Capítulo II

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La noche, por suerte, se despidió de Lucas antes de que él se diese cuenta. Atrás quedaron las terribles pesadillas, enredadas entre las amarillentas sábanas, y el día volvió a comenzar.

La habitación de inmediato comenzó a llenarse de alaridos cuando los primeros rayos de sol irrumpieron en ella. Los muchachos estiraban los brazos, se dejaban ver el ombligo y, cuando sentían que la modorra se había retirado, se separaban de sus colchones con la promesa de volver. Lavaban sus rostros con el agua que almacenaban en bidones, mismos que, luego de ser vaciados, utilizaban para otras necesidades vitales.

Ajeno a la rutina de sus compañeros, Lucas prefirió aislarse del grupo y evitar cruzar miradas con los demás. El agua caía a su alrededor, sonaba estruendosamente al chocar contra el suelo y, en el peor de los casos, una que otra gota terminaba en su rostro. A pesar de ello, su cuerpo permanecía inmóvil sobre el único colchón que no había sido levantado.

—¿Quieres que te ayude a lavarte? —le preguntó Hugo al verlo cohibido.

Lucas negó ligeramente con la cabeza, pero al ver cómo el muchacho se acercaba con un bidón de agua, terminó extendiendo las manos. El agua estaba fresca, casi gélida, perfecta para el caluroso día que les esperaba.

—Sé que todo esto te puede parecerte poco agradable, pero es lo único que tenemos para sobrevivir.

—No es que me disguste —respondió, sacudiendo las manos para que se secaran.

—Entonces, ¿por qué la cara? ¿Hay algo que no te gusta de aquí?

La respuesta tardó en salir. No tenía la certeza de que lo que había visto la noche anterior fuese real y menos que Hugo le creería. De hecho, pesadillas como esa ya lo habían visitado en ocasiones anteriores. Extrañas aves en el techo, monstruos debajo de la cama e, inclusive, objetos que tomaban forma humana. Sin embargo, todas las veces que habían aparecido, solo había bastado encender las luces para que todo desapareciese sin más. Sus padres se lo habían aceptado en una que otra ocasión, mas, cuando vieron que el despertar en medio de la noche se estaba volviendo una rutina, dejaron de prestar oídos a sus lamentaciones nocturnas.

—Solo fue una pesadilla. O eso creo... Es que se veía muy real, como los monstruos que visitan de noche —confesó, temiendo por el posible rechazo.

—Tal vez solo fue el cansancio jugándote una broma —dijo, acariciándole ligeramente la cabeza—. Por esos monstruos no debes preocuparte.

A pesar de la brevedad de sus palabras, su corazón encontró la calma que la noche anterior había estado buscando tan desesperadamente. Le agradeció con una sonrisa y se paró dispuesto a darle una segunda oportunidad a su nuevo hogar.

Le pidió ayuda a Hugo para llevar su colchón al reducido cuarto que funcionaba como almacén y, luego de acomodarlo lo suficiente para que no ocupara gran espacio, tomó las sabanas y la almohada que había usado. Al principio, la faena no le pareció tan difícil como creía; sus brazos eran los suficientemente largos para llevar la carga y esta no era tan pensada como se veía. Sin embargo, el problema no tardó en aparecer cuando tuvo que guardar todo en el almacén.

El peso que llevaba le obstaculizaba la vista y la habitación, alejada de las únicas ventanas del piso, no recibía la luz necesaria para ver con claridad. Lucas intentó no acelerar a su corazón que suficiente había tenido con la noche anterior, pero unos repentinos y acelerados pasos provenientes de la escalera principal le impedían controlar sus latidos. Sus acortadas piernas intentaron superar la velocidad con la que estos se acercaban. Y, aunque ya se encontraba muy cerca de su destino, sus pasadores le jugaron una mala pasada y terminó cayendo dentro de la habitación. La puerta se cerró enseguida.

Los niños de las manos suciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora