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Gracias a sus padres, tenía varios contactos que sabía que algún día le servirían de algo.
Fue directo a la consulta de un médico amigo de su padre y al entrar fue reconocido de inmediato.

—¡Fugo, tanto tiempo!— el hombre se acercó y lo saludó amablemente comentando lo grande que este se veía y cuánto había crecido, para luego preguntar porqué estaba en su consulta.

—Verá, necesito ayuda. Es urgente.— dijo algo avergonzado. Él no era de abrirse fácilmente a las personas, mucho menos había pensado alguna vez visitar a un psicólogo.

El amable médico lo invitó a pasar y luego de sentarse frente a él, carraspeó la garganta para comenzar a hablar

—Mi siguiente turno es en una hora, así que tendremos tiempo. Pero debemos arreglar tu horario de consulta si quieres venir seguido.— dijo, se lo veía algo apurado. Quizá solo hizo una excepción.

—Bien, cuéntame. Soy todo oídos.— mencionó con una sonrisa amable, dispuesto a escuchar a Fugo. Después de todo, era su trabajo.
Escuchar y aconsejar.

—Bien, verá...— comenzó el joven a hablar, jugando con su peculiar corbata.
—No puedo controlar mis emociones. Es como si me convirtiera en alguien más cuando me dejo llevar por estas. Y estoy cansado de hacerle daño a quienes quiero.— cerró los ojos, el pensar que estaba solo ayudaba a largar todo lo que venía aguantando por años.

—Yo... Tengo a mi pareja. Y a mis amigos. Y a pesar que los quiero más que a nada, no puedo evitar g-golpearlos o maltratarlos.— le costaba admitir su violencia.

Su psicólogo, mientas tanto, escuchaba atento mientras anotaba cosas que le parecían importantes, las cuales tenían que ver con su comportamiento y sus palabras.

"Emociones incontrolables, furia, violencia."

—Dime, Fugo. ¿Sueles pensar en hacerte daño a ti mismo?, ¿o es sólo contra los demás?— preguntó el profesional.

—Antes era sólo a mí mismo, pero desde que conseguí forjar relaciones, es sólo ante los demás...— admitió Fugo.

—Forjar relaciones... ¿Que quieres decir con eso?— intentaba indagar el psicólogo sin invadir demasiado.

—Siempre estuve solo. Nadie aguanta mi carácter o mi forma de ser. Suelo molestarme rápido, y mi humor cambia mucho. Ciertamente, es como si fuera otra persona cuando estoy tranquilo.

La consulta siguió por unos 40 minutos más, hasta que el siguiente paciente llegó.
Había sido mejor de lo que se esperaba, se sentía un poco más aliviado.

Volvió caminando a casa a paso lento, disfrutando del viento despeinado su cabello.
Era bueno saber que al fin estaba haciendo las cosas bien.

———————

Llegó a casa, y apenas abrió la puerta lo recibieron los cálidos brazos de Narancia, abrazándolo fuerte, como si no lo hubiera visto por años.

—¡Fugooooo!— dijo frotando su mejilla contra el pecho de este, como si de un gato se tratara.

Fugo correspondió el abrazo con la misma fuerza, acariciando luego los cabellos de su pequeño, tomando su rostro entre sus manos para besarlo con cariño.

—Te extrañé, perdón por no acompañarlos.— susurró contra sus labios, sintiendo como su novio dejaba pequeños besos en estos después.

Luego de su sesión de besos, fueron hacia la sala, encontrando a sus amigos ahí hablando relajados. Era obvio que estarían ahí, querían asegurarse que todo estaba bien.

—Hola, chicos.— saludó tímido Fugo, no sabía cómo mirarlos a la cara luego de todo lo que pasó ayer.

Sin embargo, lejos de lo que imaginaba, todos se acercaron a abrazarlo.

Sintió que era un buen momento para decirles la decisión que había tomado.

—Decidí pedir ayuda.— comenzó hablando algo nervioso.
—Haré lo posible por mejorar, todos sabemos que no puedo seguir así. No sé que soy capaz de hacerles si no aprendo a controlarme.— miró a todos, viéndolos orgullosos de su decisión.
En cambio Narancia se veía confundido.

—Fugo, ¿que quieres decir?— preguntó, su novio no tenía nada que estuviera mal como para "mejorarlo".

—Bien, nos iremos. Buenas noches.— habló Bucciarati en nombre de todos, sabiendo que debían estar a solas para hablar sobre eso.

Luego de despedirse todos, Fugo tomó a Narancia de la mano y lo guió hasta la habitación que compartían. Una bastante grande, que estaba dividida entre el lado de Fugo, el cual estaba decorado de forma simple, con un escritorio y repisas con libros y adornos. Mientras que del lado de Narancia, la pared tenía pósters, y las repisas llenas de libros que le gustaban a él y un par de figuras de acción. Con muchos colores, como le gustaba a él. Mientras que la cama estaba en medio, una grande con acolchados los cuales se veían (y eran) muy cómodos.

Se sentaron en la esta, y Fugo atrajo a su novio hasta sus piernas, sentándolo sobre estás.

—Verás, pequeño. No está bien lo que hago. No puedo golpearte cada vez que peleamos, o simplemente me enojo. No está bien, ¿si?— enfatizó mientras acariciaba su cabello, no creía poder verle la cara.

—Yo juré protegerte. Quiero hacerlo, y estar siempre junto a ti. Porque te amo más que a nada, y eres el único con el que puedo sentir esto. No quiero perderte.— sollozó sin poder evitarlo, había comenzado a llorar.

Podía sentir como casi de inmediato los brazos del más bajo lo abrazaban con fuerza, acariciando su espalda provocando escalofríos.
En sus brazos todo estaba bien, no importaba nada.

Se aferró a él y los dos lloraron cuál niños. Ambos tenían muchas cosas que sanar.

Aprendiendo a amar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora