Capítulo diez: personajes mitológicos

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Decidí no darle más vueltas al asunto, al fin y al cabo Cristian no tenía la culpa.

La tarde la pasé tranquila, leyendo uno de los libros que tanto me gustan.

Los de fantasía, ciencia ficción, romance...

Bajé a cenar y volví a mi habitación. Estuve chateando un rato con Emma y me dormí, estaba muy cansada.

La mañana siguiente era sábado, hacía una muy buena mañana, era soleado, e impresionantemente, me desperté sin recordar nada, es decir sin acordarme de nada de lo que me dijo Cristian ayer.

Es decir, me acordaba pero no le di vueltas, no se me vino a la cabeza, creo que ya era hora.

Escuché a alguien tocar la puerta, abrí, y era Cristian. Decidí salir de mi casa para preguntarle que qué quería.

—Vente conmigo, quiero enseñarte algo. —Me dijo—.

—¿Están esos libros por ahí? Cristian, espero que esto no sea una trampa ni nada por el estilo, quiero estar a salvo.

—Te llevaré a un sitio fantástico, al lado mía no corres peligro, te lo aseguro, y si pasa algo, yo estaré contigo.

Les dije a mis padres que me iba con él.

Fuimos caminando durante mucho rato, con unas bicicletas, porque si no, no llegábamos, tardamos aproximadamente unos 40 minutos.

Llegamos a un sitio espectacular, precioso, todos los sinónimos de bonito. Era todo verde, con un montón de insectos y de árboles, con un lago, era el mejor sitio que había visto en mi vida.

—Es precioso. —Dije—.

—Todavía no lo has visto todo, Alison.

Me cogió de la mano y me llevó unos metros más alante, pensaba que estaba en un cuento de hadas.

—¿Ya crees en los cuentos de hadas? ¿Ya confías en mí?

—Es precioso, Cristian.

Habían hadas, unicornios, pegasos... Había de todo.

—Este es nuestro sitio secreto, ¿Vale? Aquí viven los hombres lobo, pero no te preocupes, han salido a cazar. Aparte de que viven aquí también viven todos los seres mitológicos. Pero no siempre se van a quedar aquí parados, tienen cosas que hacer.

—¿Podemos volver mañana, Cristian?

—Como tú quieras, Alison, pero tendría que ser después del colegio o por la tarde, a las horas de comer. Espero que no nos pillen, y si lo hacen, yo te protejo, yo estaré a tu lado, siempre.

Él me mostraba seguridad.

—Vale.

Nos fuimos para mi casa, estaba cansada, era ya la hora de comer, Cristian se había ido a su casa y nada más que pensaba en ese sitio.

Las fortunas del quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora