Capítulo IX

990 126 170
                                    

Cuando la mano de Lucas se encontró con la de Miguel, este último le sonrió con todos los dientes y se alistó para seguir con su labor

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando la mano de Lucas se encontró con la de Miguel, este último le sonrió con todos los dientes y se alistó para seguir con su labor.

­­ —Nos vemos luego, Lucas —dijo, despidiéndose—. Espero tu pierna sane pronto.

Y sin decir más, abandonó la habitación mientras Hugo y Edgar hacían su entrada. Extrañados, miraron al muchacho bajar las escaleras con prisa aunque ya no había más cajas que trasladar y el Jefe ya se había retirado del lugar unos minutos atrás. Buscaron respuestas en los únicos que habían estado acompañando al muchacho pero, mientras Ibeth se encontraba tomando una siesta en una esquina del cuarto, Lucas evadió sus miradas ni bien se fijaron en él. A pesar del extraño comportamiento del pequeño, ninguno de ellos se atrevió a preguntarle sobre ello.

El resto de niños no tardaron en regresar para alistar un espacio en el que pudieran descansar y disfrutar la cena que el Jefe les había dejado para esa noche, al igual que las nuevas frazadas que este había cumplido en traer. La época de invierno en Lima ya estaba más que cerca, no podían estar más agradecidos con las consideraciones que el patrón había tenido hacia ellos.

El día oscureció más temprano de lo normal y, con el resto del día libre, muchos decidieron irse a dormir. El edificio se encontraba en una inusual paz y tranquilidad que cualquiera desde el exterior hubiese creído que se trataba de una construcción abandonada. Lucas lo había creído cuando llegó por primera vez. Nunca se hubiese imaginado que dentro se encontrarían niños trabajando como adultos, y menos que se convertiría en uno de ellos. Si hubiese pensado mejor las cosas al notar la ausencia de Trem, quizá no habría atravesado todas aquellas situaciones en las que se había visto envuelto. Pero ya era muy tarde para arrepentirse; pronto volvería a casa y ya nada de eso importaba.

De tan solo imaginar cómo sus padres reaccionarían a su regreso, podía sentir un extraño nerviosismo por todo el cuerpo. ¿Lo habrían extrañado? ¿Habrían buscado por él todos esos días? ¿Habrían acaso siquiera notado su ausencia? Esa noche no fueron ni monstruos ni sombras lo que le impidieron dormir al pequeño Lucas, sino sus propios pensamientos y la promesa que Miguel le había hecho: te ayudaré a regresar a casa. Abrazado a esa esperanza, y luego de darle un último vistazo a la habitación completa, Lucas se quedó dormido.

Al día siguiente y los siguientes a este, Lucas guardó reposo en cama para que su pierna sanara. Las fiebres se volvieron menos frecuentes al punto de que cesaron por completo y le permitieron ayudar en ciertas tareas y comer por cuenta propia. Aun así, Hugo siempre se mostraba dispuesto en ayudarlo en cualquier cosa que necesitara. Poco a poco su estado mejoró, mas su preocupación por el paradero de Miguel se volvió cada vez más constante al pasar de los días.

Desde su último intercambio de palabras, el muchacho no había regresado al edificio y nadie tampoco parecía saber qué había sido de él. Ni siquiera Abel parecía estar al tanto de su situación. Mas no se encontraba preocupado pues, cuando Lucas se animó a preguntarle, este comentó que era usual que Miguel desapareciera sin previo aviso y por varios días, hecho que tenía que cubrir para que el Jefe no lo notara.

Los niños de las manos suciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora