Escuché el buchoneo detrás y fue inevitable voltear a ver. Había un tumulto de gente, apenas atisbaba lo que rodeaban, todos parecían asombrados y sonreían con buena impresión; de igual forma, se escuchaba sonido de las cámaras de sus celulares. Apenas tuve lugar para ver me acerqué aún más, lo que vi, me hizo arrepentir por haberlo hecho.
Frente al asombro ocasionado había un hombre de raza negra, vistiendo prendas tan doradas y brillantes como lo figuran al mismísimo sol, sus collares, anillos, gafas y sombrero eran del mismo color, y de los hombros de su exuberante gabán de pelo amarillo caían sus rastas o trenzas africanas. Él mantenía el orgullo y seriedad planteadas en su semblante, y su bastón debió haber sido como una ventisca para esos aires; pero acá lo que llamó tal atención no fue él, sino lo que exhibía con orgullo y presunción: a su costado, igual de expresivo que su amo, se hallaba el Ahomo de aquel africano. Proveniente de los leopardos africanos, el alienígena, que miraba a cada presente, vestía prendas provenientes de su región al igual que su peinado, muy corto y con rastas o rizos, como le gusten llamar; estaba bastante cuidado, su físico era excepcional y formidable, calcularía su altura como de un metro noventa (superando al gordinflón de su dueño que llegaba hasta su pecho).
"Ah...", fue lo único que dije, con desdén y rechazo en mi mirar y voz. Pero decidí irme cuando la niña de unos padres se soltó de su agarre para caminar frente al humanoide; la pequeña lo miraba asombrada, a diferencia de la persona africana su ropa era completamente rosada, incluso la liga de su coleta rizada era del mismo color. El Ahomo la vio, se puso en cuclillas y los corazones de cada espectador y de los futuros espectadores de los usuarios que verían desde internet los vídeos de aquella escena, se derritieron al momento en que el alienígena y la pequeña humana se fundieron en un cálido abrazo. Aplausos se escucharon de fondo que hicieron eco por todos los espacios; puse los ojos en blanco y me alejé.
Paré en otra zona, está vez habían Shires, un total de tres yeguas y caballos galopando en un espacio de veinte metros; para mi sorpresa, uno se acercó hasta donde estaba, su hocico examinó mi rostro, por instinto me alejé, aunque aquel momento se sentía mejor que el anterior con el monstruo de supuesta forma humana. El animal era hermoso: blanco, de melena larga, con pelaje en los cascos que lo hacía imponente al igual que su semejante tamaño. Una sonrisa divertida apareció en mí, y acabé acercando mi mano a él; dolorosa fue la realidad cuando la misma traspasó la figura holográfica, pero aún así moví mi extremidad como si en ese instante estuviese tocando su cara, sintiendo su textura. "Como desearía que estén vivos, todos ustedes, las verdaderas especies hermosas. Es injusto que el que ocasionó tanto daño en su mundo halla sido el único en salir", decía una voz en mi interior. Mi celular vibró en mi bolsillo, lo que ocasionó que me alejara del Shire, él de igual forma lo hizo; el mensaje llegado era de Abbing pidiendo mi ubicación, accedí a su pedido y me quedé en el mismo espacio esperando a que llegara.
◇◇◇—¡Disculpe la tardanza señor Edward! dio aviso de su presencia una vez a mi lado.
Mi atención pasó del celular hacia él, mi mirada era escudriñante.
—El secuestro más corto de la historia —bromee aludiendo a la desconocida.
Él soltó un leve gruñido con el ceño contraído, mirando para otro lado. Extrañado por esa reacción, le eché una mirada inquisidora.
—El secuestrador más bien parecía ser yo —dijo comenzando a caminar. Por instinto pregunté "por qué", a lo que él continuó—. Resulta que esa extraña señorita era más bien Lady Alizze Martin.
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Ahomo
Ciencia Ficción✾─────┩✿┡─────✾ Cientos de años atrás, la tierra, planeta abandonado por el ser humano, se había vuelto tóxico, tan tóxico, que para evitar la extinción humana se tuvo que inmigrar a otro sistema solar, ubicándose la población, particularmente, en e...