D O S

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La calidez que lo había recibido en la noche tras haberse quedado dormido se desvaneció tan pronto como se hizo presente, el frío que recorría su piel resultaba abrumador, pero tampoco era tan terrible como aquel que sintió antes de perderse en la inconsciencia.
 
La claridad traspasaba sobre sus parpados, molestando a la vista a pesar de aun mantener los ojos cerrados. Se restregó las manos contra estos, y los abrió con lentitud, acostumbrándolos a la claridad. Entonces comprendió que no se encontraba dentro del castillo, sino recostado en uno de los tantos árboles del bosque que lo cubría. Se sentía confundido y asustado a la vez, sin embargo, la confusión sobrepasaba por mucho el miedo. Una manta cálida lo resguardaba del violento clima invernal, era suave y de color vino, resbalaba por sus hombros cubriéndolo como si fuese el cuerpo de otra persona. Las dudas en su mente no le dejaban pensar con claridad. ¿Por qué se hallaba en aquel lugar? ¿De dónde había sacado la manta? ¿Qué había sucedido anoche?

Hubiera podido quedarse a pensar en lo ocurrido, averiguar que había sucedido, quizás es lo que una persona normalmente haría, pero Jimin solo se puso de pie y caminó por el bosque buscando el camino que lo llevaría al pueblo más cercano, olvidándose de lo sucedido. No le importaba, después de todo ellos tenían razón, era un miedoso. No podía parar y mentirse diciendo que había sido valiente, porque la realidad era que en todo momento ansió salir huyendo. 

—Quizás solo tuve miedo y escapé —se dijo mientras caminaba, envuelto en aquel pedazo de tela color carmín. Ese que era lo único a lo que no podía darle una explicación.

Caminó durante mucho tiempo, imaginando tonterías en su cabeza.

El bosque, el frío, el olor a tierra mojada y los sonidos del viento, las aves. Cada cosa que sus sentidos percibían lo hacían sentirse más solo, más triste, pero al mismo tiempo le provocaban una sensación de peculiar calidez. Se abrazó a si mismo pensando que así era mejor, él no necesitaba de su madre, así como jamás necesitó un padre o hermanos. Siempre fue solo él, caminando de la mano de una sombra desconocida. Justo como en ese momento.

(...)

—Gracias —la chica le sonrió antes de dejar su café sobre la mesa y retirarse. 

Jimin observó el vapor flotaba sobre la taza de porcelana. Comenzó a comer despacio, sin preocuparse por terminar. Nadie lo esperaba después de todo.

El vidrio del enorme ventanal estaba un poco empañado por el frío que hacia afuera. Hizo pequeños dibujos con su mano, trazo varias líneas que formaban un bonito castillo. Se quedó observándolo algunos segundos hasta que este se desvaneció.

De pronto la necesidad de volver a aquel majestuosos lugar lo abordó. 

Ese sitio, lo había hecho sentir acogido, como si no necesitara de nadie más, en aquel momento no pudo darse cuenta de ello, porque el miedo a lo desconocido fue mayor, pero en ahora, sentado y analizando las cosas comprendió que por primera vez la soledad y la tristeza no parecían tan terribles. Quizás había sido la belleza mórbida, o la naturaleza impresionante que lo rodeaba. Tal vez solo quería sentir esa adrenalina recorrer su cuerpo otra vez. Fuese la razón que fuese, ese castillo lo había hecho sentir más cómodo de lo que su lujosa mansión en Corea lo hizo alguna vez.

Salió de la pequeña cafetería siendo recibido por el frío nocturno. Era el primer día desde que había llegado en el que no probó una gota de alcohol. Suspiró y metió las manos en su abrigo gris, para luego comenzar a caminar en dirección al sendero. El pueblo era pequeño y era el más cercano al bosque, los habitantes eran pocos y también los lugares para dormir. Jimin había conseguido que el hombre del bar le vendiera una cabaña que no quedaba muy lejos de aquel castillo. El viejo lo llamó lunático, pero no puso objeción cuando vislumbró el montón de billetes que le había ofrecido, aceptando el trato. Ahora él era el dueño de aquella casucha abandonada y solitaria.

ULTRAVIOLETA- KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora