Capítulo 1 "Adios".

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Hace siete semanas atrás... 

¡Si te atreves a cruzar esa puerta, no volverás jamás aquí! ¡Te lo advierto! — el rubio ni siquiera se inmutó mientras corría escaleras abajo. — ¡Park JiMin! ¡Si te marchas ahora, voy a desheredarte!

Se detuvo en el último escalón, las comisuras de sus labios se alzaron rompiendo la seriedad en su rostro.

Su madre era en realidad... bastante predecible.

Sus tennis giraron y sus ojos recorrieron a gran velocidad la estancia, guardando en su memoria el recuerdo del lugar en el que había crecido; el largo pasamano bañado en oro y las resplandecientes baldosas marfil que eran pulidas cada mañana con esmero.

Tras la silueta de la mujer elegantemente ataviada en un vestido de gasa china con flores, vislumbró los cristales de las enormes ventanas con vista al esplendido jardín. Setos lo suficientemente altos como para verse desde ese lugar, algunos recortados con siluetas extrañas que le habían ocasionado más de una mala noche de sueño cuando era pequeño. Se había sentado tantas veces ahí... solo a leer, claro. A veces permanecía absorto, mirando hacia abajo, era... tan alto...  qué probabilidad tuviera de morir si salto, incluso podría parecer un accidente...

Completamente hastiado de su vida, siempre le dijeron exactamente qué era lo que debía hacer. Y por mucho tiempo, el creyó que aquello era en serio lo correcto. Que todo era por su "bien", si no hubiese conocido a YoonGi, probablemente nada habría cambiado. Tenía horarios para todo. Enderézate, JiMin. Come tus vegetales, JiMin. No azúcar, JiMin. Leerás a la semana estos tomos, JiMin. Todavía recuerda cuando encontró un libro viejo y maltrecho en el sótano. Tom Sawyer. "¿Puedo leer este?" había preguntado a su profesor de lengua inglesa, el anciano lo miró despectivamente antes de un seco, "no". Eso era, pensándolo un poco, todo lo que había recibido JiMin a lo largo de su vida. Todo en cuanto se había visto resumido. Una sola palabra. "¿Puedo...? ¿Quisiera...? Yo... creo que..."

No.

No.

No.

No.

Quizá por eso no se sorprendió demasiado cuando sus padres anunciaron en una entrevista que iba a casarse. Tenía un pequeño descanso de las lecciones de piano cuando encendió la televisión en la cocina y ahí estaban. Ambos. Riendo y afirmando que, efectivamente, el pequeño JiMin se había comprometido con el hijo del Presidente del Banco de Reserva de Corea. No hubo reacción alguna de su parte hasta que su madre dijo que la boda sería en su cumpleaños. Fue la gota que acabó por colmar el vaso en el que se vio forzado a flotar por tanto tiempo Park JiMin ... casi se le salen los ojos de la impresión en cuanto vio a su padre asentir completamente satisfecho.

Su cumpleaños era en menos de un mes. Bien, está bien. Voy a casarme. Pensó hundiéndose en el asiento incapaz de apartar la mirada de la pantalla. Al pobre le hubiese gustado al menos algo de tiempo para conocer a su prometido.

Eso es... — susurró la mujer en el escalón más alto alzando el mentón con prepotencia.

JiMin volvió al presente de inmediato, admiró los ojos azules en el rostro de su madre, la nariz recta y perfilada y los labios rellenos, carnosos. Él había heredado ese rostro... aun así, JiMin carecía de aquella cualidad reflejada en los ojos de Park Seo Yuna, había en la mirada añil, algo que sin duda te hacía sentir inferior. No ahora, no a mí. Voy a irme y nadie va a detenerme, mamá. — Regresa aquí ahora, Park JiMin o no quedará un solo centavo para ti.

Eso... — JiMin se encogió de hombros — está bien para mí. — admitió con una sonrisa torcida. Los ojos de la mujer se abrieron enormemente con sorpresa. — El dinero... no es tan importante, madre. Arreglen su mierda de compromiso — su sonrisa se volvió más amplia — no pienso quedarme aquí.

JiMin... — jadeó ella con horror. Sus ojos se fijaron en los despeinados mechones rubios, la camiseta blanca bajo la chaqueta de mezclilla y esos jeans viejos y rasgados que JiMin tanto adoraba. No importaba cuantos trajes formales y a medida hubiesen cosido para él los mejores diseñadores de Seúl, siempre y cuando no fuera reprimido, utilizaba el mismo par de pantalones viejos que vaya a saber Dios de donde diablos había sacado. Debí quemarlos. Los tennis blancos bien cuidados y la mochila azul de mano en uno de sus hombros. No tenía idea de a dónde iba JiMin, pero podía estar segura de una cosa. No iría solo. Había visto un par de veces a ese desalineado chico en motocicleta a unas calles de distancia. Nunca pudo ver su rostro realmente, pero desde su habitación logró ver una tarde a su hijo subirse a la moto y abrazarle. Esa repugnante cucaracha . Él había sido la asquerosa mala influencia que se llevaría a JiMin. — JiMin espera, no lo hagas... — suspiró derrotada —... ¿es el compromiso? — bajó la mirada, apretando la mandíbula. Odiaba verse doblegada, pero no podía permitirle a su hijo marcharse de esa manera. JiMin enarcó una ceja con vacilación. No recordaba haber visto a su madre retractarse en los últimos veinticuatro años de su vida. — Yo... hablaré con tu padre, lo resolveremos. Lo aclararemos todo, pero por favor...

—¿Aclarar? — la seriedad en el rostro del rubio se fracturó en una sonrisa, sus ojos lucieron decepcionados cuando miró fijamente a su madre. — Ese es el problema, no es solo el compromiso. — frunció el ceño con molestia — Es todo mamá y no eres capaz de verlo.

Que jamás me dejaran tomar mis propias decisiones. Que no me dejaran ir a la Universidad, mamá. No sabes lo emocionado que estaba por salir de aquí, de tener al fin un amigo. Lloré toda la noche cuando papá hizo anular mis solicitudes y me inscribió en esa Universidad virtual, estuve cada mañana tras una computadora para tener más tiempo de aprender lenguas extranjeras y tocar piano y otro montón de mierda que incluso había olvidado mi nombre. Ni siquiera me dejaron ir a mi graduación, mamá. Ni siquiera dejaron... ni siquiera dejaron que me enamorará de alguien, mamá. Quería tanto... una vida normal y cuando por fin la encontré, solo era la punta del iceberg, nada era normal...

Tranquilo JiMin, ella no sabe nada.

Sus ojos se detuvieron un instante en los pendientes colgantes en las delicadas orejas de la mujer. Diamantes rojos. Eran quizá la piedra preciosa más cara en el mundo, un quilate podía costar fácilmente un millón de dólares y solo existían treinta. Obsequio. De su padre. No hay forma. Está seguro de que es imposible, su madre no solo no lo sabe, ella jamás va a creerle si se lo dice.

Lo amo, mamá. — juró con vehemencia manteniendo el rostro en alto — Pero jamás lo entenderías.

Un segundo más.

Divisó la frágil figura de esa mujer. A pesar de que lo intentó, no encontró recuerdo de un momento en el que le pareciese tan vulnerable como en ese instante. Decidió conservarlo. Guardó aquel retrato de su madre mirándole como si fuese a deshacerse en el viento. El pensamiento retornó nuevamente y con el, un segundo de debilidad. Ella no sabe nada, maldice con tristeza, sintiendo el impulso de retroceder y abrazarle por la inocencia en medio de su vanidad.

Nada es como tú crees, mamá. — murmuró frunciendo el ceño. — Y lo siento por eso.

Sus pasos resonaron en el salón, seguido del sonido de un portazo.

La mujer se aferró al pasamano para no caer. Su hijo acababa de marcharse. Todo en cuanto trabajó para asegurarle un buen futuro, todo cuanto le habían dado... se había ido. Sus ojos azules se entrecerraron con ira. Más valía que JiMin cuidase bien a ese bastardo, la mano de Seo Yuna no temblaría para disparar si lo llegaba a tener en frente.

CRIMINAL│YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora