C U A T R O

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Otra vez llovía. En realidad, no había dejado de llover desde el primer día que llegó.

Jimin se encontraba sentado en un pequeño sillón cerca del balcón, con las piernas cruzadas y la espalda recargada en la pared. La habitación estaba sumida en un silencio extrañamente cómodo. Pensaba que era extraño, porque no había voces, ni murmullos de las personas en televisión, tampoco ese ruido molesto de los aparatos electrónicos, ni autos. Era solo los pequeños golpecitos de las gotas de lluvia y el viento como si cientos de manos tocaran el techo a destiempo. Todo mezclado con el suave sonido de su respiración.

Tenía la mirada fija en la bonita lámpara del techo, todo estaba en calma, incluso él mismo. Sabía que era una locura porque realmente no tenia deseos de irse, a pesar de estar en ese lugar extraño, con un desconocido del cual apenas conocía el nombre. Pero es que se sentía tan apacible, que nada le importó. Llevaba tres días en ese sitio, los había estado contando, marcándolos, con una pequeña rasgadura que hacía con su uña, en la esquina de la cama. La habitación tenía un baño donde se había aseado varias veces, sin embargo, no encontró más ropas, solo tenía dos camisas, su ropa interior y un pijama de tela blanco. Aquel muchacho de ojos violetas llamado Jungkook, le llevaba comida todos los días, primero se negaba a comer, dejando la charola casi intacta. Era raro como se sentía tan mal consigo mismo cuando veía la expresión de tristeza en la cara del joven, al notar que no comía. Pero ese día tenía tanta hambre que no le importó nada más que saciar su estómago, para su sorpresa el sabor de la comida era bastante bueno, se comió todo el espagueti y las verduras cocidas. Ahora miraba desde la esquina del cuarto la charola vacía en la mesita, esperaba que en cualquier momento Jungkook entrara y se sorprendiera al notar que esta vez sí había comido.

No hablaba mucho con él, el muchacho se limitaba a dejarle los alimentos y luego salía de la habitación. A Jimin le gustaba escucharlo tocar el piano –suponía que él era quien tocaba- cada tarde y noche, disfrutaba de la música, suave y hermosa. Sentía que esa nube de melancolía en la que constantemente estaba sumido se dispersaba un poco cuando las notas de aquel piano hacían presencia.

Suspiró y observó la ventana a su lado, retiró la cortina con su mano. Las gotas de lluvia resbalaban por el cristal haciendo un camino quebrado hasta romperse en el marco, a Jimin le recordaban las resbaladillas de las que había leído en sus libros; toda la atmosfera le evocaba paz, tranquilidad, y tristeza. El olor a madera y lluvia seguía ahí, pero cuando percibió ese aroma a rosas dejó la cortina y escuchó con atención como tocaban la puerta. Siempre hacia lo mismo, siempre llamaba a la puerta antes de entrar, siempre era muy educado.

Cuando el muchacho ingresó a la habitación y atinó en la charola vacía, sonrió. El pequeño y tierno corazón de Jimin golpeó contra su pecho al verlo. No porque Jungkook tuviese una bonita sonrisa, que ya de por si era verdad, si no porque los labios que poseía eran tan sublimes, el color ligeramente rosa, la textura y forma, todo parecía irreal, parecía etéreo, al punto que Jimin mismo se asustó de sus propios pensamientos. Se asustó de encontrar tanta belleza en algo tan simple.

—Me alegra mucho ver que has comido —dijo con su aterciopelada voz. Jimin se estremeció—, te he conseguido algo más de ropa. Lamento mucho no habértela traído antes, tuve algunos problemas para conseguirla.

Observó como el muchacho dejaba un puñado de prendas sobre la cama, Jimin no se movió, solo lo miraba detenidamente, notando su vestimenta, pantalones de tela negros y una camisa gris con las mangas arremangadas. Jungkook se dio la vuelta y observó a Jimin, con sus ojos violetas.

—¿Cómo estás Jimin? Ha estado lloviendo mucho, ¿No has tenido mucho frío?

Pero él no le contestó, claro que tenía frío, pero era algo a lo que su cuerpo ya estaba acostumbrado.

ULTRAVIOLETA- KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora