Lo último que recordaba fue que mi trasero estaba entumido por el incómodo asiento, mientras observaba la ciudad y de un momento para otro mis párpados comenzaron a sentirse pesados.
Estaba caminando relajadamente y al mirar hacia abajo observo la arena suave que se escurre entre los dedos de mis pies. Las olas del mar rompen y mis pies son nuevamente empapados por el agua salada.
Comienzo a correr sintiendo la brisa en mi rostro y de repente...¡¡Pam!!
-Auu! - llevo mi mano a un costado de mi frente, en donde mi cabeza impactó con la ventana del autobús.
"Pero qué manera de terminar con un buen sueño"- pensé.
Por el rabillo del ojo observo que el gordo sentado a un lado de mi se burla por mi contacto de cara-ventana. Exhalo notoriamente para hacerle saber mi disgusto y ahorrarle el saber que preferiría seguirme golpeando contra la ventana que seguir aguantando su insoportable olor.
Tomando mi mochila me pongo de pie y me voy haciendo paso entre la gente para poder bajarme del atestado camión.
Aún falta camino para llegar a mi casa, pero me agrada más la idea de hacer ejercicio y ahorrarme el sufrimiento que conlleva estar en el triste intento de transporte público que abordé.
No es que no esté acostumbrada, ya que en realidad es una de las maneras en la que me muevo por la ciudad; la otra es caminando.
Pensándolo mejor, siempre prefiero caminar ya que me ayuda a gastar más energía y me relaja ver pasar los autos, los árboles, respirar el aire contaminado y que me estén gritando "mamacita" o hacen sonar la bocina del auto provocando que me dé un susto o cosas por el estilo.
¡¡Broma!!
Detesto que hagan esas cosas y que contaminen el aire, pero no todos prefieren caminar, y en el mundo todavía hay hombres con el cerebro del tamaño de un cacahuate.
En cuanto a los autobuses, pues, son mi única opción cuando no me pueden prestar un auto y necesito llegar a algún lugar rápido.
Ya una vez fuera del autobús reajusto mi mochila verificando que no me hayan robado el celular o el dinero y comienzo mi camino a casa.
Vivo en un pequeño pueblo retirado de la ciudad, por lo que no hay mucho movimiento en las calles, a excepción de los que están saliendo de sus trabajos y los que aprovechan que ya es jueves para perderse en alguna discoteca o algún bar.
Lo que pensaba que sería un trayecto de 40 minutos resulta ser de 25, lo que significa que voy mejorando.
Para mi buena suerte sólo hubo un homo sapiens que iba caminando en dirección contraria a la mía en una de las aceras y en cuanto me observó comenzó a decir algunas cosas que decidí mejor no poner atención, ya que tal vez sería tan interesante como escuchar a un político.
-Hola, Toti- saludo a mi hermano Yael que estaba revisando algo del motor de su auto con la cabeza metida debajo del capó, sabiendo que se iba a molestar en cuanto escuchara que lo nombrara con el apodo que le puse cuando era niña.
-Vuelves a llamarme así y te prometo que te voy a... - cierro la puerta de un portazo antes de que pueda escuchar su amenaza.
Me rio y doy media vuelta para toparme con mis padres que aún siguen cenando.
-Aaah, buenas noches- saludo con una sonrisa de fingida inocencia.
-Te faltó un poco más para tirar la pared- indica mi papá señalando la puerta.
Deposito la mochila a un costado del sillón y me dirijo a la cocina para ver que hay para la cena o lo que quedó de ella.
-Ya pasan de las 9, ¿por qué llegaste tarde?- pregunta mi mamá desde el comedor.
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Templanza
ActionArya es una chica común y corriente a simple vista, pero por dentro tiene un don que muy pocos pueden apreciar. Siempre viviendo por encima de los límites y experimentando las emociones más fuertes. Un día cualquiera las personas correctas ponen sus...