11.

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No sabía cuántos días habían pasado sin su pequeño revoloteando a su alrededor.
Ya no era el mismo sin él.
Se levanta, baño, desayuno, psicólogo, volver, trabajo, dormir.
Esa era su rutina día a día. Estaba en automático, todo lo hacía sin pensar.

Y en las noches los recuerdos lo atormentan, recalcando todo aquello que hizo mal y que logró que la única persona que lo había visto más allá de su dinero y su mal carácter se fuera.
Su pequeño ángel, ¿pensaría también en él?

Habían dejado de buscar a Narancia por la cuidad. Él ya no estaba allí.
Pero Italia era tan grande, ¿dónde debería buscar? No hay nada que ate a Narancia a otro punto del país.
Simplemente no tenía idea ni por donde comenzar.

Suspiró y cerró la computadora frente a él. Este mes las ventas habían ido tan bien, le hubiera gustado ir de vacaciones con su lindo pelinegro.
Su trabajo consistía en cosas aburridas, administrar puntos de venta y entregas.
Su trabajo estaba asegurado al ser el hijo del dueño de una gran empresa, y ahora con mayoría de edad para trabajar quería aprovecharlo, por lo que dejó las clases particulares y se dedica ahora solo a esto.
Trabajaba desde casa, y Narancia siempre estaría a su alrededor quitándole un poco lo aburrido a esas tediosas tareas robándole besos, sentandose sobre su regazo y tentando al placer, haciendo que a veces deje su trabajo de lado.

Simplemente le hacía falta él. Su suave cabello, su risa, su aroma.

El sabor salado de sus lágrimas le invadió, estás habían comenzado a caer sin siquiera darse cuenta.

—Te encontraré, Narancia. Y esta vez, todo estará bien. Lo prometo.— dijo en voz alta, como si el pelinegro pudiera escucharlo.

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—¡Wow!¡Eso es genial!— festejó Doppio abrazando fuerte a Narancia.

Había conseguido um trabajo de medio tiempo. No le molestaba mantener al pequeño, pero se lo veía tan feliz con su logro que no podría arruinarle el momento. Si era lo que él quería entonces estaba bien.

—¿Y?, ¿que tienes que hacer en tu nuevo trabajo?— se separó del abrazo aunque no quería hacerlo. Se sentía tan cálido estar entre los brazos del pelinegro.

—Tengo que repartir la mercancía. Es una empresa muy muy grande.— le hacía gracia ver a Narancia hablar con tantas muecas y movimiento de manos. Era como un infante.

—Estoy muy feliz por ti.— Doppio dijo de forma sincera.
Le gustaba ver esa sonrisa en el rostro del contrario, últimamente se lo veía tan decaído y a veces lo escuchaba llorar por las noches.

—Gracias.— hizo una pausa el menor, inspeccionando el rostro del pelirrosa.
—Por todo.— finalizó dandole la espalda.

¿Que había sido eso?
Se tocó las mejillas. Mierda, estaban calientes.
Sacudió la cabeza y despojó de su mente cualquier idea que tuviera en esos momentos. No debía hacerlo.

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Pasó el día, y con él Narancia y Doppio se la pasaron limpiando la casa. Hoy era día de limpieza.

—¡Terminé!— entró Narancia a la habitación del mayor, estirándose hasta caer en la cama.

—Yo también— sonrió Doppio sentandose a un lado del cuerpo contrario.

Lo miró detenidamente, con sus ojos cerrados y los labios semiabiertos. Eran tan bello.
Se acostó por completo de costado para seguir observando al menor.

—Nara, vas a dormirte. Ya es tarde, ¿por qué no vas a tu habitación?— lo sacudió suavemente.

—No.— se movió el pelinegro, enfrentado a Doppio, abrazándolo.
—Dejame dormir aquí por hoy, ¿si?

Doppio sintió su corazón acelerarse por los nervios.

—Claro...— musitó con voz temblorosa, devolviendo el abrazo acurrucandolo contra su pecho.

Lo vio dormir y mientras tanto acariciaba su cabello, pasando hasta su mejilla.
¿Por qué sentía esto?
Quizás ese día que se conocieron no estaba tan perdido como le había dicho al de cabello azabache. Sólo le había llamado tanto la atención que no pudo no encontrar una excusa para hablar un poco con él.
Pero luego se enteró que tenía pareja, sin embargo esa atracción no se fue, por más que lo quiso. Sino lo contrario, se hizo más fuerte.

No estaba bien lo que estaba a punto de hacer, pero sería su secreto. Nadie tenía porqué enterarse. Ni siquiera aquel chico que dormía entre sus brazos.
Se acercó lentamente, vigilando que no se despertara.
Tomó su mejilla suavemente y acarició está hasta bajar a su cuello, acercando sus rostros para besar con suavidad sus labios.
Un simple roce que encendió chispas en su interior. Ya no podía parar.

Dejó unos cuantos besos más, cada uno más suave que el anterior.

Estaba encantado con esos labios tan suaves y gruesos, hasta que los ojos abiertos del contrario mirándolo lo sorprendieron.

—L-lo siento— susurró avergonzado, ni siquiera sabía cómo habían salido las palabras de su boca. Dios, moriría ahí mismo.
Se tapó el rostro incapaz de mirarlo otra vez.
Narancia no dijo nada, sólo despató las manos que le impedían ver al de cabellos rosados.
Lo hizo suave, como si de una caricia se tratara.

—No te disculpes...— murmuró con una pequeña sonrisa, acercándose a sus labios para besarlos nuevamente.

No sabía porqué lo hacía.
Quizá el sentirse tan solo, o extrañar el contacto con alguien más lo estaba afectando.
Lo único que sabía, era que los labios de aquel chico no se sentían para nada mal.

No sabía si estaba bien o mal, pero al besarlo solo imaginó que Fugo era quién estaba en su lugar.

«Ah, Fugo. ¿Me estarás buscando?
No quiero volver, pero tampoco puedo dejarte ir.»

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Pobre Doppio. Parece que lo están usando.

Gracias a todo por leer! Si tienen alguna sugerencia o idea háganmelo saber.
Saludos 💛

Aprendiendo a amar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora