que puedan sentirla también.

Pero Chenle, quien solo podía contener la respiración, no necesitaba saber la historia. Él era parte de la misma, y sí que la había sentido.

—Viví un tiempo difícil. Aún lo vivo, en realidad. Perdí a muchas personas que amaba, me dejaron, y yo me perdí con ellos —En su voz ronca había una tristeza palpable, y la sala parecía haberse vuelto tan negra como su ropa—... Fue durante mi primera perdida, la muerte de mi abuela, que lo conocí. Conocí a mi tatuador sin tatuajes.

La sala estaba silenciosa, tal vez demasiado, pero la mente de Chenle estaba llena de gritos que le ordenaban abrazarlo.

—Quería hacerme un tatuaje en su honor, una libélula, y mi tatuador marcó en mi piel todo el amor que se había ido con ella. Me abrazó esa vez, y nadie más lo había hecho... Y sentí que tenía esperanza.

Pero no era suficiente.

—Lo invité a cenar cuando ocurrió mi segunda perdida. Ese fue mi intento desesperado de pedir ayuda cuando aún la quería —Su pecho se apretaba lentamente. La historia, pensó Chenle, puede ser realmente distinta desde otros puntos de vista—... Hablamos, nos conocimos, y me gustó. Tal vez demasiado.

El Tatuador De Libélulas |CHENSUNG|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora