Era un día como cualquier otro, Ren se encontraba en medio de su trabajo cuando recibió un mensaje. Al abrirlo una gran sonrisa se dibujó en su rostro, era de Hidan, que le había mandado una foto de él junto con su hermano Deidara y de fondo se podía observar la llamativa feria.
El jashinista al no tener ningún plan para la noche, decidió llamar a los jashinistas para reunirlos en su ya renovado bar.
Aquel grupo que hace años se había ganado la fama de ser cruel y sanguinario ahora trabaja a un ritmo diferente, siguiendo los pasos de su líder.
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El cielo ya pintaba aquellos colores cálidos, señal de que pronto iba a oscurecer.
Dentro de la instalación, Ren bebía recargado sobre la pared, mirando como su gente se divertía jugando al billar, apostando en las cartas o simplemente compartiendo una que otra anécdota.
Entonces, una voz familiar lo sacó de ese trance.
-Hace mucho que no te relajabas en el bar, eso de ser padre te ha vuelto loco- sonrió su amiga de la infancia.
-Cierra la boca, maldita bruja- saludo a su modo el jashinista.
-¿Dónde están tus pequeños engendros?-
-Querrás decir mis tiernos dulcecitos- corrigió el creyente.
-¿Se quedaron en casa?-
-No, Hidan le prometió a Deidara que hoy pasarían toda la tarde en la feria- aclaró el religioso.
Anko le dio unas palmaditas en la espalda a modo de consuelo, pues sabía muy bien que ese hombre tan temido siempre deseaba estar al lado de sus hijos.
Paso el rato y Ren sintió que alguien le estaba marcando, quiso ignorar la llamada pero cuando vio el nombre del rubio reflejarse en la pantalla contestó de inmediato.
-Mi bebé, ¿qué pasa?- sonrió el jashinista esperando una buena respuesta, pero todo lo que pudo escuchar era el llanto del menor.
Aquella voz tan desgarradora hizo temblar al religioso, algo andaba terriblemente mal.
-Deidara, calma, ¿por-por que estas llorando?- preguntó el mayor sintiendo un fuerte golpe en el pecho.
Tras la respuesta del rubio, Ren salió corriendo del lugar preocupando a los presentes.
Atravesó la ciudad hasta que por fin llegó al hospital, sin importarle nada, corrió por los pasillos dando por fin con sus hijos.
Hidan era transportado en una camilla, mientras que los doctores trataban de parar la sangre que se desbordaba de su cabeza y parte del abdomen.
Al lado del joven creyente, Deidara lloraba desconsolado, tratando de despertar a su hermano.
Esa imagen bastó para que Ren perdiera por completo el control.
-¡DÉJENME PASAR!, ¡SON MIS HIJOS, ESOS SON MIS HIJOS!- el religioso apartó a todas las personas de su camino y con miedo observó las grandes heridas del platinado.
Los médicos metieron a Hidan directo al quirófano, mientras que varias personas del personal de salud frenaban al dolido demonio que trataba con todas sus fuerzas de derrumbar aquella puerta y estar al lado de su amado angelito.
-¡POR FAVOR, SUÉLTENME!, ¡ME NECESITA!, ¡HIDAN!, ¡HIDAAAAAAAN!-
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El tiempo pasó de manera lenta, se podría decir que parecía una eternidad.
Ren estaba sentado en una pequeña sala abrazando al pequeño rubio.