—Narancia... Narancia— abrió sus ojos lentamente, cegado por la luz que reflejaba la ventana del auto.
Miró a quién lo llamaba con los ojos entrecerrados.—¿Qué pasó, Doppio?— preguntó con la voz ronca.
—Hemos llegado.— le sonrió dulcemente y le ayudó a levantarse.
Sí, había escapado de alguna forma.
Doppio fue su confidente en todo este plan. Durante esa semana que estuvo ingresado en el hospital, Doppio fue cada día a visitarlo y además hablaban por mensaje. Se habían hecho muy cercanos.Ya no quería vivir con la incertidumbre de lo que Fugo podría hacer. Porque aunque él no lo haya demostrado, Fugo le daba miedo.
Siempre tenía que pensar sus acciones antes de hacerlas, y sus palabras antes de decirlas. Nunca sabía cómo podría reaccionar.
Entendía que él quería mejorar y que lo hacía por su relación, pero ese día que cayó por las escaleras por su culpa, fue la gota que derramó el vaso.
Pensó entonces que lo mejor sería alejarse, y darle su tiempo a pensar las cosas. Así él también podría hacer su vida.
No avisó a nadie porque sabía que si lo hacía, se arrepentiría. No soportaría despedirse de todos y que lo vean partir.Doppio lo sacó de sus pensamientos al acercarle su maleta con sus pertenencias.
—Esta es la antigua casa de mis padres.— comenzó el pelirrosa a hablar.
Estaban en Roma, justo dónde él había vivido antes de mudarse a Nápoles.—Ellos viven fuera del país por trabajo, entonces me dejaron la casa a mí. Pero estaba cansado de estar aquí solo, por lo que me fuí.
—No entiendo...— bajó la cabeza el pelinegro.
—¿Por qué me ayudaste y me ofreciste vivir aquí contigo, de dónde habías huido?— se sentía culpable, quizás Doppio no quería volver nunca más aquí.—Porque contigo ya no estaré solo.— le sonrió dulcemente el de ropaje morado, buscando su mirada.
Comprendía cómo se sentía Narancia.
—No te sientas culpable, yo fui quien sugirió venir aquí cuando me dijiste que querías alejarte de todo. Y lo hice porque yo tampoco quiero que sigas sufriendo así.—
Narancia solo sonrió y le abrazó fuerte, siendo rodeado también por los brazos del contrario.Luego de un par de lágrimas de agradecimiento, entraron a ese lindo y acogedor hogar.
Narancia tomó la antigua habitación de Doppio. La cual, a pesar del tiempo que este no estaba aquí, tenía su aroma por todos lados. Le gustaba, olía a yogurt de durazno.Se tiró sobre la cama una vez había terminado de ordenar su ropa, le dolían los músculos de usar esas estúpidas muletas, y le picaba mucho la pierna por esa maldita férula.
Sin darse cuenta y por el cansancio que sentía, volvió a quedarse dormido. Solo que esta vez en una cama cómoda y que olía muy bien.
Enterró su nariz en la almohada entre sueños, con una pequeña sonrisa.——————
Un rugido feroz proveniente de su estómago lo hizo despertar.
Estaba algo desorientado, ¿cuánto había dormido?
No lo sabía, pero se sentía como nuevo.Se sentó en el colchón y buscó sus muletas a un lado de él, como si fueran su compañero de siesta.
Las tomó y se levantó lentamente, aún no se acostumbraba a usarlas.Fue hasta el living, en dónde vio a Doppio sentado en la mesa mirando algo en su celular mientras reía.
Se veía muy tierno.
Se lo quedó mirando un rato más hasta que el de ojos color miel levantó la mirada y lo vió.
Sintió que se sonrojaba un poco, habrá pensado que era un rarito al notarlo mirándolo tan fijamente.—Al fin despiertas, dormilón.— rió Doppio acercándose a él.
—Ven, te ayudo.— le agarró por la cintura y le ayudó a caminar hasta sentarlo en una silla a un lado de él.—Cené hace rato, pero cuando fui a despertarte te veías tan tranquilo que me dió pena. ¿Quieres cenar ahora?— Narancia solo asintió sin expresión alguna, a decir verdad estaba algo triste.
Doppio le sirvió de aquel rissoto que preparó y se sentó a su lado en silencio.
El pelinegro se veía decaído.—¿Estás preocupado, cierto?— preguntó en un tono de voz dulce. Era tan gratificante hablar con él.
—Así es... Siento que no estoy haciendo lo correcto. Ellos deben estar buscándome, sin saber que realmente me fui por voluntad propia. No quiero que piensen que ya no me importan.
—Quizás debas hablar con tus amigos, y pactar con ellos que no le dirán nada a Fugo, porque estoy seguro que él vendría a buscarte si descubre dónde estás.
Doppio tenía razón, era lo más inteligente que podía hacer por ahora. Pero lo haría luego, en estos momentos solo quería dejar de pensar tanto.
—Juguemos vídeojuegos cuando acabes, tengo muchos de los cuales puedes elegir.— habló Doppio de la nada, sonriéndole.
Eso le subió un poco los ánimos.
Y así fue, una vez acabó de cenar se pusieron a jugar como dos niños toda la madrugada.Le gustaba su compañía, se podría acostumbrar a esto muy rápido.
——————
Mientras tanto, Fugo no podía estar más triste.
Sus amigos se habían ido. Quedaron en encontrarse mañana e intentar localizar a Narancia.
Lo llamó mil veces, pero era como si se lo habría tragado la tierra. Simplemente no podía pensar en otro lugar en el cual buscarlo, lo había hecho por toda la ciudad.Estaba de pie bajo la lluvia de la ducha, mirando un punto fijo en el techo mientras el agua caliente le relajaba los músculos.
Sentía su piel arder, no sabía desde hacía cuánto tiempo estuvo bajo el chorro hirviendo.Suspiró y cerró la llave que daba paso al agua.
Se secó sin ganas y se vistió con su pijama de la misma forma.
Bajó hasta el living a acostarse en el sofá, mojando todo este al no haberse secado el cabello.
No iría a su habitación, le dolía demasiado ver que las cosas de su pequeño ya no estaban allí. Y más le dolería dormir en aquella cama tan grande, sin sentir aquel aroma a naranja que el cabello de Narancia desprendía.Luego de muchas horas intentando conciliar el sueño, no podía pegar ojo.
Se levantó y frustrado tomó de un cajón aquel vicio que había dejado porque Narancia no soportaba su olor.
El paquete casi entero de cigarros lo acompañó hasta la ventana, en dónde encendió uno y miró las luces de la ciudad.
Parecía que se burlaban de él, tan brillantes.
Y él, triste y taciturno, solo desprendía oscuridad.
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Aprendiendo a amar(te)
FanfictionNo lo podía controlar. No era tan simple como eso. Sabía que sus amigos tenían razón, lo estaba maltratando. Maltratando a la persona que más quería proteger en el mundo Que ironía, pensar que el pequeño Narancia seguía justificando aquellos golpes...