Capítulo X

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Reencontrarse con su querido abuelo era algo que Lucas jamás había imaginado. El poder volver a ver el arrugado pero dulce rostro del anciano o el sentir la textura de sus callosos dedos mientras escuchaba un cuento para dormir le habían parecido ideas lejanas, que ni siquiera en sus mejores sueños habían podido suceder. Pero ahí estaba. Frente a sus ojos, se encontraba el hombre que lo había cuidado desde pequeño, el que lo había hecho vivir mil y un aventuras con el arte de las palabras, el que le había prometido estar siempre a su lado, el que había mentido.

Era difícil especificar en qué momento el anciano dejaba de aparecer en las memorias del pequeño, y más cuando nunca habían llegado a tener una despedida como tal. Sin embargo, las vivencias que ambos habían compartido eran los recuerdos más preciados que Lucas guardaba en su cabeza y en su corazón. Muchos de ellos se encontraban ligados a las difíciles noches que el infante enfrentaba debido a su miedo a la oscuridad. Sus padres llegaban demasiado cansados luego de la jornada laboral, por lo que el único que se ofrecía a consolar sus lamentos era el abuelo. Ruidos repentinos, sombras en el techo o su despierta imaginación; no importaba el porqué de su llanto, el abuelo siempre estaba ahí para él.

— ¿Abuelo? —repitió, apoyándose del borde de la cama para visualizarlo con mayor claridad.

Sin duda se trataba de él. El rostro del anciano se había llenado de arrugas mucho más pronunciadas y de pequeñas manchas oscuras que se encontraban también replegadas por su cuello. A su vez, su cabello se había llenado de muchos más mechones canos de los que Lucas recordaba y que, en algún momento, había sido capaz de contar con los dedos de las manos. Pese a estos y otros cambios que el anciano había adquirido, Lucas podía reconocer al hombre como si sobre este no hubiese pasado el tiempo.

Tras confirmar que se trataba de su abuelo, Lucas tuvo las intenciones de despertarlo y tener ese ansiado reencuentro que había pedido en sus últimos cumpleaños, mas sus manos pronto se alejaron de las frazadas. Después de todo, al despertar, el abuelo no dudaría en pedir explicaciones. ¿Cómo había llegado ahí? ¿Cuál era el motivo de su llegada después de tanto tiempo sin contacto alguno? ¿Cómo lo había podido encontrar? ¿Y sus padres? ¿Dónde se encontraban ellos ahora? Las interrogantes seguían surgiendo en la cabeza de Lucas sin que este pudiese tener respuesta para algunas de ellas.

Convencido de que dejar dormir al anciano era lo mejor, el pequeño se conformó con acercársele y plantar un beso en su frente. Pronto volverían a reunirse y sería igual que en los viejos tiempos, de eso estaba seguro; sin embargo, para que eso sucediera, Lucas debía primero ocuparse de su verdadero motivo en esa casa. No le tomó mucho trabajo sospechar que la billetera de Miguel podría encontrarse en la única mesa de noche que amueblaba el lugar. La encimera era un total desastre. Papeles, cuadernos, pastillas y otros objetos que eran difícil de distinguir entre todo el cumulo de pertenencias. Lucas procedió a levantar las hojas que cubrían gran parte de la mesa y comprobar si su suposición era cierta. Era tanta la cantidad de documentos que no pudo evitar que un par de ellos terminaran escapando de sus brazos y fueran a parar bajo la cama.

—Oh no...

Apiló los papeles que cargaba en el suelo y se agachó en búsqueda de los faltantes. Debido a la longitud de sus brazos, tuvo adentrarse por completo para alcanzar aquellos que habían terminado en el otro extremo de la recamara. En el camino, sus cabellos y ropa quedaron impregnados de polvo y telarañas, mas eso poco le importó cuando se percató del contenido de una de las hojas. Obvió el texto impreso en dicho papel y abrió los ojos tanto como pudo para distinguir la fotografía adherida en el oscuro ambiente al que había llegado a gatas. No se trataba de una foto reciente, mas Lucas podía describir dicha escena como si hubiese sucedido ayer.

Era su séptimo cumpleaños, sus padres se habían mantenido ocupados toda la mañana, incluso llegó a creer que se habían olvidado qué día era; sin embargo, cuando cayó la noche, lo sorprendieron con una pequeña fiesta entre ellos tres. Arreglaron la mesa con comida, bebida y un colorido pastel, aprovechando la situación para apartar la silla que sobraba, al igual que otras pertenencias que ya nadie necesitaría en ese hogar. Lucas no lo había notado en ese entonces pues su atención se dirigió totalmente a su regalo de cumpleaños: un oso de peluche. Desde ese día, la sensación de vacío que alguna vez sintió fue suplantada por Trem hasta el momento que este decidió desaparecer también.

Los niños de las manos suciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora