4-Que esperamos?

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<<CAPÍTULO 4: ¿QUÉ ESPERAMOS?>>
Ángela se acerca al edificio de Gabriel, y espera a ver alguna señal de que el piso en el que él vive está ocupado, de que hay alguien allí.
Cansada de esperar, entra a la recepción; ahí, la retiene un hombre de traje, no parecía amable en absoluto.
— Solo mensajeros y residentes —dice mientras la retiene—¿Quién eres? ¿Acaso eres mensajera? No te he visto por aquí. —agrega.
— Sí, lo soy. —dice Ángela en un tono irónico.
— De acuerdo.
Ángela intenta subir por el ascensor, pero su intento es en vano. Al parecer, necesita tarjeta para usarlo; vuelve a la recepción y le pide, amablemente al recepcionista, que le regale una hoja de papel y un lapicero.
El recepcionista dice que, si es para escribir una carta, necesitará un sobre que pueda sellar, y le entrega uno. Ella empieza a escribir rápidamente.

“Gabriel, necesito tu ayuda. Algo se presentó, y debido a ti no he podido completar mis planes. Así que tendrás que bajar de tu apartamento. Necesito tu ayuda, le diría a alguien mejor que tú, pero ya estás involucrado. Baja con suficiente dinero y tarjetas de transporte. Te anexo mi número de móvil al respaldo. Responde rápido, esto es una cuestión muy importante.
Atentamente,
A.”

En ese momento, guarda la carta en el particular sobrecito blanco, y le dice al recepcionista que es de urgencia que llegue al octavo piso, a lo que él responde:
— Está bien, pero cuide Recepción por mí.
Él usa su tarjeta de servicio y sube a la velocidad del ascensor. Al llegar, golpea la puerta y enseguida le atiende Gabriel. Le entrega la carta y Gabriel la mira confundido.
— ¿De parte de quién es, eh?
— De una chica linda que está en Recepción.
— Veamos de qué trata…
Cuando lee la carta, su expresión cambia.
— Dile a la chica que suba y me explique ella misma de qué trata todo esto. —al parecer, Gabriel no sabía que había estropeado su misión. No sabía nada.
Al minuto, llega Ángela.
— ¿Qué haces, torpe? Te estuve esperando mucho tiempo abajo, ¿por qué no enciendes la luz o algo?
— No, es mejor así, Ángela. Explícame qué pasa.
— No traje la plastilina para explicarte todo, empaca tus cosas y nos vamos.
— ¿A dónde?
— No te comportes como un nene y andando.
— Pero si me voy, mi tío se preocupará.
— Déjale una nota.
— Está bien, Ángela, espero que esto valga la pena.
— Para mí sí; pero no sé si tú tengas las agallas para esto.
— Te demostraré que sí.
— Bien, entones tú habitación, ¿dónde está?
— Es la última del pasillo.
— Vale, andando, que tenemos prisa.
Ella intenta abrir la puerta de la habitación, está cerrada con llave.
— ¡Genial! —exclama ella.
— Algo de seguridad nunca está mal.
— No, no lo está. Pero igual, es tú casa, ¿para qué necesitas seguridad?
Ambos guardan secretos y razones. Ella odia estar encerrada, él siente seguro cuando lo está. Diferentes historias de la infancia, que dentro de poco tendrán sentido.
Alistan todo y bajan, para luego subir al coche de Ángela todas las cosas. Ella arranca a toda velocidad, salen de la ciudad y se dirigen a una pequeña cabaña…, según ella.
Al acabarse la vía de cemento, ella le pide a Gabriel que baje del auto. Él no entiende de qué se trata. Aun confundido dice:
— Eres un mar de sorpresas.
— No es gracioso, carga estas maletas.
Le da la mitad del equipaje y baja la otra, camufla el auto y carga las maletas.
Es muy fuerte, no es como otras chicas. Y sí, es un mar de sorpresas… —piensa Gabriel mientras camina.
Llegan a la cabaña. Ésta tiene un pequeño lago, parece un oasis de descanso. El lugar le agrada, excepto que está al aire libre, y eso no le da demasiada seguridad.
— Así que prefieres estar en el subterráneo que en tu propio oasis… —le dice Gabriel a Ángela, pero ella ya no le escucha, está dormida. Él encuentra un libro y empieza a leerlo mientras la mira dormir.
El ambiente es bastante pacífico, lo cual le es extraño, pero al poco tiempo confirma sus sospechas y nervios. No están solos.
Escucha sonidos de camionetas.
— Ángela, despierta, tenemos que irnos. Alguien viene… Ángela, despierta.
La chica es de sueño pesado, así que él la carga y la lleva al sótano. Luego, va a por algunas maletas e implementos de defensa que Ángela descubrió mientras cargaba el equipaje. Acomoda algunas cosas cerca de la puerta del sótano de manera “dominó”, con tal de que, al cerrar la puerta, la cubran y no sean descubiertos. Cierra la puerta y escucha pisadas.
Entraron a la casa. Y en un momento, sin darse cuenta, inhala un gas, haciendo que caiga al suelo, perdiéndose a sí mismo.

(***)
Gabriel, despierta…
¿Qué pasa?
Gabriel se siente perdido, confundido, asustado.
¡He sido secuestrado! —Se afirma a sí mismo—. ¿Y Ángela? ¡Ángela, Ángela! —grita desconsoladamente.
Casi siempre está solo, aburrido. Pero luego, llega esta chica, y de repente ha tenido dos días increíblemente diferentes, fuera de rutina.
No se quiere alejar de ella así, no se puede dar el lujo de perderla. Ella es diferente, y eso le atrae, para ser del todo sinceros…
Alguien encapuchado entra a la habitación que ahora está más nítida a su vista.
— Ya, nenita. Deja de llorar, tu novia está en la siguiente habitación; más tarde se te explicará todo, pero deja de lloriquear.
— No, sáquenme de aquí. Quiero ver a Ángela, ¿cómo está? ¿Qué le han hecho, bastardos?
— ¡Ya cállate! —le golpea la cara, y Gabriel se impulsa para golpear al sujeto, pero no puede. ¿Qué le hicieron? ¿Qué? Maldita impotencia…

¿hacemos  un reto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora