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Allí estaba, siendo iluminado por aquellas luces candentes que bañaban su cuerpo en aquella bella danza que interpretaba con gracia.
No era un secreto que Narancia amaba bailar. Sentirse libre en cada movimiento lo llenaba de alegría.
Mirarlo era otra historia, el mirarlo transmitía juventud y sensualidad, una delicia de ver.
Sus cabellos negros moviéndose al son de sus pasos, y su fina figura moldeándose al elegante traje que estaba luciendo. Su piel canela aperlada con sudor y sus rasgos delicados estaban decorados con un sutil sonrojo. Sin duda era bello, cualquiera podía verlo.
Era indiscutible que aquel jóven de 18 años era alguien que llamaría la atención dónde sea.

Sin embargo, a escasos metros de él estaba Fugo Pannacota. Aquel jóven de cabellos platinos emitía lo contrario a lo que su pequeño novio transmitía.
Se encontraba a los pies de aquel gran escenario en dónde Narancia interpretaba una linda melodía de piano, sentado entre el público viendo a su pareja brillar.
Pero a veces, su vista se desvía y puede notar todos aquellos ojos que también podían ver al chico sobre el escenario al igual que él. No le gustaba, quería ser el único capaz de tal privilegio.

Suspiró al escuchar la última nota que indicaba que la canción había terminado, y se paró junto a todos a aplaudir de pie al joven bailarín. Su acto determinaba el fin de la obra, por lo que él público comenzó a marcharse una vez las luces se apagaron.
Él, en cambio, se dirigió detrás del escenario para abrazar fuerte a Narancia, quien lo esperaba con los brazos abiertos.

—Estuviste precioso, Narancia.— susurró a su oído una vez lo tuvo en brazos.

—Gracias, cariño.— respondió del mismo modo el pelinegro, y se separó un poco para darle un pequeño beso en sus labios.

Estaba sonrojado y con la respiración agitada, pero una enorme sonrisa estaba presente y se lo veía muy feliz.

—Todos me aplaudieron de pie, estoy tan feliz— se separó del abrazo que mantenía con su novio para dar saltitos de felicidad, cuando todos sus compañeros de teatro corrieron hacía él, cayendo todos en un gran abrazo.

Fue el debut de Narancia como solista, es obvio que todos estarían felices.

Fugo, observando toda la escena, podía sentir sus dientes rechinar y sus manos formando puños, conteniendo los celos de ver a tantas personas encima de su novio, y aumentando al ver a este reír tan cómodo.
No quería hacer una escena, sabía lo que este día significaba para Narancia. Pero le estaba siendo difícil.

Se alejó un poco, apoyando su espalda sobre un gran pilar a un costado, esperando que se dignen a separarse con los brazos cruzados.

—Muchas gracias, chicos. Ustedes también estuvieron geniales.— dijo Narancia entre risas, levantándose del piso una vez sus compañeros salieron de encima de él.
Se sacudió un poco y buscó con la mirada un tanto extrañado porque Fugo ya no estaba ahí, hasta que lo vio en una esquina y sus ojos se iluminaron corriendo hasta él, pero luego se arrodilló una vez llegó con este, tomando sus rodillas para recuperar aire.

—¿Estás cansado?, ¿quieres que volvamos a casa?— dijo Fugo acariciando los cabellos del contrario, con una sonrisa dulce (fingida). Con tal de volver a casa y tener a su dulce chico de nuevo solamente con él. No iba a aguantar si alguien más se le acercaba a darle un abrazo.

—Si, por favor.— contestó Narancia, levantando la vista con una sonrisa tierna.

————————

Fugo se dirigió al auto con su novio agarrado a su espalda, ya dormido.
Estuvo ensayando sin parar durante dos semanas enteras, no quería que nada saliera mal en su día tan especial.

Una vez llegó, abrió la puerta trasera y acostó a Narancia sobre los asientos así lo dejaba dormir plácidamente.
Luego, subió él, arrancando el auto y comenzando su camino a casa.
Miraba el retrovisor de vez en cuando, sonriendo al ver a su ángel dormir tan tierno.

Llegando a su casa, estacionó con cuidado y bajó del auto, volviendo a tomar entre sus brazos a Narancia así entraban y podía dejarlo ahora sí, en su cama.

Lo padres de Fugo le regalaron a su hijo un hermoso hogar, y con tal de echarlo de casa, apenas cumplió 16 años y habiendo terminado la escuela lo mandaron a vivir esta, para luego ellos desaparecer de Italia.
Fugo vivió un tiempo con el dinero que sus padres le habían dejado, pero después se vio obligado a salir a buscar trabajo.
Cómo no era mayor de edad, no podía conseguir un empleo formal. Aprovechando su inteligencia, decidió dar clases particulares a aquellos que necesitaran aprender cualquier nível.
Ahí fue cuando conoció a Narancia, un chico de 17 años que quería terminar la secundaria, la cual había dejado cuando su madre murió y escapó de casa y de su padre alcohólico.
No supo cómo, pero aquel chico que lo enloquecía porque no prestaba atención a sus clases, también enloqueció a su corazón. Le devolvió aquel amor que creyó nunca más iba a llegar a recibir y llenó aquel vacío que había en su pecho.

Pronto, comenzaron una relación. Y cuando Fugo se enteró que Narancia dormía y vivía en la cafetería en la cual trabaja, lo invitó a vivir con él.

Y ahora, un año después, esa casa que tan grande y vacía se sentía, es acogedora y cálida. Con la escencia de su pequeño por todos lados y sus pertenencias alegrando el hogar, llenandolo de colores.

Ellos eran muy distintos el uno del otro. Fugo era serio, y a veces un poco aburrido. Le gustaba la literatura clásica y tocar el piano. El orden y los modales eran cosas fundamentales para él.
En cambio, Narancia era alegre e impulsivo. No podía quedarse quieto ni un segundo, le gustaba jugar videojuegos y mirar películas. Era ruidoso y le gustaba todo aquello que destacará y tuviera muchos colores.

Se podría decir que Narancia le dio ese toque que faltaba en la vida de Fugo. Un poco de color y alegría, que a veces le ponía de los nervios, pero no podía negar que le hacía feliz.

———

Sin embargo, lo que parecía color de rosas al principio, se volvió algo muy complicado.
Fugo mostraba aquel lado tierno y cariñoso que la mayoría del tiempo tenía. Pero también se enojaba rápido y por tonterías. El problema era que su ira era incontrolable.
Fugo no era el mismo cuando se enojaba, se volvía salvaje y no controlaba sus emociones e impulsos.

Narancia entendió esto una de las tantas veces que el menor encontraba a alguien mirándolo. El pelinegro era amigable con todos, y su sonrisa salía natural.
Pero Fugo odiaba esa sonrisa cuando no era dirigida a él. Furioso, lo acorraló contra una pared y aprisionó el cuello del contrario entre sus manos, dejando a este lentamente sin aire.
A pesar de ser el menor de los dos, Fugo era mucho más alto y corpulento que Narancia, dejando a este sin la fuerza que necesitaba para empujarlo y volver a recuperar aire

—Fugo... M-me das miedo.— dijo Narancia con dificultad y con un silbido acompañando sus cuerdas vocales. Sus ojos comenzaron a lagrimear debido al esfuerzo que estaba haciendo y por como su cerebro comenzó a sentirse mareado.

—Eres una zorra, Narancia.— dijo el chico de cabello platino con rabia, apretando más el cuello del nombrado. En ese momento no reconocía quien era.

Pero una lágrima cayó sobre su mano. Parpadeó, volviendo en sí y asustandose de lo que estaba haciendo. De inmediato soltó a Narancia provocando que este caiga al suelo.
Se alejó apretando sus sienes. Por alguna razón volver en sí le dio una fuerte puntada en la cabeza.

Narancia se levantó lentamente mientras tosía, desesperado por volver a respirar. Su cuello ardía y le temblaban las piernas

—Narancia, amor. Lo siento, n-no se que me pasó.— corrió hacia él un Fugo arrepentido, aguantando sus fuertes ganas de explotar en llanto.

El mayor dudó en aceptar el abrazo, tenía miedo.
Pero entonces Fugo vio su cuello, con las marcas moradas de sus dedos, y se puso a llorar cual bebé sin consuelo, odiandose en aquel momento.

—Prometo que sólo te protegeré, Narancia. No lo volveré a hacer. No te lastimaré de ninguna forma.— hizo la promesa que más de una vez rompería a partir de ese momento...

Aprendiendo a amar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora