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  Domingo.

  El calor aumentaba el mal humor que Kento llevaba experimentando desde el día anterior. Sólo podía limitarse a quedarse encerrado en su habitación porque Haruka estaba presente en todos los rincones de la casa. Tampoco podía salir con sus amigos ya que ellos estaban pasando las vacaciones en lugares de playa.

  Miró por la ventana al jardín observando al perro que la extraña familia compartía. El animal permanecía sentado a un costado de Haruka quien estaba tumbado haciendo abdominales.

  — Idiota ¿por qué no se abalanza sobre ti y te interrumpe? Ni siquiera eres tan perfecto como para soportar jugar con un perro.

  Después y sin ser consciente, su voz no volvió a salir mientras que su atención se mantenía en la espalda del chico cuando se ejercitaba o cuando se tumbaba para recuperar el aire.

  Tomó una gran cantidad de aire antes de iniciar los ejercicios, empezaría con la tercera sesión aunque su abdomen ya quemaba por el esfuerzo. Cerró los ojos para ignorar el pequeño dolor que iba sintiendo al tiempo que contaba mentalmente. De repente notó un peso en sus piernas, abrió los ojos quedando boquiabierto con la imagen que se encontró. Kento estaba sentado a horcajadas sobre él con una cara llena de ira.

  — ¿Qué crees que estás haciendo? — Intentó sonar enfadado, pero al tenerle tan cerca fue imposible.

  — Eres un idiota con una boca muy grande, hablas demasiado.

  Sin embargo, las palabras de Kento escupian odio y desprecio. Haruka se dejó caer contra el césped fijo en él.

  — No me hagas perder la paciencia.

  — ¡Todo es culpa tuya! ¡Tú y tu estúpida declaración! Desde entonces tengo dudas por la forma en que te veo, idiota.

  Haruka frunció los labios para evitar que su sonrisa saliera. Kento pensaba en las horas que habían transcurrido desde que le oyó pronunciar esas palabras y como comenzó a estar cada vez más pendiente de Haruka. Ahora que lo tenía inmóvil bajo su cuerpo, sentía ganas de pegarle por la frustración que le invadía.

  — ¿Por qué me culpas a mí? Aclara lo que sientes.

  — No me provoques, Haruka — Éste vió como Kento apretaba el puño.

  — Deja de ser un niño inseguro ¿vas a pegarme por qué no te entiendes a ti mismo? ¿Eso te haría sentir mejor?

  Kento guardó silencio. Haruka esperó unos segundos a que hiciera algo, lo más mínimo para permitirse dar un paso que le acercara a él y rompiera las barreras que Kento estaba empezando a construir, pero lo único que hizo el chico fue mirarle con una cara de desprecio. Cansado, le cogió por los codos para bajarle de él mientras se dirigía al interior de la casa, irritado y molesto.

  La actitud entre ellos fue aún peor que cuando comenzó la convivencia, ninguno dirigía la palabra al otro y si pasaban por casualidad por el mismo pasillo, Haruka se movía al otro extremo para evitar que sus brazos se chocaran.

  La madre de Kento notaba algo raro entre los chicos. Haruka mantenía una expresión enfadada durante todo el día mientras Kento sonreía en presencia de los adultos, pero cambiaba a una cara de disgustó cuando Haruka hacia acto de presencia.

  — Cielo — Dijo ella posando una mano en el hombro de su hijo — Sabes que puedes confiar en mí.

  — ¿Por qué dices eso?

  — Hay un ambiente tenso entre vosotros, he notado tu malestar cuando él se acerca. Si te ha hecho algo, lo que sea dímelo.

  — No es nada.

  — Nunca ha sido muy sociable y es un poco arisco en ocasiones, pero no permitiré que te haga de menos.

  — No es nada — Repitió, al fin y al cabo era culpa de ambos.

  Ella hizo un gesto indicando que no estaba conforme con la explicación, mantendría la vista sobre ese chico para que no fuera capaz de tener amenazado a su hijo.

AMOR ESCONDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora