8.

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Estaban Narancia y Fugo tirados sobre el sofá, con miles de envoltorios de comida a su alrededor. Aquella sesión de películas había salido muy bien.

—Ugh, siento que voy a vomitar.— se quejó Narancia mientras se sobaba el estómago.

Su celular sonó, en un mensaje de quién Fugo leyó de reojo, Doppio.
Frunció el ceño viendo al pelinegro contestar con entusiasmo.
Carraspeó la garganta y comenzó a hablar.

—¿Quién es?—preguntó aún sabiendo que era ese tal Doppio.

—Un chico que conocí hoy. Le ayudé a ir a su casa, no es de aquí.

«Su casa. SU casa... Narancia hoy tardó más de lo habitual en volver. ¿Habrá estado en la casa de aquel extraño?»

Fugo comenzó a dar vueltas el asunto en su cabeza.

—A-ah...— asintió, haciendo sus manos puños, contando mentalmente hasta 10.

Se levantó bruscamente al no lograr calmarse. Necesitaba alejarse.
Se dirigía a su habitación bajo la mirada extrañada de Narancia.

—¿Fugo?, ¿estás bien? ¿vas a vomitar?— le siguió el más bajo.

«Confía en él, confía en él.
No imagines cosas. No dejes que te engañe tu mente.»

Repetía una y otra vez en su mente. Tenía en cuenta cada maldito consejo que le habían dicho para controlar la ira. Pero simplemente no lograban calmarlo.

Ignoró a Narancia y subió rápido las escaleras.
Pero este no se rendiría fácilmente.

—Fugoooo— llamó a la puerta de la habitación, para luego abrirla al no recibir respuesta.
—Oye, en serio, ¿estás bien?— estaba preocupado.
Fugo se veía pálido y temblaba mucho.

—Narancia, sal de aquí. Por favor.— respondió el menor, volviendo a contar hasta 10 mentalmente.

—No lo haré. No me importa si te sientes mal y me vomitas encima. Pero te ves a punto de desmayarte.— Narancia comentó preocupado en el umbral de la puerta.

Fugo lo miró fastidiado y se levantó, caminando hacía él.

—¿Acaso eres tonto y no entiendes?— lo empujó una vez.
—Dije vete.— volvió a empujarlo, un poco más fuerte.

—Fugo, calma. Vamos a la cama, ¿quieres? Sólo calmate.— el azabache acarició su mejilla, y dió un paso adelante.

Eso hizo reaccionar a Fugo impulsivamente
—¡VETE!— gritó empujando ahora a Narancia con todas sus fuerzas.
Estaban a unos pasos de las escaleras, por lo que al empujar al pelinegro este perdió el equilibrio y cayó por ellas.

El grito de dolor que emitió hizo a Fugo parpadear rápidamente. ¿Que había sido ese grito?

—Narancia... ¡Narancia!— Fugo bajó las escaleras lo más rápido que pudo al ver al pequeño tirado al pie de estas, retorciéndose de dolor.

Tenía sangre brotando de su nariz y su cabeza, lo cual lo tenía mareado y viendo negro.
Su pierna dolía infiernos, y uno de sus hombros también.

Fugo lo cargó en sus brazos, en shock. ¿Que había hecho?
Pensaba llevarlo al baño y curar sus heridas, hasta que Narancia vomitó sangre, manchando el piso y la camisa de Fugo, para luego desmayarse.

Ahí es cuando corrió al hospital.

——————

Estaba sentado en la sala de espera. Narancia había sido ingresado, ahora debía esperar y rezar por que todo esté bien.

Un médico salió después de lo que pareció una eternidad, y llamó por Ghirga.

—¡Aquí!— se acercó Fugo.

—Paramos el sangrado de la nariz, por suerte no hay fractura. Se dislocó el hombro derecho, y tiene una fisura en su pierna. Saturamos la herida en su cabeza, pero perdió mucha sangre, tuvo hemorragia interna al recibir un golpe brusco. Lo estabilizamos, pero estará aquí unos días para observación. Debemos asegurarnos que no volverá a tener otra hemorragia.

Fugo lo miró con los ojos llorosos y sus labios temblando.

—No se preocupe, jóven. Está fuera de peligro. Se lo ve un chico fuerte, se recuperará pronto.— le sonrió sutilmente el doctor, y sin más volvió a entrar en la sala.

Fugo comenzó a llorar.
Tenía razón, Narancia era fuerte. Quien no lo era, era él.

Llamó a sus amigos, avisando el estado de Narancia y que este se encontraba en el hospital.
Unos 20 minutos luego, todos aparecieron. Se acercaron hasta él y Abacchio, sin decir una palabra, le dió un puñetazo en el rostro.

Fugo no emitió palabra, solo bajó la cabeza y lloró en silencio. No podía mirarlos siquiera.

Le gritaron e insultaron. Los entendía, estaban furiosos.
Pero él lo estaba más consigo mismo.

——————

Ya era el horario de visita, pero Narancia no había despertado aún.
Entraron de a dos a verlo, solo para hablarle dormido y darle un pequeño abrazo.

El último en entrar fue Fugo.

—Siento que ni siquiera debería estar aquí...— se sentó a un lado de la camilla en la silla que allí había.
—No me han dicho ni una palabra, ¿sabes? Ellos te quieren mucho, eres un gran amigo. Debo ser escoria para ellos— suspiró, pues Mista, Bruno, Giorno y Abacchio ni siquiera lo habían saludado.

Los entendía, no podía enojarse con ellos.

—Lamento todo lo que te hice. Tú mereces todo el amor del mundo...— soltó un par de lágrimas mientras acariciaba aquel cabello suave y negro.
Se puso a llorar como un niño, apoyando su cabeza sobre la camilla tomando la mano de Narancia.

Y allí se quedó dormido, estaba tan cansado de no parar de pensar.

——————

Habían pasado unas cuantas horas, y Narancia abrió los ojos lentamente.
Veía borroso y no sentía su cuerpo.
Miró a un costado, encontrándose una vía conectada en su mano.
Estaba confundido, ¿por qué estaba en un hospital?

Unos cabellos rebeldes le hicieron cosquillas en la nariz, lo cual lo hizo mirar a la persona de la cual esos mechones eran.

—Fugo...— susurró inaudible. Tenía la boca seca.

Recordó entonces caer por las escaleras, y luego nada más.

—Al menos esta vez no tuvieron que quitarme un tenedor clavado y sin anestesia.— intentó reír, pero ya no tenía ganas de hacerlo.

Se estaba apagando lentamente.
Ya no quería vivir así.

Estaba metido en sus pensamientos, cuando un bostezo a su lado lo hizo prestar atención a quien estaba allí.

—Oh... Hola.— dijo Fugo intentado sonreír una vez vio a Narancia mirándolo.

Había algo distinto, su mirada no lucía igual.

—¿C-cómo te sientes?— siguió, sin recibir respuesta.
Narancia sólo se acomodó dándole la espalda.

Suspiró y acercó su mano para acariciarlo. Pero se detuvo.
¿Podría siquiera hacer eso?
Narancia no parecía querer verlo.

Decidió entonces solo quedarse ahí sentado, haciendo compañía.
Hasta que lo echen de la sala, al menos.

Aprendiendo a amar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora