Severa mierda
Uno, dos ,tres disparos resonaron en la habitación dando en el blanco.
Un grito de frustración salió de lo más profundo de mi garganta, lastimándome. Mi cuerpo estaba ligeramente empapado en sudor y se sacudía violentamente a causa de las emociones mezcladas.
Mis ojos estaban inundados en lágrimas y sentía un fuerte dolor en mi pecho al igual que agujas perforando mi piel sin delicadeza. A pesar de ello, mi puntería no fallaba. Siempre intachable, perfecta y mecánica.
Cuatro, cinco, seis disparos más. El cartucho se vacío.
Tiré el arma lejos de mí, provocando que impactara fuertemente contra la pared. Estaba devastada y cansada. Me acerqué al saco de boxeo, queriendo liberar un poco la tensión que estaba carcomiendo mis entrañas. Sin prepararme o siquiera vendar mis manos empecé a dar golpes secos. Cada uno más duro que el anterior. Un golpe tras otro lograron que mis nudillos se enrojecieran al punto de sangrar pero muy poco me importó. Tenía la mente nublada por memorias que no quería recordar.
Tras llegar al Bloque había destrozado por completo mi oficina. El pequeño escritorio quedó a la deriva en algún lugar junto con los papeles que yacían regados por todos lados. Sin embargo, todo ese desorden me importaba tres hectáreas de mierda en ese momento. Solo podía dar golpes.
- ¡Maldita sea! – vociferé al punto de quiebre interior.
Dí un golpe en falso al aire, logrando perder el equilibrio y así desplomarse sobre mis rodillas sin poder contener más el llanto.
- Maldito hipócrita – susurré para mis adentros.
Mi garganta dolía de tanto gritar. Repose mi espalda contra la pared cercana, abrazando mis piernas en forma de protección. Estaba exhausta, mis pensamientos eran una licuadora a máxima potencia. Quería huir. Tomar cualquier dirección y perderme en algún lado pero tenía un gran cargo bajo mi nombre, uno que no podía dejar a la deriva.
Lens, mi amigo y un miembro importante en mi unidad, siempre dice que a veces la desgracia es una bendición disfrazada.
Pura mierda
No hay manera de que el propósito de una desgracia sea distinto a desgraciarte. La frustración me invadió nuevamente. Poniéndome de pie tomé el arma que guardaba en la parte baja de mis jeans y volví a disparar.
Las preguntas se formaban automáticamente en mi cabeza:
¿Por qué? ¿Cuál era la necesidad de mentirme? Y sobre todo ¿Porqué tiene que afectarme tanto? Después de 6 años seguía siendo él
Todo lo que sentía era frustración. Demasiados pensamientos obsesivos, demasiadas preguntas sin respuestas, demasiados recuerdos y voces en mi cabeza gritando lo que debía hacer y lo que no. Estaba al borde del colapso.
Los gritos dejaron nuevamente mis labios a la vez que mis lágrimas descendían cual cascadas por mi rostro. Había perdido el control sobre mis emociones. Quería matarlo y lo peor es que no podía permitírmelo. No me veía jalando el gatillo en su dirección. Era demasiado débil para hacerlo, era demasiado cobarde cuando de él se trataba.
Todo lo que había logrado, todas las barreras que había creado, todos los años que me había costado olvidar se habían ido a la mierda ese día.