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—¿Qué piensas hacer?— susurra Fugo de la nada, mirando el techo sin poder cerrar sus ojos.

—¿Mm?, ¿con qué?— preguntó Narancia sin saber de qué estaba hablando.

Luego de hacer el amor, se acostaron y abrazaron, cansados pero felices. Era tarde y ambos tenían deseos de dormir, pero por alguna razón ninguno podía.

—Creo que sería mejor que te alejes de mí un tiempo. Hasta que mejore. No sé que podría llegar a pasar de ahora en adelante.— suspiró Fugo, pasando un brazo por encima de sus ojos, necesitaba un descanso de sus pensamientos.

—No seas tontito, es obvio que me quedaré contigo.— Narancia se sentó sobre el regazo del menor, quitando el brazo de su rostro para que se mirarán a los ojos.
—Nunca más estarás solo, Fugo. No dejaré que eso pase. Yo estoy contigo, y superaremos esto juntos. Se que te guardas todo en esa cabeza sabelotodo, pero no pretendas estar bien conmigo. Te conozco.— dijo golpeando con su dedo la frente del contrario.

—No lo hagas...— finalizó para acercarse y besar el lugar en donde antes estaba golpeando.

Se sorprendió al sentir las manos del contrario acunando sus mejillas para mirarlo profundamente.
Fugo sonrió de forma leve, asintiendo con los ojos llenos de lágrimas.

—Gracias.— musitó apenas, emocionado por sus palabras.

Se sentía tan amado por el pequeño azabache que ahora sostenía entre sus brazos.
Este era el verdadero Fugo, aquel muchacho tranquilo y dulce.
Aquella bestia se iría lejos, y se aseguraría que así sea.

Y abrazados y tranquilos durmieron hasta la mañana siguiente, cuando la alarma del celular de Fugo resonó por toda la habitación, haciendo que este se levante de un salto y que Narancia se queje cubriéndose hasta la cabeza.
Tenía que ir a trabajar, así que necesitaba despertarse de una vez.

—Vamos, ya van 3 veces en este mes que llegas tarde al trabajo.— le apuró Fugo destapándolo.

Narancia estaba desnudo, por lo que el golpe de frío en su cuerpo lo hizo reaccionar.
Se quejó y pataleó, pero al final ya estaban ambos listos y desayunando antes de salir.

—Tengo consulta con el psicólogo en una hora. Son 3 veces a la semana.— informó Fugo tomando de su café.

Narancia solo asintió y al ver la hora se levantó rápido, dejando el desayuno a medias y un poco de pasta de dientes en su mejilla.

—Me voy, bebé.— se aseguró de besar a su novio antes de salir. Este solo se rió y se despidió de él.

Así fue como Narancia fue al trabajo con pasta de dientes en su mejilla y una mancha de mermelada en su ropa.

Narancia seguía con su mismo trabajo en aquella cafetería. No tenía estudios completos, por lo que no podía acceder a otro oficio por ahora.
Era mesero, y de vez en cuando le tocaba el turno nocturno, en dónde aquella cafetería se usaba como bar.
Se llevaba bien con todos los demás empleados, y el jefe le tenía un especial cariño porque Narancia le recordaba a su hijo, el cual lamentablemente había muerto por problemas congénitos del corazón.

—Buenos días.— dijo un Narancia agitado de correr, había llegado justo a tiempo.

—Buen día, chico.— le sonrió su jefe. Aquel anciano tenía una sonrisa cálida, que lo hizo sonreír a él también.

—El turno de Giorno comienza algo tarde hoy, ¿estarás bien tú solo?— preguntó el hombre mayor.
Giorno era, aparte de uno de sus mejores amigos, uno de sus compañeros de trabajo. Comenzó a trabajar allí apenas cumplió sus dieciséis porqué quería pagar sus estudios.

—¡Claro!— contestó el azabache, poniéndose manos a la obra y preparando las mesas para cuando los clientes comiencen a llegar.

——————

Finalmente, Giorno tuvo un inconveniente y no pudo ir a trabajar.
Por lo que tuvo que trabajar un poco más de la cuenta, pero no se preocupaba por eso, sabía que le pagarían un poco más.

—¡Hey, linda!— chasqueó la lengua al ser llamado así. No era la primera vez que le pasaba.
Simplemente lo dejó pasar y se acercó a la mesa desde donde lo llamaron, con una sonrisa un tanto fingida.

—¿Que se les ofrece?— había dos hombres sentados en aquella mesa repleta de papeles. Parecía que estaban allí por trabajo.

—Si, quiero un café cargado. Muchas gracias.— agredeció el señor. Se lo veía amable, por lo que a Narancia se le olvidó el asunto de ser confundido con una chica.

Hizo el café y se los entregó, pero la conversación que estos dos mantenían lo detuvo a escasos metros de ellos, disimulando esto al ponerse a limpiar unas mesas.

—Ese chico, Pannacota, me preocupa. Le hice unas preguntas de más y destrozó mi oficina. Creo que será más complicado de lo que parece. Por ahora le receté una medicación que creo que le ayudará por el momento, al menos a no alterarse tan rápido.— dijo el hombre que había llamado a Narancia.
Tenía el pelo rubio, y era muy apuesto. Además de llevar un traje celeste que le quedaba a la perfección.
Se lo veía cansado y un poco desilusionado.

—No estudié psicología pensando que esto sería tan estresante...— Narancia dejó de prestar atención cuando comenzaron a hablar de banalidades y siguió con su trabajo.

Apareció en su mente la idea de hablarle a quién parecía ser el psicólogo de Fugo, pero la descartó rápidamente.
Justo cuando lo hizo, este mismo llamó y pidió la cuenta.

Yoshikage Kira” leyó Narancia en la tarjeta de crédito que le entregó.
Simplemente le agradeció la compra y lo vio irse.
Quizá en otra oportunidad hablaría con él.

——————

Finalmente después de largas horas su turno terminó y estaba caminando tranquilamente a casa.
Hasta que un chico de cabello rosa y pecas se acercó hasta él.

—¡Disculpa!— llamó su atención este
—¿Me podrías ayudar? No entiendo este mapa— se lo veía perdido y tímido.

Narancia le sonrió y asintió.
—Claro, ¿hacia donde te diriges?

El pelirosa le mostró aquel mapa llenó de anotaciones, apenas legibles.
El lugar donde quería ir estaba cerca de su trabajo, por lo que le indicó sin problemas el camino.
El chico parecía entender, y le agradeció dando media vuelta.

Él hizo lo mismo y caminó un par de pasos, hasta que sintió que volvían a llamarlo.

—L-lo siento, pero realmente creo que volveré a perderme. ¿Sería mucha molestia pedirte que me acompañes?— preguntó aquel chico un poco más alto que él y de vestimentas púrpuras.

—No, claro que no.— sonrió Narancia. No tenía apuro de volver a casa, y además esta no estaba tan lejos de su trabajo.
Estaba en su naturaleza ser amable con los demás, no podía no ayudar a aquel chico.

Así fue como caminaron juntos un par de metros, hasta que Narancia se cansó del silencio.

—¿No eres de aquí, cierto?

—No... Vengo de Roma. Pero vine aquí a comenzar mi vida de nuevo.— sonrió sutilmente aquel extraño.
Era lindo.

Hablaron más y más. Ese chico era un tanto extraño, pero muy gracioso. Le cayó bien al azabache.

Caminaron hasta llegar a un gran departamento, en dónde el pelirosa se detuvo reconociendo el lugar.

—Aquí es. Muchas gracias por acompañarme, Narancia.— dijo ahora el no tan desconocido, con una sonrisa.

—No es nada, Doppio.— dijo amable Narancia. Le había caído muy bien, no quería separarse de aquel chico y no verlo nunca más.

—¿M-me darías tu número?— se le adelantó Doppio, de forma tímida.

Narancia soltó una carcajada
—Te iba a preguntar lo mismo.— intercambiaron números y se despidieron.

Narancia dió la vuelta, volviendo hasta su hogar en dónde su lindo chico lo estaba esperando.

Aprendiendo a amar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora