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Bajo la luz de la luna una tormentosa lluvia se desataba, sin piedad caía del cielo, de aguas sucias y oscuras, su intensidad chocaba con la estática tierra. Las luces de los faroles, aunque tenues servían de guía, un hombre nervioso deambulaba velozmente entre las calles del este de Denab, sus zapatos lustrosos y su saco gris bajo ese impecable abrigo negro se veían manchados ante la lluvia. Sus fríos ojos azules, relucientes miraban casi con desesperación en línea recta. Lucius era un hombre complicado, aunque sus deseos de poder en ese momento no cabían en su cabeza, solo había una cosa en su mente, y eso...estaba por nacer.
Empujó la puerta con apuro, el sonido retumbó en el templo, y a paso veloz se acercó a la habitación en la que su esposa se encontraba, nervioso de dar los primeros pasos tras la puerta de ella; meditaba en cómo cuidar a ese ser, como protegerlo del mundo, sería un niño muy feliz. Y el llanto llegó a sus oídos, si, el sonido de un bebé llorando, sus pensamientos serían cosa de cajón, giró la manija de la puerta y al entrar ahí estaba, su esposa, madre de su hijo, dormida pacíficamente, y en los brazos de una mujer mayor, un pequeño bultito llorón. Temblando y a punto de llorar Lucius se acercó, aquella mujer mayor le extendió levemente a aquel bebé.
─ Es hermoso. ─Esas fueron sus palabras, sin peros, sin excusas.
─ Es una niña preciosa señor.
─ ¿Es una niña?─ Sus ojos se llenaron de lágrimas y su sonrisa era increíblemente brillante, se asomó a la ventana, sonriendo y mirando al cielo dio un susurro.─ Hamal.
El silencio reinaba, y Lucius lo notó, ella no despertaba, aunque Hamal llorara, su esposa, no despertaba, tal como una bofetada en la cara la confusión y el miedo lo invadió.
─Ella estaba muy débil señor ─ Margo, aquella mujer mayor, la partera que vio nacer a Hamal tenía la mirada baja, sus manos temblorosas en posición de rezar, en sus arrugas una lagrima se mostraba, los surcos en sus ojos se humedecían mientras hablaba.
─Me estas mintiendo.─ Su sonrisa se desvanecía, sus palabras temblaban amenazando en gritar.
─ Lo lamento señor, traté de mantenerla aquí, pero...─ Y rompió a llorar.
Las lágrimas de un destruido Lucius se hacían presentes, más en sus brazos sostenía firmemente a su hija, con la mirada baja se acercó al lecho, ahora frío donde descansaba el cuerpo de su amada, observando sus manos, sus mejillas, sus labios, toda aquella felicidad que ella le había dado, el regalo de una nueva vida que ella había brindado, no bastaría nunca para olvidar su pérdida, y esa noche tormentosa parecía nunca acabar.
En la profundidad de la tormenta, ya ni las estrellas brillaban, en la intimidad de la habitación Lucius observaba a su esposa, pálida, fría, carente de ya toda emoción. Hamal inocentemente dormida en la cuna junto a la cama, ignorante de todo lo que pasaba alrededor suyo, mientras su padre destrozado en silencio gemía adolorido y con el corazón a punto de estallar se arrodilló junto a la cama observando la imagen tan pura de su amada.
─ No pude despedirme de ti, no pude decirte lo mucho que te necesitaba, o lo mucho que te necesitaré siempre, pero no te preocupes. ─ Sus lágrimas caían descontroladas, sus ojos rojos de llanto, más su voz un susurro. ─ No te preocupes Cecili, Hamal estará bien, sé que el sol está feliz con su nacimiento, si Hamal es tan especial como creemos, tu no dormirás mucho tiempo, hasta ese entonces espérame por favor, te suplico que me esperes.
Su llanto era intenso, aferrándose al cuerpo de aquella mujer que amó con tanta fuerza, aquella con la que compartía ideales, pensamientos, gustos, quien lo subestimaba y lo hacía pensar, aquella mujer que conoció en un día de lluvia igual a ese, al parecer la lluvia quería verla dejar nuestra tierra.
Lucius:
Con el paso del tiempo, el dolor nunca se detuvo, en ocasiones disminuía, y esas ocasiones involucraban a Hamal, desde que aprendió a caminar se negaba a dejarme, sus pasos torpes y diminutos me acompañaban por todo el templo, desde los rezos de la mañana, hasta encender el farol de Inconel principal por la tarde. Su cabello ondulado y su sonrisa fina era características inconfundibles en ella. Amaba verla cantando junto a los fieles de la congregación, no tenía la voz más limpia, pero vaya que cantaba con sentimiento.
Hamal siempre fue muy activa en todo lo que hacía, hasta sus nueve años de edad.
Y le agradecí al sol, cuando comprobé en la mano derecha de mi hija la marca entera de la constelación de Aries, sus ojos lentamente parecían más fríos, en similitud a los míos, su piel palidecía en sus días de encierro y en ocasiones me sentía culpable por dejarla ahí, sola. Oculta del mundo exterior, y cada día en que volvía a verla tras la puerta de su habitación encontraba algo nuevo, una varilla de hierro, un lápiz de hierro, una flor de plomo, un ramo, un jardín, Hamal aprendió a moldear el metal, sus manos ágiles y su creatividad crecía en cada día, luego paso a cosas más grandes.
Hamal:
Luego pasé a las puertas, a bloquear las ventanas con tallos metálicos de flores espinosas, la obsidiana de las paredes cubierta por helechos brillantes que nunca morirían, la mirada sensata de mi padre era mi recompensa, los minutos de libertad que me brindaba siempre me hacían feliz, aunque solo fuera dentro del miserable templo que ya empezaba a odiar, las voces de los fieles en las mañanas y la luz que se filtraba por la ventana en las tardes, la excusa de padre para mi ausencia era, que yo me había ido a estudiar fuera de Cygnus. Algo irónico por que cerca de la ciudad no existía ningún instituto educacional que aceptara mujeres, pero la mentira de padre, acompañada de su carisma innegable para la oratoria convenció a la gente.
Mientras mi tiempo era dedicado a aprender lo que venía a mi mente, en sueños, cada noche un sueño diferente, cada mañana algo nuevo que tratar, probar, intentar, y fallar. Sueño, intento, fallo, intento, éxito, ese era el proceso, siempre probar, siempre intentar, para que padre esté contento, para que él este orgulloso, y la tan ansiada libertad llegue.
"Oh dulce estrella olvidada, encerrada en un cubo de cristal, preciosa de observar, peligrosa en libertad"
Una noche, no soñé con nada, el espacio negro, tan rápido como se hizo de noche y cerré los ojos el día se hizo presente sin una señal de una lección que aprender. Mi padre a la orilla de la cama sonriente de verme despertar.
─Tenemos visitas. ─ Su sonrisa insensible, y sus ojos sin vida me asustaron.
Vestida de blusa manga larga blanca, zapatillas negras bajas y una falda larga hasta el tobillo salí finalmente de mi hogareña prisión, la emoción me invadía, el color gris del cielo, las estructuras tan aburridas y monocromáticas, todo, absolutamente TODO, era mágico para mí. El crecer lejos de todo, el no saber cuándo salir, el que ni siquiera mi padre me dejara ir al exterior.
Mientras caminaba asombrada por como todo seguía igual, hasta que mi vista vagamente chocó con dos cuerpos inertes, sorprendida y aterrada retrocedí, uno de esos cuerpos tenía una marca en la mano derecha, una marca de constelación, no la reconocí, pero padre si lo haría. Su apariencia era deplorable, la más desalineada yacía boca abajo. Su olor era penetrante, la lluvia mugrosa que amenazaba con dejar su apariencia aún en peores condiciones.
─Número tres y ocho.─ Acercándome lentamente sonreía. ─ Las estábamos esperando.
***
Y los recuerdos de la primera se reprodujeron, mientras sus intensos golpes buscaban acertar a la guardiana estelar, su ira reprimida, su dolor por la pérdida estallaba en cada impacto acertado. Hasta el momento en que impactó correctamente.
La frialdad en los ojos de las contrincantes, la ira y el poder que estaba por desatarse.
─Levántate Thaia. Es mi turno.
"Dulce, dulce estrella, de amargas lágrimas, cruel momento en el que tu brillo nos ha alcanzado, tus ojos fríos llenos de ira, tu pena inalcanzable nos ha tocado, el cielo te llora, la luna te apoya, la batalla entre una estrella y su guía se aproxima"
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©STELLAR : La última constelación
Science-FictionEn una tierra que ya conocemos, situaciones extrañas ocurren, una nación atormentada por un ciclo de destrucción ve nacer a doce elegidos despreciados por sus habilidades, entre estos se encuentra la tercera de nombre Pólux quien busca erradicar el...