CAPÍTULO I

707 56 9
                                    

Mi vuelo salía a las dos de la tarde. Abordé con el último llamado que hicieron los parlantes para el vuelo 147 con destino a Londres. Aún cuando había llegado temprano al aeropuerto, había algo dentro de mí que me había impedido subirme al vuelo a tiempo. Quizás porque realmente no quería marcharme ni renunciar a ella. Sin embargo, sabía que no había nada más que yo pudiera hacer. No tenía sentido luchar por alguien que le había puesto fin a una historia sin darle siquiera la oportunidad de comenzar.

Era la primera vez que me subía a un avión, pero últimamente en mi vida todo se trataba de primeras veces. Lo único que traía conmigo era este diario, el cual odiaba y amaba por la misma razón. Al releer sus páginas, entendía que todo, efectivamente, había pasado y que no había sido parte de un sueño. Mi departamento, mi motocicleta, mi trabajo y mi vida entera, se había quedado en Washington. Había dejado todo para hacer una vida nueva en Londres o para reparar la que tenía, lejos de todo lo que me hacía daño. Quería dejar de sentirme vulnerada e invadida por un sentimiento que no era correspondido. Yo siempre tuve el control de mi vida. Mi orden, mi sistema perfectamente establecido y lo quería de vuelta desesperadamente.

Mi hermano Christopher me esperaría en el aeropuerto ese día. Le había causado una gran alegría cuando le dije que me iría un tiempo a Inglaterra. Me ofreció su departamento sin pensarlo. Había logrado establecerse muy bien allí. Tenía un gran trabajo, un hermoso departamento y estaba comprometido con una mujer que lo adoraba. Me lo había contado todo por teléfono con un tono de ilusión como si hubiese estado esperado mucho tiempo para hacerlo. Su tono logró animarme y sentí que me había echado tanto de menos como yo a él, lo que me hizo terminar de dar el paso para abordar el avión de una vez por todas. Tenía años sin verle y hablábamos dos o tres veces al año cuando me llamaba para saber de mí con más interés del que recibía de mi parte.

Al llegar a Londres, me escurro entre la multitud y levanto mi cabeza para lograr encontrar a Christopher con la mirada. La gente sale a toda prisa como si supieran exactamente adónde van, pero yo no tenía idea alguna. Al llegar al final del corredor, logro vera un hombre alto, moreno de abundante cabello lacio, espalda ancha y mentón prominente. Vestía un traje oscuro que no hacía justicia a su cuerpo bien formado, producto de sus años de deportista universitario y su rostro esbozaba una sonrisa hermosa y amplia. No puedo creer que estoy frente a él. Me siento feliz y a la vez una estela de nostalgia se apodera de mi pecho al ver que se ha convertido en la viva imagen de mi padre. Me sonríe y me mira justo como solía hacerlo él. Apresuro mi paso y, de manera incontenible, me lanzo en sus brazos como una niña que necesita ser protegida.

Nos abrazamos por unos largos minutos sin pronunciar una palabra. No hace falta. Ambos sabemos lo que sentimos.

-Apenas te reconocí -me dice mientras aparta el cabello de mi rostro-. En que momento mi hermana se convirtió en esta mujer tan hermosa -continúa sonriente.

Me río.

-Me alegra mucho verte. No puedo creer que haya pasado tanto tiempo. Debí venir antes -digo, en tono de disculpa, arrepintiéndome en ese instante de no haber permitido ningún tipo de acercamiento de su parte. Recordé las llamadas que me había hecho en años anteriores. Chris siempre quiso estar cerca a pesar de irse a otro país. Me pidió que viniera a visitarle un par de veces, pero debido a mis negativas constantes y mi "falta de tiempo", dejó de pedírmelo y nuestro contacto se hizo cada vez más escaso.

-Bueno, ya estás aquí y eso es lo que importa -me dice, tomando la maleta-. Vamos a comer. Muero de hambre y tenemos mucho de qué hablar.

Me conduce hasta su auto y me lleva a un hermoso restaurante en la ciudad.

Nos acomodamos en una mesa y Christopher ordena un vino espumoso.

-Esto es digno de celebración -me sonríe.

El diario de Elena   (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora