Epilogo

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Kyuhyun salió de la facultad con la mochila sobre el hombro, caminaba por el jardín en dirección a la salida. En el camino despidió a algunos compañeros y las chicas le sonrieron con coquetería. Era el mediodía del jueves y la brisa de la tarde acariciaba su rostro. El verano estaba llegando a su fin y anunciaba un frío otoño. Algunos árboles dejaban caer sus hojas doradas. Estaba llegando a la entrada de la universidad cuando Sungmin lo alcanzó, con su peculiar sonrisa y su innata amabilidad.

—Iremos con los chicos a jugar béisbol. ¿Quieres ir? Hobi convenció al conserje del campo para que nos dejara jugar unos minutos. —

—Genial. — dijo el castaño. —Suena bien, pero no puedo. —

—¿Por qué? —

—Hoy es 17. — dijo como si aquello explicara todo.

—Oh, ya veo. — susurró su amigo mientras caminaba a su lado. —¿Aún sigues con eso? — dijo al cabo de unos segundos.

—Si. — respondió el castaño esquivando a las personas en su camino.

—Creí que ya no lo hacías. —

—Lo hago cada 17 de cada mes. —

—¿Hasta cuándo? —

—No lo sé. —

—Ya ha pasado un año, ¿Verdad?

—Así es. —

—Algún día deberás parar ¿no? —

—No lo sé. —

—Bueno, a mí parecer no veo la necesidad de que sigas yendo a ese lugar. —

Kyuhyun se detuvo y giró para ver a su amigo.

—Escucha Sungmin, no te estoy pidiendo que vengas conmigo. De hecho siempre he ido solo. Esta es mi penitencia, es mi compromiso. No necesito que me acompañes o tu opinión sobre esto. ¿De acuerdo? Si quieres ir a jugar con Hobi y los demás, ve. —

Sungmin se molestó por las frías palabras que el castaño le había dicho. Siempre era lo mismo. Esa aura de secretismo que muchas veces lo invadía, le estaba empezando a ser fastidioso. Sumamente molesto por sus palabras, habló sin pensar.

—Aun crees que él realmente existió ¿No es así? —

Kyuhyun se detuvo en medio del andén y le dedicó una mirada severa a su amigo.

—¿Crees que no me doy cuenta de cómo actúas? —siguió diciendo. — puedo ver cómo buscas en la calle a un fantasma. ¿Crees que no es obvio que aun piensas en eso? Sé que sueles ir con frecuencia a Garrison. ¿Qué buscas allá? Todos dicen que ya lo superaste, que lo que sea que te haya pasado, ya pasó. Pero no es así. Yo sé que aún lo esperas. ¿Por qué no lo dejas y ves a los que sí existimos? —

El castaño miro con frialdad a su amigo.

—Esto no es algo que tú o alguien más entienda. Y tampoco espero que lo hagan. No le he hecho daño a nadie con lo que creo o pienso y tampoco te voy a empezar a dar explicaciones de lo que hago o a donde voy. Lo que busco ni siquiera yo sé si lo encontraré, pero eso tampoco debe de importarte. Esto... esto es algo mío. Y si tú no lo entiendes, no esperes a que te explique. Solo déjame. Voy a seguir visitando a la señora May hasta que crea que es suficiente. ¿De acuerdo? —

Dicho esto, se giró sobre sus talones y caminó hasta desparecer de la vista de su amigo. Iba irritado. A pesar de haber intentado con todas sus fuerzas olvidar toda aquella descabellada experiencia, no había logrado sacar de su cabeza esas imágenes vivas, o esa sonrisa. Él aun lo sentía cerca. Y últimamente lo había estado viendo en cualquier parte. Cada vez que veía a alguien con algún gorro de lana su corazón se aceleraba y de la misma forma se decepcionaba cuando descubría que no era él.

No le había dicho a nadie que diez meses atrás, desesperado por encontrar sentido a toda esa situación, fue en busca de alguna respuesta a Garrison y lo único que logró fueron golpes por parte de la familia Kim. Pero no pudo hablar ni con los señores Kim ni acercarse a la casa. El hecho de que supiera exactamente donde vivían los señores Kim fue suficiente para que el resto de aquella familia lo culpara de invasión a la propiedad privada y hackear la información de la familia. Amenazaron con llamar a la policía y un problema más con las autoridades lo llevarían directo tras las rejas.

Así que decidió no volver a aquel lugar. Ni a molestar a aquella familia.

De camino al camposanto, pasó por la floristería y compró el ya habitual ramo de rosas blancas. Eran las únicas rosas que adornaban aquella solitaria tumba. Hasta hacía dos meses que empezaron a aparecer girasoles. Quiso saber quién dejaba aquellos girasoles, pero se abstuvo.

La verdad es que ya había abandonado la idea de encontrar el significado a lo que fuera aquella extraña experiencia. Pero su mente era una contradicción. Quería dejar de llevar esas flores, quería abandonar el pensamiento de encontrarlo algún día, quería dejar de buscarlo entre la multitud, de verlo en cualquier parte y en ninguna a la vez... quería librarse de él.

¿Cómo podría luchar contra sí mismo? Si cada vez que tenía atisbos de aquel sueño extraño, en los que veían imágenes perfectas y sentía cada cosa que tocaba, despertaba sobresaltado, sudoroso y con el corazón agitado. Era horrible sentirse así.

Pero por más que luchara, por más que se dijera así mismo "ya no más" el calor tibio en su pecho le impedía seguir abandonarlo.

Se detuvo frente a la tumba con el corazón latiéndole con prisa. La piedra negra de mármol tenía tallado el nombre de la señora Brown. El girasol que había encontrado la última vez estaba marchito. Nadie había llegado a cambiarlo.

Y nadie nunca volvió a colocar un girasol. 

21 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora