Capítulo 8: Tú, que sufres

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Pólux:

Y pasaron los días, y nada pasaba, tras una breve investigación concluimos en la identidad de nuestro agresivo invitado. La investigación constaba en revisar los bolsillos del susodicho hasta encontrar algo, cualquier cosa, un detalle para hallar quien era. Tras buscar arduamente en sus bolsillos, bastante profundos, por cierto; un curioso trozo rectangular de plástico fino capta la apresurada atención de mis dedos.

Ángel Joe Holy Morrison, de veinte años de edad, un recién ingresado del departamento nacional de patrullaje.

─ Mal momento para aparecer en la carretera ¿No Joe? ─ hablo más para mí que para él.

─El estado vegetativo siempre es una posibilidad ─ Antares desde su posición observa el inerte cuerpo, quizá con tristeza en sus ojos.

─No se golpeó la cabeza, ni siquiera tiene una herida.

─Pues no despierta.

Quería evitar pensar en eso, quizá la suposición de Antares no estaría lejos de una verdad, algo triste e incómoda, no sabíamos si despertaría, y si despertaba yo esperaba que tuviera amnesia o algún tipo de lapsus que ayuden a ignorar los hechos de la noche pasada. Tras un día completamente aburrido e inútil sin saber a dónde ir, con quien hablar ni como esconderse; el pobre Cadillac escondido entre los árboles de una carretera sin rumbo se notaba cruelmente vacío y sin vida, ya ni siquiera su brillante color parecía la gran cosa.

El día pasa lentamente, casi sin comer y yo con el olor de un animal en descomposición, mi cabello sin atar es similar a la paja grasosa, mi piel igualmente grasosa y empolvada resalta más que mi sudor pegado a mi camiseta, ni hablar de los zapatos. Antares no está presente, desde que estamos aquí ella ha salido a buscar algo para guiarnos, suele tener un buen sentido de la orientación, aunque es firme en sus actitudes, las dudas de otros suelen afectarle, eso lo he notado. El lento día pronto pierde sus colores, del azul bello del cielo contaminado de nubes grises, hasta el rojo, rosa, naranja y púrpura que invaden esas mismas nubes al atardecer, y el día se acaba, Denab, a las afueras de la ciudad de Cygnus es una ciudad contaminada de gente y al mismo tiempo, de creencias. El culto solar es, todo y nada, mucho y poco, el inicio y nuestro fin.

Tras las muchas llegadas estelares anteriores se desarrolló terror y admiración a la única estrella capaz de crear sin hacerle daño a la humanidad terrestre, al menos no un daño inmediato y destructivo. El sol vigila, cuida, analiza y provee, da vida, es el ser más jodidamente perfecto para la sociedad, pero no todo puede ser bueno en la vida. La noche nos toma casi de sorpresa, un cielo sin luna y casi sin brillo estelar nos acompaña, y entre la oscuridad una luz ámbar se hace presente y sé entonces que Antares ha vuelto.

"No puedo observarte ahora, más mis ojos están en todas partes, mi dulce hermana te cuida, te esconde de mí, los esconde a todos, y, aun así, falla miserablemente, oh dulces luceros ignorantes vengan a mí, tristes inertes voces sin oídos para llegar"

Antares:

El tercer día después del suceso, el amanecer helado y nublado golpea con fuerza mi piel, mis ojos irritados se abre para iluminar la cruel vista en la que nos hallamos. Ocultos en un auto, con un desconocido inconsciente, al voltear para despertar a Pólux noto un vacío, el desconocido ya no está inconsciente.

Mi acelerado pulso me congela, agito a la adormilada y apestosa Pólux que duerme en el asiento de copiloto, al despertar noto su desalineada apariencia y con un leve movimiento de mi igual de desalineada cabeza. Su expresión es inesperadamente molesta, sus ojos nublados de ira buscan con desesperación fuera del auto más ni ella ni yo vemos nada.

©STELLAR : La última constelaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora